CAPÍTULO 3

1647 Words
5 AÑOS ANTES POV DIEGO Llegamos a casa una hora más tarde. Mi padre compró esta propiedad hace cinco años. Cuando la familia propietaria original, una de las mejores de Avarice, lo perdió todo, el banco se hizo cargo. Eso había sido hace más de una década. La casa se pudrió y el terreno se convirtió en un bosque de maleza. Mi padre la ha reconstruido con una hermosa estructura gótica, cuidando cada detalle y sin reparar en gastos. Una suave música de piano proviene de la sala de estar, donde veo que hay una chimenea encendida. —Evelyn —papá llama a nuestra madre mientras Rafael y yo lo seguimos hacia la sala de estar. —Llegas tarde —comenta mamá, sus tacones resuenan cuando dobla la esquina. Está vestida como si hubiera salido, cosa que probablemente hizo, con una copa de Martini en una mano y la otra estirada para envolver el cuello de nuestro padre. Ella besa su mejilla—. ¿Cómo les fue? —pregunta, mirándonos. —Como se esperaba. —¿Ya está? —cuestiona, y su mirada se posa en el pañuelo que sigo sujetando a pesar de que mi mano casi ha dejado de sangrar. —Está hecho. Tráeme uno de esos, ¿quieres? —pregunta, señalando la copa de Martini que tiene en la mano. —Por supuesto. —Ahora mismo voy. Seguro que mamá no quiere que sangre por todos los muebles. —Diego. Ven, vamos a celebrarlo —dice papá. —Tienes razón, no lo quiero —aclara mamá y observa cómo papá mira a Rafael y luego entra en la sala de estar sin decir nada más. Yo también miro a mi hermano. ¿Está decepcionado? —Rafael —nombra, caminando hacia él para tomar su mano—. Tú también deberías venir. Te serviré un whisky. —Estoy bien, mamá —asegura Rafael—. En realidad, voy a salir de todos modos. —¿A esta hora? Consulta su reloj. —Tengo una partida de cartas. —Hmm. —Ve a cuidar a papá. Hay un segundo en el que ella no responde. Observo el momento, esta interacción silenciosa entre ellos. Rafael y yo compartimos la misma madre, pero no compartimos el mismo padre. Mamá era madre soltera cuando papá la conoció. —Está bien —murmura ella, y luego se gira hacia mí. Hay otro segundo, un vacío, hasta que ella esboza su brillante sonrisa. Es una mujer hermosa, nuestra madre. Es diez años más joven que papá y pasa su tiempo cuidando de sí misma ya que papá se niega a dejarla trabajar—. Diego, ve a asearte. Tienes razón. No quiero que sangres por toda la sala de estar. ¿La bebida de siempre? Asiento. Mi bebida habitual es un club soda. Nada de alcohol. He visto lo que le hace a los demás y a mí mismo. No puedo permitirme perder el control así. —Estaré allí en unos minutos —le informo. Ella sacude algo de mi hombro y luego regresa a la sala de estar, tarareando en voz baja mientras toma un sorbo de su Martini. —¿Quieres venir conmigo? —pregunta Rafael cuando ella se ha ido. —No, esta noche no. —Observo a mi hermano. Es dos años mayor que yo. Fui una sorpresa inesperada pero feliz, según mamá. Ella nunca esperó tener más hijos. Algo había salido mal cuando dio a luz a Rafael, y le habían dicho que no podía tener más—. No dejes que papá te moleste. Solo está atrapado en el momento. Lleva mucho tiempo esperando esto. Rafael me devuelve la mirada y, después de un momento, una sonrisa se dibuja en su rostro. Palmea mi espalda. —No te preocupes, hermano. Ya soy un chico grande. Puedo aguantar un poco de rechazo. —Mira su reloj—. Además, creo que tendré la mejor noche. —¿El Club? —Bianchi's —dice con un guiño. Bianchi's se conocía anteriormente como El Club. Era, y sigue siendo, un club exclusivo al que solo se puede acceder con invitación, para la élite de Avarice. Mi tía, la hermana mayor de papá, fregaba los retretes allí. Murió cuando yo era demasiado joven para recordarla. Pero nuestro padre me habla de ella a cada momento. Papá compró la participación de los propietarios hace unos meses después de que rechazaran repetidamente sus solicitudes de membresía. Finalmente se enfadó lo suficiente como para hacerlo. Así es como funciona el dinero. Así funcionan los Bianchi. ¿Lo habría hecho si hubiera sido yo? Probablemente no. ¿Por qué estar con personas que te miran con desdén? Pero para papá, era personal, y él insiste apasionadamente en llamarlo por su nuevo nombre. Nunca ha sido de los que aceptan un no por respuesta. —Que lo disfrutes —le digo a Rafael, y luego me dirijo a mi habitación para limpiar y vendar mi mano. Mientras voy, pienso en la chica. Aria De Léon. No me gustó lastimarla, y no olvidaré cómo me miró después. Pero ya está hecho. Ella me pertenece, y una vez que las familias Bianchi y De Léon estén unidas en sagrado matrimonio, seremos imparables. Los Bianchi ya son eso, hasta cierto punto. Pero las conexiones legítimas que haremos una vez que Aria sea mayor de edad y estemos casados consolidarán nuestro lugar en los círculos sociales y políticos de Avarice y más allá. Allanará el camino para que el apellido Bianchi no solo se convierta en un elemento fijo de la alta sociedad, sino que se adueñe de ella por completo. Los que nos desairaron se arrodillarán. Los que se negaron a hacer negocios con nosotros clamarán por cualquier migaja que les ofrezcamos. Aquellos que se opusieron abiertamente a nosotros serán eliminados. En mi cuarto de baño, me quito la chaqueta, los gemelos y arremango las mangas de la camisa para lavar mis manos y rostro. Restos de sangre manchan la toalla que uso para secar mi rostro mientras observo mi reflejo. A primera vista, soy respetable: un hombre bien peinado con un traje hecho a medida. Apuesto. Prometedor. El heredero de los Bianchi. Pero hay indicios que indican lo que realmente soy, de dónde vengo. En mi rostro, hay una cicatriz que parte mi ceja derecha de una pelea con Rafael cuando éramos niños. En mis ojos, hay determinación. O, para el observador más agudo, crueldad. Dejo la toalla y miro mis manos, por delante y por detrás. El corte en el centro de una de ellas no es tan extraordinario. Mi mirada sube por mi brazo hasta el borde de uno de los cortes. Subo la manga de la camisa para ver el resto. Cuarenta y dos cortes profundos y mal curados. Ahora forman parte de mi maquillaje. Quizá una de las cosas que más me definen. Ese pensamiento trae otro. Uno sobre el Comandante Avery, o el Comandante como llegamos a conocerlo. De lo que pasó hace cinco años que cambió irrevocablemente el curso de mi vida. De todas nuestras vidas. Al final, salimos victoriosos. Pero el costo fue brutal. Respiro profundamente para fortalecerme. Soy un Bianchi. No, no solo eso. Soy el heredero de los Bianchi. Somos criminales. Asesinos. Al igual que el Comandante. Por mucho que parezca que nuestra familia se está alejando de sus raíces, en el fondo somos una familia criminal hasta la médula. Me pregunto si Aria vio la sombra de mi pasado en mis ojos cuando puso su pequeña e inmaculada mano en la mía. —Diego. Me sobresalto al escuchar la voz de mi madre. Parpadeo y desvío la mirada hacia la suya en el reflejo del espejo. Está de pie en mi habitación, apoyada en el marco de la puerta, observando. ¿Cuánto tiempo lleva ahí? Me aclaro la garganta y bajo la manga de mi camisa sobre las cicatrices. Me giro hacia ella. —Tu padre te espera —me informa. Coloca un mechón de cabello por el lado derecho de su rostro. Creo que es subconsciente. Tiene una cicatriz allí, una quemadura que sufrió cuando era adolescente. Siempre procura ocultarla debajo de un largo flequillo. Sonrío y paso junto a ella. —Ahora bajo —le digo, pero ella se pone delante de mí para impedirme el paso. —¿Estás bien? —pregunta, ajustando mi corbata. Me fijo en sus uñas rojas como la sangre. ¿Por qué hacen eso las mujeres, dejarse crecer las uñas como garras? Aunque quizá necesite sus garras. Con un marido como Brutus Bianchi, tiene sentido. Me mira a los ojos cuando está satisfecha con la corbata y me alisa los hombros de mi camisa. No me parezco en nada a ella. En nada. Soy totalmente hijo de mi padre. Donde ella es rubia, yo soy moreno. Donde ella es pálida, yo tengo la piel aceitunada. —Hiciste lo que tenías que hacer —dice con una sonrisa tranquilizadora. —Tiene quince años —le informo. —No tendrá quince años para siempre. Recuerda cómo nos desairaron durante años. Y nunca olvides lo que le hicieron a tu tía. —No lo olvidaré. —Es por la familia, Diego, y como heredero elegido por tu padre, la responsabilidad recae sobre tus hombros. Respiro con fuerza. Quiero preguntar por Rafael, por cómo se siente al respecto. Quiero saber cómo se siente al dejar que su primogénito sea apartado. Pero no tengo oportunidad de preguntar antes de que tome mi mano vendada, haciéndome estremecer cuando la aprieta. —Tienes cinco años para acostumbrarte a la idea de ella, y ella tiene cinco años para acostumbrarse a la idea de ti. No decepciones a tu padre. Ya lo conoces. —No entiendo lo que quiere decir, pero esboza una amplia sonrisa y se relaja—. Vamos. No deberíamos hacerlo esperar.
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