Capitulo Cinco

1184 Words
— Te digo que tuvimos suerte, es un milagro que éste oficial alias el chofer pudiera localizarte— dice Carlos observando por la ventana del auto. —Lo sé, estuvo cerca en verdad, me gustaría saber quiénes son esos matones que nos atacaron— añade Misael. Ambos muchachos se dirigen al aeropuerto, deben tomar el primer avión reservado para ellos hacia su nuevo destino; Argentina, un país al sur del continente americano. Ambos hacen las filas correspondientes y firman los papeles necesarios para que Carlos pueda salir de México sin ningún tipo de problema y de manera legal. —Muero por ir a Argentina, dicen que las chicas son bellas— suspira Carlos frotando sus manos. — ¿No piensas en otra cosa?— el ruso pregunta riendo. —No, ¿Acaso tú piensas en chicos? — Carlos se aleja dos pasos. — ¡Claro que no! Es sólo que no me va ir de país en país, y de mujer en mujer— responde el pelinegro abordando el avión. El vuelo dura algunas horas, son los únicos en la aeronave ya que pertenece a las fuerzas armadas. Pronto los muchachos pueden ver el gran Río de La Plata y llegan al famoso aeropuerto de Ezeiza. Allí se reúnen con dos oficiales más que los escoltan hasta un hotel cercano para que puedan pasar la noche. Luego de una rica cena y una que otra broma por parte de Carlos deciden que lo mejor es ir a dormir y prepararse para el arduo día que les espera. Seis de la mañana en punto, Misael está despierto y listo para comenzar su tarea. Carlos duerme en su cama, o por lo menos eso es lo que uno piensa al verlo sepultado bajo las mantas. —Carlos, ya muévete. Debemos empezar a buscar— dice el pelinegro haciéndolo caer de la cama y marchándose a gran velocidad. — ¡Maldito pollo veloz!— refunfuña Carlos desde el suelo. Las playas de la Provincia de Buenos Aires los reciben con gran gentío, las vacaciones han comenzado en éste país y los turistas no pueden esperar para pasar los días enteros en el agua. —Estoy en el paraíso— Carlos observa por todos lados muchachas en bikini. —Concéntrate, debemos encontrar a Micaela Cerezo— dice Misael. — ¿Cómo sabes que está aquí?— pregunta Carlos. —En los informes dice que estaría de vacaciones aquí, su madre se casó nuevamente y su padrastro vive en ésta provincia — explica Misael. — ¿Qué es una provincia?— dice Carlos coqueteando con una rubia. —Es la división que tiene este país, ¡Por el amor de Dios presta algo de atención!— el ruso golpea al muchacho en la cabeza. — ¡Bien! Pero debemos mezclarnos entre la gente, asique quítate la camiseta— exige el joven. Misael se quita la camiseta, no está acostumbrado a estar en playas. Su país siempre es frío y por lo general lo mejores días son para usar sweater. — ¿No conoces la crema solar? ¿La cama solar? ¿El sol?— se burla Carlos entre risas. Misael rueda los ojos y comienza a caminar, se adentra entre las personas pero por ningún lado ve algo fuera de lo común ni ningún indicio de un metahumano cerca. El sol comienza a molestar en su piel pálida por lo que debe colocarse nuevamente su camiseta. Entre la multitud observa todo tipo de personas, diferentes clases sociales y diferentes formas de conducirse. Cerca de la orilla del mar, un grupo de chicos juega un partido de voleibol contra unas cuantas chicas. Se queda observando el partido, los muchachos le sacan la delantera por un punto, bastante reñido pues todos son buenos jugadores. No pasa ni diez segundos que se percata del pequeño truco de una de las féminas, con sólo cambiar la mano de posición la arena se trasladó de un lugar a otro haciendo que la pelota se moviera y tocara fuera de la línea que delimita el campo de juego. Asombrado observa el resto del tiempo, las chicas salen ganadoras y van hacia un bar a tomar algunas bebidas. Las sigue y desde una de las ventanas observa con detenimiento a la castaña que utilizó el truco arenoso hace un buen rato. —Disculpa, quería hablarte sobre lo que hiciste en la playa— comienza Misael. —Se le llama jugar chico, ¿De dónde eres? Luces muy pálido para estar en la playa — comenta la muchacha. —Gracias, pero me refería a lo que hiciste con la tierra Micaela— responde el ruso. — ¿Quién eres? ¿Cómo me conoces? ¿Qué crees haber visto?— pregunta la chica alejándolo de sus amigas. —Tranquila, no le diré a nadie. Soy Misael y tengo habilidades especiales como tú — le sonríe — necesito tu ayuda en algunos asuntos. —Escucha, no quiero tener algo que ver contigo ni con nadie asique déjame en paz— la chica intenta marcharse pero choca de frente con Carlos. —Hola bonita— dice mostrando una sonrisa socarrona. — Disculpa por esto. A continuación procede a golpearla haciendo que pierda el conocimiento, la carga en su hombro como costal de papa y sale del bar sin ningún tipo de vergüenza. Misael tiene los ojos como platos, no puede creer lo que acabas de hacer el mexicano, ¿Era necesario golpearla así? — ¡Oye! ¡No puedes ir golpeando mujeres!— grita mientras saca las llaves del auto. —Cállate y conduce, en el bar están los tipos que nos atacaron la vez pasada, si no nos damos prisa nos van a alcanzar— explica Carlos dejando a Micaela en la parte trasera del automóvil. — ¡Rayos! ¿Cómo es que saben todos nuestros movimientos?— dice el pelinegro arrancando el auto y emprendiendo la marcha. —Quizás nos espían o hay un infiltrado en la fuerza en la que estás empecinado en trabajar— rueda los ojos el moreno. Tres autos y dos camionetas blindadas los siguen a corta distancia, ambos chicos se observan sabiendo lo que eso significa. Deben huir o pelear, pero antes deben despertar a la chica que yace inconsciente en los asientos traseros, deben ser listos y rápidos o de lo contrario acabarán con balas en sus cuerpos. Afortunadamente los soldados que los persiguen parecen ser humanos comunes y corrientes por lo que tienen cierta ventaja sobre ellos. Micaela comienza a abrir los ojos, cuando lo hace lo primero que atina su cerebro a ordenar hacer es golpear a Carlos en la nariz, un hilo de sangre cae de ésta y el latino se queja de dolor mientras maldice. — ¿¡Por qué carajos me has golpeado la nariz!?— grita el chico. —Porque tú miserable desgraciado, ¡me golpeaste en el bar! ¡Cómo pudiste! ¡Insensible!— grita Micaela mientras observa por el retrovisor. —Micaela, nos persiguen, si no nos defendemos nos matarán. Necesitamos tu ayuda— Misael toma una curva en la carretera. —Quiero explicaciones— exige la castaña. — ¿Qué tal si te las damos cuando nuestros traseros sobrehumanos estén sanos y salvos?— pregunta sarcástico Carlos. —Juro que te golpearé de nuevo— amenaza la chica. —Amigos, hablaremos luego— Misael detiene el auto. Frente a ellos una barricada de oficiales, vehículos blindados y tanques especiales se alzan contra ellos. Les apuntan sin sentimiento alguno de por medio, los tres jóvenes dentro del auto se observan temerosos, ¿Quién diría que los llegarían a engañar? La persecución había dado sus frutos, los habían llevado a una emboscada y a menos que fueran rápidos y pensaran una manera de escapar de allí estaban perdidos. —Carajo... Moriré joven— Carlos es el último en hablar. 
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