Artemisa era ese veneno del que cualquier hombre bebería sin menor recelo, haciendo que caiga embriagado y casi asfixiado ante los pies de una mujer, y en este caso en el de la menor de las Walton. Ella sabía que era hermosa y seductora, y por eso no dudaba en usar sus encantos. —Siempre respondes así, excelente. —Eros vio como un pañuelo blanco era levantado cerca de su cara—. Te lo regalo, espero que este sea de ahora en adelante tu pañuelo de la suerte. —Él lo recibió con su mano derecha y lo guardó dentro de su saco—. ¿Qué crees que hacen las personas que ya tienen asegurada un bocado de comida, una cama donde dormir y además dinero en montones? —Hacer más dinero. —Ese es mi padre —corrigió con rapidez Artemisa. —Guardar el dinero para más adelante. —Esa es Atenea —volvió a correg