Eros se dio la vuelta y colocando las manos en la cintura de Artemisa la pegó contra la pared. Los ojos de ambos parecían haberse encendidos en una intensa llama de fuego. Eran como si una gran serpiente venenosa se le hubiera enrollado a un portentoso león, y este le había correspondido las evidentes provocaciones. Eros podía detallar a la perfección las facciones del rostro de Artemisa: hermosa, sexy y seductora, eran las palabras que la definían. El pecho de la joven Walton le saltaba y sus labios los tenía entreabiertos. Eros fue acercando su boca a la de ella y el aliento fresco y agitado de Artemisa le acariciaba la cara. Artemisa observaba el semblante decidido y serio de Eros. Los ojos verdes como reluciente esmeralda de su nuevo guardaespaldas la traspasaban como intensa lanza.