Eros se separó con delicadeza del rostro de Artemisa y vio las mejillas rozadas y el pecho que se le inflaba y desinflaba de forma acelerada. Entonces Eros acumuló saliva y la dejó caer dentro de la boca de Artemisa, quien se relamió los labios, como si se tratara de una dulce bebida. Eros volvió a atacarle los labios y luego bajó a su cuello, lo besó por ambos lados y por el frente, dejando chupones, que hacían excitar cada vez más a Artemisa. Después de haber acabado, descendió a los pechos y removió el brasier que tapaban los dos abultados senos. Los pezones rosados, que estaba rodeados por una pequeña aureola del mismo color, se habían puesto rígidos, ante sus caricias.
Eros abrió su boca y se llevó el seno derecho dentro de él, como si quisiera devorarlo por completo. Lo mordía, lo
