—¿Quieres bailar, Eros? —interrogó Artemisa, sonriendo con malicia y extendiendo el brazo hacia él. Eros vio a los centelleantes ojos ámbar de la rubia, su vestido de baño relevador y sus curvas envidiables. —No podría negarme. Eros la agarró por la mano y sus dedos se cruzaron. Parecían novios que recién empezaban su relación, pero estaban muy lejos de ser eso. —Ven, vayamos adentro. La casa ahora solo era iluminada por luces led de colores, que no alcanzaban a dar tanta claridad, más era la oscuridad. La música sonaba y la ropa de Eros todavía estaba mojada, al igual que la de la joven Walton. Artemisa se pegó a Eros, buscó las manos de él, las llevó a su espalda y las fue deslizando con lentitud hasta sus nalgas. —¿Te gusta lo que tocas, Eros? —preguntó Artemisa, alzando su voz