Liberaron a Eros de las esposas que le retenían por las extremidades y se levantó con una expresión severa y segura. Se paraba más alto e imponente frente a ellas, como un temible cazador, que miraba a sus indefensas presas y que sabía, que se saciaría al comerlas y complacerlas a cada una. Ordenó que se quitaran las túnicas y que se colocaran en el borde de la cama y, ellas, obedecieron el mandato. Afrodita, Deméter y Circe, ahora se encontraban con sus traseros sacados, sus piernas separadas y con sus antebrazos sobre la cama. Eros se ubicó detrás de ellas y caminó lento, viendo el envidiable paisaje, que se mostraba ante sus ojos, sin duda, sería la envidia de todos los hombres, al poder gozar de la vista tan majestuosa, pero poco probable ocurriera, pero de la él que el gozaba y disfr
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