DEMÉTER
“Deméter, la más ilustre de las Diosas. Y a todo hombre con quien se encuentra o que se acerca a él le hace rico y le otorga una gran felicidad”. Hesíodo.
Eros iba en los asientos traseros de una camioneta gris. El aire acondicionado refrescaba el interior del lugar, provocando un ambiente frio y agradable. Sus ojos estaban cerrados y en su silla de al lado se encontraba la carpeta gris que Afrodita le había mandado a entregar con Deméter.
Los ruidosos pitos de los carros resonaban en sus oídos, que en vano lo hacían, pues no harían que el tráfico se moviera más rápido. Esta parte de la ciudad era muy transitada.
—¿Música, señor Eros? —preguntó el hombre que iba manejando el auto; su chofer personal.
Afrodita lo había escogido para que le sirviera a Eros, por lo que era un hombre de confianza. Llevaba puesto su característico traje de chofer, junto a unos guantes blancos y su peculiar gorro n***o parecido a lo de los pilotos de avión.
—No, así está bien —respondió él con su voz ronca y abrió sus ojos verdes que parecían brillar con luz propia.
Eros le echó una mirada a la carpeta, pero no tenía apuro en leerlo, lo haría con detenimiento cuando llegara a su departamento. Así que continuaron su viaje y después de varios minutos de marcha, miró su reloj, apenas estaba comenzando el día. Después de un largo rato, el chofer detuvo el auto enfrente de un mediano y ostentoso edificio, porque al lado de ese estaba uno que era más alto e imponente, pero ambos eran parecidos, solo que el más grande tenía dos letras enormes que destacaban: Oi.
Tomó el sobre en sus manos y se bajó del auto, similar a un dios cuando se baja de su carro celestial con sus mágicos corceles alados. Los cálidos rayos del sol de la mañana, iluminaron su cabello castaño haciéndolo más brillante y sus ojos verdes se hicieron más claros, tornándose dorados por un instante. Justo como lo haría un hombre de su gran atractivo. Su cara era inexpresiva, siempre fue reservado. Además, con el paso de los años había desarrollado el rostro de aquellos que no muestran sus emociones ni sus sentimientos, esa que dominan los jugadores en las partidas de azar y apuestas, la famosa: cara de póquer. Se dice que para comenzar una estrategia no debes revelar ni mostrar tus pensamientos, gestos o afecciones, si logras hacerlo se convertirá en una gran ventaja a tu favor.
La mirada de todos los que pasaban por el lugar se posó sobre el atractivo Eros, tanto de hombres como mujeres. Las muchachas jóvenes alzaron sus celulares y comenzaron a tomarle fotos, como si fuera paparazzi y él un modelo famoso. Pero Eros no era ni lo primero ni lo segundo; él no tenía fama ni era conocido a nivel mundial, su popularidad no iba más allá de la casa del polen, donde era el dios del placer, pero tampoco conocen su rostro y si lo llegaban a ver, en el contrato de ser una flor hay una condición de confidencialidad de las identidades de los acompañantes. Subió por unas pequeñas escaleras y cuando pisó una alfombra circular que yacía sobre el suelo, las puertas se abrieron a los lados.
—Buenos días, señor Eros. —Lo saludó el vigilante como lo hacía de costumbre con todos los que entraban. Ese edificio era uno de los pocos lugares donde era conocido, pues era el lugar donde ha vivido después que había salido de la mansión de Afrodita.
La estancia era enorme y espaciosa, había algunos sillones esparcidos por los lados, pero de forma organizada y en orden. Se acercó a un alargado mesón gris donde estaba la recepcionista tecleando en su computadora.
—Señor Eros, aquí tiene su tarjeta y ya he llamado para que traigan a su mascota —dijo la muchacha, apenas se puso delante de ella, pues ya lo había visto cuando venía entrando.
Al instante apareció otra joven vestida como de enfermera, pero no lo es, ella era la veterinaria y cuidaba a la mascota de Eros cuando este se iba para el trabajo.
El perro que era un pastor alemán de gran tamaño y sus colores característicos de marrón y n***o, empezó a mover la cola de felicidad al ver a su dueño.
—¿Cómo se comportó? —interrogo él con su voz ronca a la muchacha y él le acaricio la cabeza al animal.
—Se ha portado como siempre lo ha hecho, respetuoso y ordenado —dijo ella, finalizando su informe, mientras acomodaba un mechón de su cabello y su mirada no se apartaba de Eros, al tiempo que humedecía y se mordía el labio con discreción.
—Buen chico —dijo Eros, hablándole a su perro y luego regresó la mirada hacia la muchacha—. Entonces, me retiro.
Eso fue lo último que dijo y se aproximó a los ascensores del edificio.
—Que sean benditos por todos los dioses los padres que hicieron a semejante hombre —dijo la veterinaria en un gran suspiro.
—Y yo quisiera ser ese perro para que esas grandes manos me acaricien por donde quiera y cuando quiera.
La otra muchacha arqueó las cejas y miró extrañada a su amiga de trabajo.
—¡Estás enferma! —Sonrió con malicia a la que se encontraba detrás del mesón gris—. Pero te entiendo, yo también quisiera serlo.
Eros pasó la tarjeta por el sistema de seguridad, parecido al de la casa del polen y la puerta se abrió. El perro se adentró con rapidez y se sentó en un sillón que estaba en el centro de la sala, ese había sido destinado para él.
—Tranquilo, Himeros, el sofá no se irá a ningún lugar.
En respuesta se escuchó un ladrido.
Entró a su gran departamento que era de dos niveles internos. Se encontraba en el piso más alto, por lo que le era otorgada una excelente vista a esta parte de la ciudad. Se quitó las vestiduras que le cubrían el torso y quedó solo en sus finos pantalones. Su espalda ancha y sus tonificados músculos se marcaron cuando se peinó hacia atrás su cabello con una de sus manos.
Arrojó la carpeta y su celular sobre una mesa cristalina cuadrada en la que solo estaba su computadora portátil. Fue a la nevera y sacó una botella de vodka y agarró un vaso: stakán, y se sirvió, no le agregó hielo, pues esta bebida se bebe: sola siempre sola, según los rusos.
Bebió un trago y se sentó en un sillón. Abrió los papeles y los comenzó a leer. Se quedó tan concentrado viendo la información que no se percató que ya la oscura noche había bañado con su sombra a la ciudad. Alguien tocó a la puerta y después se abrió. Apareció una mujer con el cabello marrón con puntas rubias. Himeros salió al encuentro de la intrusa, soltando unos pequeños ladridos. Ella se agachó y con la mano que tenía libre lo acarició, pues en la otra traía una bolsa de compra y su bolso.
—Buen chico, Himeros. ¿Dónde está tu amo?
—Aquí estoy, Deméter. —No tuvo que forzar su voz, aun hablando bajo se le podía escuchar a la perfección.
La linda castaña rubia se aproximó a Eros y vio que estaba leyendo la carpeta que le había entregado en la mañana.
—Ayúdame a quitarme la falda —dijo, pero él estaba concentrado en los papeles—. ¡Eros!
Los preciosos ojos verdes del castaño cayeron sobre Deméter. Miró a la ventana y ya todo estaba oscuro, observó las luces de los otros edificios y de las pantallas que iluminaban la ciudad.
—¿Cómo está la magnate? —Eros se levantó de su asiento, se puso detrás de Deméter y la abrazó por la cintura, deslizando sus manos por sus piernas—. Sabes que no me gusta cuando ninguno de los dos está con Afrodita. Siento que ha quedado desprotegida, aunque haya quedado con ella.
En los labios de la castaña se formó la misma sonrisa pícara que en la oficina, escuchó como se abría el cierre de su falda y sintió cuando esta descendió hasta el suelo, siendo cubierta ahora solo por sus ajustadas y sensuales bragas color n***o. Se volteó hasta Eros y le dio un pequeño beso en los labios.
—Ya te he dicho que Afrodita se puede cuidar sola y, además: ella, a pesar de todo, es muy buena en lo que hace y no dejará que nada le pase. Y sigue siendo raro que la llames magnate, también sería una madame, ¿no? ¿Y tú que vendrías siendo? ¿Un atractivo, precioso y enloquecedor genio de los negocios?
Eros la aprisionó con sus brazos contra su pecho haciendo que ella soltara un pequeño grito, pero eso era lo que Deméter amaba, más bien amaba todo de él.
—Soy el que ahora te apresa con fuerza. —Eros la besó y empezó a jugar con la lengua de Deméter.
—Espera. —Ella se separó de los labios que tanto le gustaba que la besaran y recorriera cada parte de su cuerpo, mordiéndose el labio inferior—. Debo terminar de quitarme la ropa.
Deméter quedó con la camisa de su trabajo, la cual había desabrochado por completo y se pudo apreciar su abdomen plano y sus grandes senos que eran tapados por el brasier escarlata. Ella era un poco más alta que Afrodita y sus medidas eran casi como las de la diosa, un poco menores solo por algunos centímetros. Sus largas y provocadoras piernas quedaron desnudas, sin medias ni tacones.
—¿Ya cenaste? —interrogó ella en la cocina, cortando algunas verduras—. Traje algunas cosas para hacer la comida y también para darle un poco a Himeros.
Además de ser secretaria de la magnate Afrodita, Deméter se desempeñaba en otros oficios: una de las dos guardaespaldas personal de la rubia; por lo que era experta artes marciales y manejo de armas, experta en computación y por último: una buena cocinera.
—Cuando llegaste ni siquiera me había dado cuenta de que era de noche; estaba leyendo los perfiles de las Walton —respondió y de nuevo abrazó a Deméter por el abdomen y pegó su entrepierna en el trasero de la castaña.
Eros se había cambiado de ropa y ahora tenía una pantaloneta deportiva pero no se había colocado ningún suéter.
Deméter vivía al lado de Eros, pero la mayor parte del tiempo o dicho de mejor forma, todo el tiempo, la pasaba en el departamento de su amante. Eso son, si bien el muchacho idolatraba a Afrodita, ella se había convertido en la persona con la que convivía después de que salió de la mansión de su maestra. Después de Afrodita, ella era la más cercana a Eros, pero su relación era de solo de amigos, eso establecieron al principio, pero Deméter se había enamorado del castaño, aun sabiendo que la diosa tenía otros planes para él: seducir a las Walton, y que por eso mismo lo había adoptado, criado y entrenado en diversas profesiones. En conclusión: ella no era para él y él no era para ella, no estaban destinados a estar juntos, a pesar de que con facilidad Eros se pudiera enamorar y corresponderle sus sentimientos o más bien, él ya lo había hecho en el pasado, pero fue obligado a abandonar esos sentimientos por ella, solo por el hecho de que el hado no los había unido como almas gemelas.