La joven de cabello rubio trigo y ojos ámbar, Artemisa, apartó la mirada de su nuevo guardaespaldas y se dispuso a caminar hacia la entrada de su mansión mientras reposaba sus gafas en sus orejas. Eros recuperó los lentes del sofá y le siguió el paso a la seductora muchacha que caminaba sin molestia con sus zapatos negros de tacón grueso. El olor del embriagante perfume de Artemisa le entraba por la nariz a Eros; viajaban por sus conductos nasales y le llenaba los pulmones de esa deleitable fragancia. Artemisa parece haberse bañado en una tina llena de colonia de rosas, peonias y lirios, que con facilidad podrían trasportar a cualquiera a los mismos campos elíseos de la antigüedad; lugar de descanso de los mismos dioses y aquellos que sean justos y dignos de poder visitar tan maravilloso j