Eros entró a su acuarto. Vio sobre su cama un galante albornoz y una provocadora bata transparente, ambas de color n***o, que estaban tendidas sobre el colchón. No había dejado eso ahí, pero suponía que había sido alguna de sus tres hermosas damas. Una era para él y era probable, que la dueña de la otra, viniera pronto por el seductor ropaje. Así que, se quitó el saco del esmoquin y después la sobaquera donde guardaba el arma y la munición. Luego se desató la corbata, pero se detuvo, pues delante de él, apareció la preciosa Afrodita, que entraba con cautela por la puerta. Llevaba puesto un elegante vestido gris de mangas cortas, con un cinto plateado y unos finos tacones. Ninguno dijo nada. Eros solo clavó su mirada en los ojos verdes de ella. Afrodita se acercó y a él, la diferencia de