Chase llamó a la puerta y esperó unos segundos. No hubo respuesta, así que volvió a llamar. «Hola, ¿hay alguien ahí?», gritó. «He tenido un pequeño accidente y necesito más papel, por favor… y quizá una tirita, si tienen». Se oyó un leve crujido detrás de la puerta y luego, con un suave chasquido, se abrió para revelar la habitación que había más allá. El estudio era estrecho y oscuro, su techo bajo y sus paredes de madera curvada hacían que Chase se sintiera como si hubiera entrado en las entrañas de un viejo velero. Una única vela parpadeaba en un candelabro y un escritorio de madera ornamentada ocupaba casi todo el espacio. Encima del escritorio había un viejo y destartalado búho cuyos agudos ojos amarillos seguían a Chase por la pequeña habitación. «¿Hola? ¿Hay alguien aquí?», pregun