Cuando por fin llegaron las 3.15 p.m., Chase se sintió como si llevara ya una semana en el colegio, y no sólo un día especialmente largo y horrible. Después de su encontronazo con el director, las cosas no habían mejorado en absoluto. El almuerzo había resultado ser un asunto traumático en el que se había atragantado con una masa amorfa y gris de algo que supuso que era puré, acompañada de una bazofia inidentificable que se parecía mucho a un charco de vómito de gato. Ni siquiera los púdines eran comestibles, había rechazado la llamada «gelatina» nada más verla. Sabía muy bien qué aspecto tenía la gelatina, y la baba turbia y grasienta que le habían presentado se parecía mucho más a algo que un fontanero podría encontrar en una curva en «U» que a comida. En lugar de eso, se había decantado