El sol del atardecer se reflejaba en las olas y sus últimos destellos tentaban a los surfistas más entusiastas a quedarse en las rompientes. Una brisa cálida traía recuerdos de pescado y patatas fritas y el ruido de los céntimos al caer en los soportales, mientras pasaba junto a familias parlanchinas que subían penosamente la colina desde la playa. Chase conocía cada uno de esos sonidos como la palma de su mano, pero lo que no sabía era por qué los oía. —Eso tiene mala pinta —dijo una voz—. ¿Qué te ha pasado? —Hola —dijo una voz que creyó reconocer de algún sitio, era la voz de una chica—. ¿Estás bien? Pareces fuera de sí. —El mundo que le rodeaba empezó a tomar forma lentamente. Las fuentes de los sonidos y los olores aparecieron y se encontró sentado en un banco del paseo marítimo. Él