Grace miró a su alrededor. Los cuadros grandes, las lámparas costosas, los muebles elegantes, y el hecho de que vivía en un lugar muy exclusivo de la ciudad. Todo era demasiado.
—Sí que te gustan las cosas lindas —dijo, mientras tomaba la copa de whisky que Alexander le ofrecía.
—Tú lo dijiste —respondió él, sonriendo.
Grace observó a Alexander, intrigada por este hombre que parecía tenerlo todo. Su curiosidad crecía con cada minuto.
—¿Me dirás tu nombre? Tú sabes el mío, pero yo no he escuchado el tuyo.
—Me llamo Alexander Baker —dijo él, sonriendo mientras chocaban copas. Grace sonrió también, pensando que incluso su nombre era perfecto—. Me pareces una persona muy interesante, Grace. —Alexander se acercó un poco más a ella.
—¿Lo dices porque te analicé? —Grace sentía una creciente atracción por este desconocido. A pesar de haberlo psicoanalizado, en realidad, ¿qué sabía de él?
Pero en su cabeza, las señales de advertencia nunca fueron tomadas en cuenta.
—Creo que eres capaz de ver más allá. —Alexander llevó una de sus manos al rostro de Grace y, con un movimiento rápido, posó sus labios en los de ella, saboreando el mismo alcohol desde su boca. Fue algo excitante. Luego, tras un breve instante, se alejó un poco para susurrarle—. Quiero enseñarte algo.
Alexander la llevó hasta la terraza del lugar. La vista de la ciudad era maravillosa, fascinando a Grace por la sorpresa. Había una alberca que parecía incitarlos a probarla.
—Supuse que te gustaría ver esto.
—Wow, esto es... hermoso. —Grace se acercó a la orilla, sintiendo cómo el aire despeinaba su cabello. Miraba maravillada la ciudad, con todas esas luces adornándola—. No creí que mi noche acabaría así.
Alexander se acercó a ella, abrazándola por detrás mientras besaba su cuello.
—La noche aún no termina —susurró, mientras comenzaba a desvestirla.
Grace se vio envuelta en un sueño, un sueño que tenía como protagonista al guapo y sexy dueño de una disquera. Realmente fue algo loco creer que esa vida sería su vida desde ese momento.
Ella en verdad quería que esa fuera su vida. Le suplicó a Dios para que nunca se separaran. Alexander la hacía sentir deseada, completa y a salvo.
Él hizo que confiara plenamente en sus palabras. Aquella noche en la alberca fue como si hubiera encontrado a su alma gemela. Ambos se complementaban, ambos se amaban. Y con el tiempo, Alexander también confió en Grace.
La intensidad de sus conversaciones era intoxicante. La excitaba el hecho de que ella era la única persona en todo el planeta que conocía lo que él escondía debajo de su duro caparazón.
Grace tuvo una visión de cómo hubieran podido ser juntos. Extrañaba eso, lo que ambos eran, y claramente lo extrañaba a él.
...
Grace miró a Joseph cerrar su diario con rabia mientras ella se encontraba en la entrada. Había despertado muy temprano, ya que las copas de vino la habían hecho olvidar su más preciado y secreto diario en el estudio de la casa.
Después de observar la mirada de su esposo, supo que él sabía todo lo que su corazón guardaba. Aquel hecho que la atormentaba.
—Grace... —dijo Joseph, con una mezcla de dolor y enojo en su voz—. ¿Qué es esto?
Grace se quedó en silencio, su mente trabajando frenéticamente para encontrar las palabras correctas. Pero no había forma de negar lo que estaba escrito en esas páginas.
—Joseph, yo... —empezó, pero él la interrumpió.
—¿Es verdad? ¿Todo esto? —Sus ojos la miraban con una intensidad que nunca antes había visto en él.
Grace sintió un nudo en la garganta. Asintió lentamente, sin poder encontrar una excusa o una mentira que pudiera aliviar el dolor de su esposo.
—No puedo creerlo... —Joseph se pasó una mano por el cabello, frustrado—. Todo este tiempo, he pensado que éramos felices.
—Joseph, lo siento tanto. Nunca quise hacerte daño. —Grace dio un paso hacia él, pero Joseph levantó una mano, deteniéndola.
—Necesito un tiempo para pensar —dijo, su voz temblando—. No sé qué hacer con todo esto.
Grace asintió, comprendiendo que sus acciones habían roto algo en su relación que quizás nunca podrían reparar.
—Te amo, Joseph. Y siempre te amaré. Solo que... —suspiró, buscando las palabras—. Solo que necesito ser esa misma mujer.
Grace señaló su diario. Sin embargo, la mirada rota de su esposo no se alejaba.
Joseph no respondió. Se quedó allí, inmóvil, mirando a Grace con una mezcla de incredulidad y dolor. Finalmente, se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Grace sola con sus pensamientos y el peso de sus acciones.
Ella salió del estudio directo a buscar a su esposo.
—Joseph…
Joseph apretó sus puños con fuerza y con un movimiento que Grace no pudo prever, la empotró sobre una de las paredes, besando su boca y acariciando con necesidad su cuerpo.
Fue algo realmente inesperado que la hizo suspirar, y no quiso apartarlo, necesitaba tanto a su esposo. Joseph desgarró su bata y mordió su labio mientras le daba fingidas embestidas.
—¿Esto es lo que quieres? —le dijo mientras no dejaba de besarla y tocarla.
—Sí —respondió en un jadeo. Joseph subió la bata de dormir de Grace, descubriendo que no llevaba bragas. Solo le bastó bajar su pantalón de chándal para penetrarla ahí mismo, mientras la tenía empotrada contra la pared. Los gemidos de Grace se hicieron más fuertes, sintiendo cómo su esposo era rudo con ella, y le encantaba.
—Eres mía, ¿escuchaste? Solo mía —dijo Joseph haciendo más rápido y fuerte sus movimientos.
—¡Oh por Dios! ¡Sí! —Grace parecía estar en un sueño. Le estaba gustando mucho la manera en la que Joseph la estaba tomando. Rasguñó su espalda en cada envestida y gemía cada vez más alto con cada segundo.
Después de unos minutos, sintió como se corría dentro de ella y Grace por fin tuvo el orgasmo que tanto había deseado, sin embargo, no podía borrar lo que hizo, había lastimado a Joseph.
—Debo ir a trabajar… —dijo al alejarse de su esposa y acomodarse la ropa.
Estaba actuando como si nada hubiera pasado. Él le dedicó una mirada resentida y luego se marchó hacia la habitación para hachearse. A Grace se le estrujó su corazón. No era su intención lastimarlo, pero desgraciadamente lo había hecho.