La cordura que le ofreció Joseph fue como un bálsamo relajante para su alma agotada y seca.
Aun recordaba la primera vez que la llevó a casa, aquella casa en los suburbios, lejos del ruido de la ciudad. Una paz que quería conservar para siempre.
Joseph resultó ser un hombre increíble.
—El cielo en esta época de año es tan hermoso como tu sonrisa. Me gustaría que lo viéramos juntos antes de que regreses a casa.
Eran frases y acciones que la hicieron darse cuenta de que él era el indicado. Aquella hermosa casa en medio de la naturaleza era como un refugio del cual no quería irse nunca. Incluso pensó si aquel hombre podría ser real.
¿Cómo no iba a enamorarse de Joseph? Si la primera cena con sus padres, él se encargó de hacerles de comer. Es la clase de hombre que disfruta cenar en familia.
Siempre se las arregla para ser el hombre más atractivo y humilde en cualquier parte. Ser amado incluso en el trabajo no era algo sencillo, pero él lo hacía ver tan fácil, solo siendo Joseph.
Se convirtió en su persona favorita de todos los tiempos y Grace habló muy enserio cuando dijo que quería vivir a su lado para toda la vida y morir juntos. Cuando pensaba en el hombre más increíble, su esposo siempre venía a su mente.
Quería rencarnar y volver a encontrarse en sus vidas futuras, hacer las cosas que hicieron una y otra vez. Tener hijos, los mismos hermosos hijos, y sobre todo…. Que la follara sin parar. Y se preguntó si pedía mucho al respecto.
Grace suspiró al recordar esos primeros días con Joseph. La forma en que la hacía sentir amada y segura, lejos del caos de la ciudad, había sido una bocanada de aire fresco para su alma. Sin embargo, a pesar de todo lo maravilloso que Joseph había sido y seguía siendo, la inquietud en su corazón no desaparecía.
Aquella tarde, después de acostar a los niños, miró a su esposo, quien se encontraba acostado en la cama viendo otro partido de béisbol. Parecía no tener suficiente de ese juego.
—Oh siii. Así, más. —Grace se las había ingeniado para seducir a su esposo y que aceptara tener sexo, pero inexplicablemente algo estaba mal.
Ella quería sentirse viva, pensar que Joseph aun la deseaba, pero él parecía más concentrado en el juego de béisbol que al sexo que estaba teniendo en ese momento.
—¿Estas bien? —Ella preguntó tratando de pretender que todo estaba bien.
—Si cariño, por favor sigue. —Joseph tomó con fuerzas su cintura mientras Grace se movía encima de su cuerpo con necesidad, y un momento después todo se vino abajo.
Pasó lo que tenía que pasar, sin embargo, mucho antes de tiempo. La decepción volvió a surgir en su interior dándose cuenta de que tal vez su esposo la estaba dejando de desear. Pero eso era decir que ya no la amaba y eso no era verdad. Tal vez la monotonía se había puesto en su contra.
—Perdóname. —Joseph se disculpó, pero ya no había nada que hacer, el momento se había ido, así como su propio orgasmo.
—No pasa nada —dijo para no hacerlo sentir mal.
Grace se dirigió a la terraza una vez más. La noche había comenzado, y la tranquilidad del lugar le brindaba un breve respiro.
Ella sabía que Joseph era un buen hombre y que su vida con él era estable y segura. Pero la seguridad no siempre traía consigo la felicidad completa. Recordando también que no siempre había sido así, pero tenía que aceptar que sus momentos de gloria estaban en el pasado.
Grace quería aceptar su vida de ahora y ver la pasión menguante de su esposo como una prueba, que solo sería momentánea, pero cada vez se sentía más sedienta.
El pequeño Tom entró a la terraza y se acercó a ella jalando de su bata de dormir.
—Pequeño, creía que ya estabas durmiendo —dijo con ternura.
—Mamí, no puedo dormir, ¿podrías ayudarme? —Tom miró suplicante a su madre y ella asintió, tomándolo en sus brazos mientras se dirigía a su habitación.
Joseph trató de acompañarla al verla en esa situación, pero Grace le dedicó una mirada tranquila para que no se preocupara.
—Recuéstate, te contaré un cuento. —Grace dijo dándole un pequeño beso a su hijo. Acarició un poco su cabello y no pudo aguantar las ganas de llorar.
—¿Qué tienes mami? ¿Estas triste? —El niño preguntó.
Grace negó mientras secaba sus lagrimas y abrazaba a su hijo.
Amaba a sus hijos y era feliz, pero también deseaba sentirse feliz con ella misma.
Mientras abrazaba a Tom, Grace se dio cuenta de lo complejo y hermoso que era su papel como madre. Amaba a sus hijos más que a nada en el mundo, pero esa noche, también comprendió que necesitaba encontrar un equilibrio que le permitiera ser tanto madre como mujer.
—Vamos, pequeño, cerremos los ojos y pensemos en algo bonito —dijo suavemente, acariciando el cabello de Tom.
El niño se acurrucó a su lado, cerrando los ojos con una expresión de confianza y tranquilidad. Grace comenzó a contarle una historia sobre un valiente caballero y una princesa, tratando de infundir en su voz toda la serenidad que pudiera. Poco a poco, Tom se quedó dormido, respirando de manera suave y regular.
Grace se quedó un momento más, observando a su hijo con ternura antes de levantarse y volver a su habitación donde su esposo ya estaba profundamente dormido.
Esa era su vida, una hermosa, pero al mismo tiempo desgastante vida de casada. Entonces recordó a alguien que hace mucho no veía y que seguramente seguía viviendo aquella vida de la cual ella se alejó.
Rita Powell, su mejor amiga.