Era tan difícil ser madre y querer sentirse mujer al mismo tiempo. Era como si no tuvieras más que esas dos opciones, no una tercera donde podríamos elegir ser ambas.
¿Qué pasa sí una mañana te despiertas y te das cuenta de que tu vida perfecta no es lo que siempre soñaste? Grace era una mujer de treinta y dos años que tenía su vida resuelta.
Esposa de un hombre con un puesto importante en la empresa de sus sueños, unos hijos hermosos, dignos de la apariencia de ambos padres y una casa envidiable. Grace tenía todo lo que una vez soñó, pero entonces… ¿Por qué no se sentía realmente realizada?
Recordó la época en la que se sentía libre, esa época donde las posibilidades podían ser infinitas. En especial, con él. Aquel amor de su vida que tuvo que dejar por su propia estabilidad emocional, pero que, a pesar de los años, se daba cuenta que no había olvidado por completo.
Grace estaba en su terraza, tenía la mirada perdida en el atardecer de aquel día, recordando como Alexander Baker le hacía el amor en el baño de aquel bar. La sensación vibrante de sus pieles tocándose, sus labios tomando los suyos con necesidad, mientras sus manos recorrían su cuerpo, tratando de llegar a un punto en el que ella suplicara por él.
Se rosó los labios con la yema de la punta de sus dedos, resonando los buenos tiempos. Ella sabía perfectamente reconocer cuando había vivido uno. Y lo peor de todo es que parecía que las escenas de aquellos tiempos no se iban.
Habían empezado una mañana mientras dormía plácidamente en su cama y el primer sueño húmedo de ella con Alexander apareció en su mente. Al despertar se dio cuenta que su pasado eran muy diferente a su presente, ahora era madre de unos bellos niños y una ama de casa ejemplar.
—Mamá, quiero comer. —Su hijo de apenas cinco años estaba junto a la cama, hablándole para que se despertara.
Grace le sonrió, porque a pesar de todo lo que extrañaba de su pasado, tenerlos a ellos era lo que nunca cambiaria.
—¿Tienes hambre, pequeño Tom? —Grace se puso de pie, poniéndose su bata y las sandalias de dormir—. Vamos a ver que podemos hacer hoy de desayunar. Pero primero veremos cómo está tu hermanita.
Grace se acercó a su hija, la cual estaba en su cuna, plácidamente dormida, tenia dieciocho meses, pero aun había noches donde se pasaba en vela con ella. Decidió dejarla dormir mientras ella y Tom bajaban a la cocina para preparar el desayuno.
Su vida en casa era más monótona de lo que realmente se había dado cuenta, las horas pasaban lentas, aunque compartía momentos a lado de sus hijos, al final Grace sentía que le faltaba más a su vida. ¿Era muy ambiciosa al pensar así?
—¿Dónde están mis bebés? —La voz de Joseph se escuchó a lo lejos mientras ellos estaban en el cuarto jugando con un montón de bloques.
El semblante de Grace no era el que una esposa enamorada pondría al saber que su esposo está de regreso en casa después de una jornada larga de trabajo.
El pequeño Tom se paró de la alfombra y corrió al escuchar a su padre.
Joseph era el mejor padre que pudo escoger para sus hijos, era amoroso, divertido y jamás venía de mal humor a pesar de lo mal que le haya ido en el día. Cargó a su hijo mientras le hacía cosquillas y le decía lo mucho que lo había extrañado.
Grace no pudo evitar sonreír al verlo. Joseph también hizo lo mismo con Sofí, su pequeña hija.
—Hola, amor. —Joseph saludó a Grace con un pequeño beso en los labios.
—Hola, Cariño. —Al igual que su esposo, Grace trataba de siempre estar alegre cuando él llegara.
Sabía que su esposo era tan encantador por dentro como por fuera. Nunca lo había visto mirando otra mujer, o le había descubierto una mentira. Pero entonces se preguntaba ¿cuál era el problema, sí era tan perfecto?
—Sabes que hoy vendrá Billy y Clark ¿verdad? —Joseph le recordó. Era el juego de Beisbol que tanto le apasionaba a su esposo.
—Lo sé, Miranda ha preparado unos bocadillos para ustedes. —Grace respondió yendo hasta su habitación. Tenia que alistarse para estar presentable cuando llegaran las visitas, por que era un hecho que traerían a sus esposas, de las cuales era muy amiga.
Joseph dejó a la pequeña Sofí en la cuna y encargó al pequeño Tom con Miranda. Siguió a su esposa hasta el amplio baño, la cual se quedó mirando al espejo cuando notó como su esposo se empezaba a desvestir.
Grace contempló con cuidado cada espacio del fornido cuerpo de Joseph. Él era demasiado atractivo. Ella estaba perdida en su panorama mientras su esposo le contaba como le había ido en el trabajo, pero Grace no estaba poniendo atención.
Quería volver a revivir la llama de la pasión entre ellos dos, quería ser más atrevida, y que su esposo lo fuera también. Cuando se dio media vuelta y lo observó con más deseo, Joseph la miró extraña.
—¿Qué?
—Te extrañé mucho. —Grace se lanzó a sus brazos para besarlo, pero en ese momento una llamada los interrumpió y Joseph la alejó para ir a responder.
Grace se decepcionó totalmente e incluso las ganas de tener sexo con él se esfumaron por completo. Lo peor de estar casada con alguien como Joseph, es que ella era una mujer demasiado demandante y que antes de conocerlo, tenía una gran libertad s****l. Algo que él no entendía, y ni siquiera le gustaba.
Grace había vivido su vida al máximo, pero su vida cambió con el paso del tiempo y extrañaba aquella sensación de libertinaje de la que disfrutaba. De nuevo, la imagen de ella empotrada en la pared mientras Alexander la penetraba con tanta dureza llegó a su mente.
Podía incluso recordar la sensación que la hacía sentir y sus gemidos sonoros dentro de aquella habitación. Grace sintió como su piel se erizaba, pero por las razones incorrectas.
Parpadeó un par de veces, tratando de alejar aquellas imágenes. Debía concentrarse. Joseph regresó de atender su llamada y simplemente se metió a la ducha. Grace soltó un suspiro preguntando a sí misma, ¿por qué se había casado con un hombre como Joseph?, pero la respuesta llegó tan pronto como formuló la pregunta.
Estaba harta de los chicos malos, hombres que follaban bien, pero que querían horriblemente mal, aquellos que la dejaron hecha mierda cada vez que se enamoraba y simplemente la dejaban de lado. Comprendió en ese entonces que debía cambiar su modelo de hombre y buscarse uno con quien formara una familia, fue así como conoció a Joseph.
Aunque años después, nunca imaginó que aquel pasado del cual se alejó y del que juró nunca regresar, volvería a tocar su puerta, haciendo que extrañara aquellos tiempos de locura y pusiera toda su vida de cabeza.