Un instructivo

1145 Words
Mientras salían del bar, aún riendo por los torpes movimientos de Joseph en la pista de baile, Grace sentía una ligereza en su pecho que hacía tiempo no experimentaba. La noche había sido divertida, una pausa necesaria en medio de sus preocupaciones. Pero de pronto, mientras las luces de la ciudad pasaban rápidamente por la ventanilla, se dio cuenta de que Joseph había tomado un desvío. —¿A dónde vamos? —preguntó con una mezcla de curiosidad y confusión. Joseph, sin dejar de sonreír, miró hacia el frente, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. Había algo travieso en su mirada. Poco después, se estacionó frente a una enorme residencia, un lugar tan lujoso que parecía más sacado de una revista que de la realidad. La fachada iluminada reflejaba opulencia, y aunque Grace no reconocía la casa, estaba segura de que quienes vivían ahí debían tener un sistema de seguridad comparable al de un banco. —¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó, ahora más intrigada. Joseph la miró con una sonrisa pícara, como si disfrutara de tener el control del momento. Esa chispa de aventura, de romper las reglas, era nueva en él, y algo en eso le resultaba tremendamente atractivo. Grace sabía que Joseph siempre había sido más reservado, calculador, pero ahora parecía estar inmerso en una fase de chico malo que, de algún modo, le daba un respiro. —Solo quería sorprenderte —dijo él, apagando el motor del auto—. ¿Nunca te has preguntado cómo sería entrar a una casa como esta? Grace lo miró, asombrada y divertida a partes iguales. Era absurdo, sí, pero también emocionante. Esa sensación de hacer algo prohibido, algo inesperado, la hizo sentir viva de nuevo. La adrenalina subió por su cuerpo mientras pensaba en cómo el Joseph que conocía nunca se atrevería a hacer algo tan impulsivo. —¿Estás loco? —dijo, pero no podía evitar reír—. ¿Qué se supone que haremos aquí? —Nada peligroso, solo… explorar —dijo Joseph con una sonrisa juguetona, abriendo la puerta del auto—. Vamos, Grace, vivimos una vez. Grace se quedó unos segundos en silencio, sopesando la locura de la situación. Sabía que era una tontería, pero al mismo tiempo, era justo esa locura la que la hacía sentirse libre, como en los viejos tiempos. Decidió seguirle la corriente. —Está bien, pero si nos atrapan, diré que fue tu idea —bromeó, saliendo del auto y cerrando la puerta. Joseph rió, y ambos caminaron hacia el jardín de la residencia. En ese momento, todo parecía irreal, como una aventura que les pertenecía solo a ellos dos. Grace se apoyó en su brazo, sintiendo que esa noche iba a ser más interesante de lo que había imaginado. Mientras caminaban por el inmenso jardín de la residencia, los ojos de Grace se iluminaron al ver la majestuosa piscina que reflejaba las luces de la casa como un espejo. El agua cristalina era tentadora, y la atmósfera estaba cargada de una especie de aventura silenciosa. Sin embargo, un recuerdo la golpeó con fuerza. La piscina le trajo a la mente la parte de su diario que Joseph había leído. Aquella noche en la terraza del edificio con Alexander, una noche llena de pasión y juventud desenfrenada. Grace se detuvo por un momento, sintiendo una mezcla de emociones. Miró a Joseph, quien estaba observando la piscina también, como si supiera lo que pasaba por su cabeza. —¿Vamos a meternos? —preguntó Joseph, con esa sonrisa traviesa que ahora parecía definirlo. Sabía que lo que él estaba haciendo no era simplemente buscar una diversión inocente. Joseph había leído su diario. Había leído todos esos momentos íntimos que ella había compartido con otro hombre, y en lugar de enojarse o distanciarse, Joseph había decidido ser el hombre que ella necesitaba en ese momento. Joseph era el tipo de hombre que, al conocer sus deseos, hacía lo posible por complacerlos, por hacerse cargo de la situación. La noche había comenzado como un simple escape de la rutina, pero pronto se transformó en algo más íntimo y profundo. Mientras Joseph besaba a Grace, ambos se entregaron completamente a la lujuria, dejándose llevar por el deseo. Sus manos exploraban con ansias cada rincón del cuerpo del otro, desnudándose lentamente en medio del jardín. La mirada de Joseph estaba fija en su esposa, maravillado por su figura, por cada curva, cada imperfección que la hacía perfecta a sus ojos. Ya desnudos, se deslizaron en la piscina, el agua envolviéndolos en un manto de calidez y silencio. Los besos de Joseph no eran solo de pasión; eran caricias llenas de amor y devoción, como si cada beso fuera una promesa de que él siempre estaría ahí para ella. Mientras se besaban, Grace se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo en lo más profundo de su ser: Joseph no solo la estaba complaciendo físicamente, sino que estaba buscando la manera de mostrarle que podían seguir siendo ellos mismos, de que podían seguir adelante a pesar de todo lo que había revelado su diario. Cada toque, cada caricia, se sentía cargada de significado. Joseph había convertido su diario en una especie de guía, una hoja de ruta para entender lo que a ella le gustaba, lo que deseaba en su vida íntima, y ahora él estaba cumpliendo con cada deseo no expresado de Grace. Mientras ella se recostaba en el borde de la piscina, el placer aumentaba con cada movimiento de Joseph, sus besos descendiendo por su cuerpo hasta que llegó al clímax de la intimidad. Los gemidos de Grace resonaron en el aire de la noche, elevados y desenfrenados, liberando toda la tensión acumulada de sus sentimientos encontrados. Pero justo cuando estaban en la cúspide del éxtasis, una voz cortó la magia del momento. —¿Quiénes son ustedes? —La voz de un hombre retumbó desde el balcón de la casa, interrumpiendo abruptamente su conexión. Grace se tensó de inmediato, y Joseph levantó la cabeza rápidamente. El sonido de la realidad golpeó fuerte y claro. Sus ojos se encontraron, entre sorpresa y un toque de pánico, sabiendo que habían sido descubiertos en un lugar donde no debían estar. —Mierda —susurró Grace, su respiración aún entrecortada, mientras intentaba procesar lo que acababa de ocurrir. Joseph la miró y esbozó una sonrisa traviesa, a pesar de la situación. —Creo que deberíamos salir de aquí, ¿no crees? —dijo en voz baja, tomando su mano mientras intentaban cubrirse y salir del agua lo más discretamente posible. La noche, aunque no había terminado como lo esperaban, les dejó claro algo: a pesar de los desafíos y de los fantasmas del pasado, ambos estaban dispuestos a luchar por lo que tenían, incluso si eso significaba salir corriendo de una piscina ajena en mitad de la noche.
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