Capítulo 6
Un nuevo día comienza para mí. Voy llegando al hospital para sentarme en mi oficina y poner al día con el caso del niño que nos corresponde operar la semana que viene.
Samuel Estrada, un niño de once años de edad que necesita un trasplante de pulmón. No fue fácil para nosotros dar con un donante, fueron casi dos años de un arduo trabajo de parte del personal médico junto conmigo.
Hicimos de todo para poder mover cielo y tierra para que la vida de ese niño se prolongara más. Supe que los padres lloraron de felicidad al ser llamados desde la administradora para darles la buena noticia. Yo por mi parte, me siento feliz de poder ser parte del proceso. Aunque mi especialidad es la neurocirugía, estoy capacitado para llevar a cabo este procedimiento.
—¡Doctor Butler! —la voz de Anita me hace levantar mi rostro— ¡Tenemos una emergencia! ¿Podría por favor acompañarnos? —nuevamente Anita pierde el control.
—Dime con calma lo que ocurre, por favor
—Paciente masculino de cuarenta y tres años con un aneurisma cerebral. Lo necesitan con urgencia en el quirófano —no la dejo seguir hablando, tomo mi bata y salgo casi que corriendo hacia la sala de emergencia con Anita pisándome los talones. Al tratar con un aneurisma hay que proceder de inmediato para corregir. El aneurisma cerebral es preocupante porque si se rasga o rompe, ocasiona un sangrado dentro o alrededor del cerebro que se conoce como accidente cerebrovascular hemorrágico. Un aneurisma reventado puede rápidamente convertirse en una amenaza mortal, y por ello amerita tratamiento médico inmediato.
Entro al quirófano, previamente ya desinfectado y con todo el uniforme puesto, ya que es Anita quien me ayuda a colocar todo. No pierdo tiempo, comienzo con la ayuda de los doctores y la asistente instrumental a comenzar la operación. Procedo con un grapado quirúrgico, es un procedimiento que cierra un aneurisma. Quito una sección del cráneo para acceder al aneurisma, ubico el vaso sanguíneo que lo alimenta. Luego, coloco una pequeña grapa quirúrgica de metal en el cuello del aneurisma para detener el flujo de sangre que llega a él.
Dos arduas horas en quirófano, apoyándonos y trabajando en equipo para que el paciente pueda estar estable y así ser sacado del peligro.
—Colegas, hicimos un excelente trabajo, mis respetos para ustedes —todos suspiran aliviados una vez que el paciente es llevado a sala de recuperación, algunos aplauden y otros simplemente sonríen un poco mostrando la felicidad que los embarga ser parte de todo esto— Yo invito el almuerzo hoy, siéntanse libres de pedir lo que quieran —Ahora sonríen con más ganas. Siempre es de esta manera, cuando trabajamos juntos y nos va bien, termino ofreciendo la comida para el equipo que trabajó en quirófano, y donde normalmente seríamos ocho personas, terminamos siendo casi todo el personal que está de turno que termina en la lista. No me quejo, ni me disgusta, realmente la comida del hospital no es muy buena que digamos, y la mayoría de ellos trae su propia comida de casa, así que me alegra más bien poder compartir con todos ellos.
Cansado, me dirijo hacia mi oficina para seguir con mi trabajo, luego de aquí tengo que ir a la clínica donde soy dueño y también tengo a mis pacientes los cuales tienen las posibilidades de gastar mucho dinero por la mejor atención.
—Doctor —Anita entra con un par de carpetas—. Hay una mujer que desea verlo, se encuentra afuera, ¿la hago pasar? —asiento mientras me quito la bata y tomo asiento en mi silla. Anita deja las carpetas en mi escritorio y no necesita decirme que es, ambos sabemos que son más casos de pacientes buscando una oportunidad de ser operados.
—¿Puedo pasar? —lo veo, y no lo creo. Samira Roldán se encuentra en mi oficina buscando mi presencia. Está vestida con un pantalón ajustado corte alto, una franela gris con un estampado extraño, metida por dentro, y una chaqueta de terciopelo color vino, y su cabello sujetado de forma desordenada. No puedo evitar preguntarme si se viste siempre así, me gusta su estilo— ¿Otra vez mirándome con esa mirada acusatoria, doctor?
—¿Otra vez de prejuiciosa, señorita?
—No soy una prejuiciosa
—Y yo no soy lo que usted piensa de mí—. Dígame, ¿a qué le debo el honor de su visita?
—No se haga el que no sabe —toma asiento con una actitud bastante altiva y cruza sus manos en mi escritorio— Mi padre insiste en que necesito ayuda profesional para tratar con mis hábitos alimenticios, según él, mi vida corre peligro por comer como lo hago
—Su padre está en lo cierto
—Hasta ahora no me ha pasado nada malo
—No tientes a la suerte Samira, llegará el momento donde tu cuerpo comenzará a dar señales
—¿Ya nos tuteamos? —pregunta con una ceja alzada mientras suprime una leve sonrisa— Si mi cuerpo comienza a dar señales de humo, para eso estas tú, para hacer el trabajo
—Seré tu doctor, así que es mejor poner los puntos claros. No te vuelvas a dirigir a mí de esa manera, no soy responsable de tus hábitos y tu cuerpo, soy y seré únicamente responsable de tu alimentación y lo que ocurra con el cuándo yo no esté presente será únicamente bajo tu responsabilidad. Y por último, tu padre es quien me ha contratado, pero no por ello seré tu marioneta, al primer disgusto, simplemente te las apañaras sola. ¿Quedó claro, señorita Roldán?
—Al parecer, hemos comenzado con el pie izquierdo, o alguien anda de mal humor —se pone de pie mientras yo la observo— Pero, sinceramente no me importa. Únicamente lo hago por quitarme a mi papá de encima, yo como estoy, me siento bien —se pone de pie y camina hacia la puerta de salida
—¿Segura? —me pongo de pie también y la veo fijamente— Tus acciones me demuestran otra cosa —la veo sin romper el contacto visual, ella de igual forma, me está retando con la mirada, pero toda esa actitud de altanera es solo una coraza, una muy fuerte que Samira Roldán ha creado debido a los daños emocionales que ha sufrido
—Comenzamos mañana a primera hora. Le dejaré la dirección de mi departamento en un mensaje, no llegue tarde —se da la espalda y toma la manilla de la puerta en su mano dispuesta a irse
—¿Cómo se dice? —la veo sin ninguna expresión en mi rostro, ella duda por un momento, pero luego suspira dándose por vencida
—Por favor —me ve y puedo notar que se está conteniendo de mandarme al carajo, pero no me importa. Al parecer la niña no nada más necesita ayuda con su forma de comer, sino también con su educación. Sonrío a propósito y ella rueda sus ojos y sale cerrando de manera no muy delicada la puerta de mi despacho. Me quito los lentes de lectura y me paso las manos por mi rostro, al parecer trabajar con ella no será nada fácil.