Alejandra, estaba de pie frente al retrato de su padre, lo detallaba con seriedad y preocupación, aún sin poder creer, que ese era el mismo hombre que había llegado el día anterior, y con el que habían desayunado un par de horas atrás.
-¿Qué sucede, Alejandra? – Preguntó Edmundo lleno de curiosidad, ya que la encontró en medio del pasillo donde colgaban las pinturas.
Su hija le prestó atención con prontitud, dedicándole la misma mirada analítica. -Dicen que ese eres tú, pero… - aunque le habló con confianza, se detuvo dubitativa, regresando la vista a la pintura.
-¿Por qué dudas de que sea yo? – Cuestionó él con intriga, sin dejar de observarla.
-Porque ese hombre se ve… – se detuvo un momento y se giró a verlo. - ¿Puedo hablar con honestidad? –A pesar de todo, obedecía ciertas lecciones de su madre: la prudencia al hablar era de suma importancia.
-Sí, si puedes – le otorgó su consentimiento, dejando a la niña regresar su atención al retrato.
-Luce extraño, enojado y triste – entonces Edmundo contempló el retrato, recordando los días en los que fue pintado. En ese instante, reconoció que su hija era muy perceptiva; en efecto, se sentía de esa forma, ya que su madre tenía seis meses de haber muerto y su padre, ya estaba organizando su boda.
-¿Ahora no luzco de esa forma? – Interrogó de nuevo.
La niña volteó otra vez a verlo, para darle una sonrisa amplia. –No, luces preocupado y cansado; pero, hay alegría… - se detuvo con inquietud. -¿Estoy siendo imprudente? – Cuestionó temerosa.
-No – correspondió a la sonrisa, acercándose para agacharse y quedar a su altura. –Dime Alejandra, ¿qué deberías estar haciendo en este momento? – Su pregunta provocó a la niña hacer una mueca.
-Debería estar en la clase de canto – le reveló con desagrado.
-¿No te gusta? – Le interrogó con interés.
-No, preferiría estar con Beatriz en la clase de música – estaba apenada, pero fue honesta.
-Ve con Beatriz – concedió Edmundo y se puso de pie.
-¿De verdad? – Ella estaba incrédula.
-Sí. Hablaré con tu madre. Ahora, ve – le animó con confianza.
Alejandra comenzó a caminar, cuando dio vuelta por el pasillo, asegurándose de que ya nadie la veía, fue que corrió hacia la sala de los instrumentos. Conforme iba avanzando, escuchó un sonido que no reconocía; entonces, cuando entreabrió la puerta del salón, fue que descubrió que era el piano siendo tocado. Era su primera vez escuchándolo, ya que se decía que solamente su padre podía tocarlo, ya que los varones de la familia real estaban obligados a aprender. Por ese motivo, Catalina había hecho que sus hijas estudiaran un instrumento diferente; no obstante, no era su padre quien lo tocaba, sino un niño de cabello castaño. Quedó absorta ante la música que escuchaba, era sublime y perfecta para sus oídos.
-¿Qué haces aquí, Alejandra? –Escuchó la voz severa de su madre.
-Papá dijo, que podía venir a tomar la clase con Beatriz – se excusó con descaro, dedicándole miradas fugaces al pequeño.
-La clase de Beatriz ha sido pospuesta… - su madre le informó, notando que estaba interesada en lo que sucedía en el interior.
-¿Puedo quedarme de cualquier forma? – Catalina la miró con duda, era la primera vez que observaba que un instrumento captaba su atención; ya que siempre batallaba con ella y las clases que tomaba; así que asintió. –Está bien – le concedió. – Pero, tendrás que comportarte – sentenció, y terminó de abrir la puerta por completo, otorgándole la entrada.
Catalina, había decidió permitir que Edred tuviera cierta educación; no igual a la de sus hijas o la de los nobles, por supuesto; pero, no podía permitirse que el niño fuera un iletrado o no tuviera una profesión. Sin embargo, se estaba llevando una sorpresa, ya que el pequeño tenía no sólo conocimientos, sino una gran habilidad con el piano. Al parecer, había recibido instrucción y de nueva cuenta, las preguntas desfilaron. ¿Quién había pagado por la educación? ¿Su madre pertenecía a la nobleza? ¿Había sido Edmundo quien le enseñó? Después de todo, la sangre de la familia real corría también por sus venas.
-Lo siento – salió apresurada del salón, con la maraña de sentimientos en su interior.
Edred terminó la pieza. -Señorito, no me queda más que recomendar que siga practicando – le sugirió el profesor. –Recuerde: “La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar dichos conocimientos en la práctica.” Le dejaré estas partituras – extendió los papeles y salió de la habitación.
Edred, estaba observando las partituras cuando Alejandra se colocó a un lado de él, prestando atención también. Se giró a ver a la niña de cabello rojo y sonrió, porque era la primera vez que alguien se le acercaba con interés.
-¿Sabes lo que significa? –El niño apuntó a las notas que estaban en el pentagrama.
-Sólo esta parte – confesó, ya que en la clase de canto, solamente le enseñaron a leer la clave de sol.
-Bien, esta es la clave de fa – le mostró el símbolo, emocionado, al fin tendría un amigo.
Esa fue la forma, en la que Alejandra y Edred se conocieron.
El niño dio por finalizada la clase, una vez que terminó de explicarle la teoría musical, así como las posiciones en el piano.
-Necesitas practicar mucho – recomendó; - así que, deberías quedarte – a pesar de que deseaba continuar con ella, mostrándole; recordó que debía ir a ayudar con el jardín, una de las tareas que le habían asignado antes del desayuno.
-De acuerdo – la pelirroja aceptó, quedándose a practicar.
El sonido que hacía el piano, hacía percatarse de la inexperiencia del pianista. Edmundo entró a la habitación, sonriendo al descubrir a la pequeña intentando tocarlo y se sentó a un lado de ella.
-No, empieza con este ejercicio – le mostró y para su sorpresa, la niña captó con rapidez, ejecutándolo con pericia.
Ambos estaban absortos tocando el piano, que no se percataron del momento en que Catalina llegó, permaneciendo en la puerta, observándolos.
Comenzó a sentirse un poco tonta, ante su auto imposición de que las niñas no aprendieran ese instrumento, ya que no existía ninguna regla o ley al respecto. Las ideas, la condujeron ante el hecho de que una de sus hijas podría ser excluida de su absurda exigencia, eso la hizo cambiar de actitud; además, el percatarse que era el primer día y Alejandra ya había obtenido la atención de su padre, la hizo sonreír emocionada; eventualmente, Edmundo iría inmiscuyéndose en la vida de sus hijas. Y estaba agradecida con él, por mostrarse con disposición.
Los dejó solos en el salón, y permitió que Alejandra no realizara ninguna de las actividades de la mañana. Ya por la tarde, después de la comida, cuando Edmundo se fue al despacho a trabajar, la niña se aventuró a jugar al jardín, donde se encontró con Edred, quien aún no terminaba con su tarea con las diferentes flores que estaban plantadas.