-Edred, ¿ya cenaste? – La voz casi se le quebró, a causa de la aflicción que había comenzado a nacer en su pecho.
-Ya señora – respondió carismático y le regaló una sonrisa sincera; mientras Catalina, había dado pequeños y lentos pasos en su dirección.
-¿Te harás cargo tú personalmente de él? –La voz imperiosa de Edmundo la detuvo.
-Si será un trabajador de la casa, será mi responsabilidad – aseveró, provocando que su esposo asintiera en señal de comprensión y aceptación.
-Ven, te mostraré cuál será tu habitación – extendió la mano hacia el niño, que se apresuró a tomarla.
Cuando estaban a punto de salir, el pequeño volteó a ver al corpulento hombre, sonriéndole lleno de felicidad.
Catalina iba inmersa en sus propios pensamientos. La presencia del pequeño, sería el eterno recordatorio de su deficiencia como mujer; no obstante, el sentido materno se manifestó con la misma intensidad, y eligió ese camino. Quizá, podría lograr tener la familia que siempre soñó: una numerosa y al menos con un varón. A esas alturas de su vida matrimonial, ya no le importaba cómo obtener lo que deseaba.
Todo el trayecto hacia el área de la servidumbre, la recorrieron en completo silencio.
-Flora, trae sábanas limpias a la habitación que está al final del pasillo – ordenó, pasando de largo a los empleados que estaban ahí reunidos; que cuando se alejaron, empezaron a murmurar.
Catalina, abrió la puerta para mostrarle la habitación. El pequeño se soltó con rapidez e inocencia, para pasearse emocionado por la alcoba.
-Dime Edred, ¿dónde está tu madre? – Necesitaba respuestas a las preguntas que no se atrevía a hacerle a su esposo.
El castaño se detuvo de súbito, agachó la mirada con pesar y se tomó unos segundos antes de contestar abatido. –No lo sé, señora – Catalina entrecerró los ojos y caminó hacia la cama.
-Y… ¿tú padre? – Se sentó sin ver al pequeño, temerosa ante la respuesta. Y es que la esperanza se albergaba en su corazón inexplicablemente.
El niño alzó la vista, para responder sin dolor. –No lo conocí – la hizo fruncir el ceño y que girara a verlo.
-¿Tú madre no te habló de él? – Cuestionó otra vez incrédula.
-No, ella no hablaba, se la pasaba llorando todo el día – Catalina suspiró profundamente y con preocupación.
-¿Pasaste hambre? – Edred agachó la cabeza de nuevo, asintiendo levemente. Se sintió indignada, simplemente no podía entender cómo una madre no se preocupaba por sus hijos. -Está bien, ahora estás aquí, y aunque las labores son intensas, no te faltará nada – le habló con resolución; mientras se ponía de pie. –Mañana te levantaremos temprano, comenzarás con pequeñas trabajos y ya después, iré determinando cuáles serán tus funciones de manera permanente – un golpe en la puerta se escuchó. – Pasa – la empleada entró con lo que le habían pedido. –Flora, ayuda a Edred a preparase para dormir – entonces, fijó sus ojos con cierta severidad en el niño. - Duerme, intenta descansar, porque mañana será un largo día – le informó y salió de la habitación.
Las conjeturas llegaron de nuevo: posiblemente, había sido el primer amor de Edmundo; al que tal vez, le había prometido matrimonio, pero terminaron casándolo con ella; probablemente, por ese motivo no se había enterado del niño. Seguramente, había pasado esos años arreglando la situación, porque en definitiva, Edred tendría un mejor futuro con ellos.
Quizá, su abnegación le estaba brindando respuestas ingenuas; pero le era necesario mantener la prudencia y la sensatez.
Como de costumbre, realizó la rutina para llevar a las niñas a dormir, dio las últimas indicaciones a la servidumbre y se fue a su recámara, y aunque tardó en quedarse dormida, lo hizo; una vez más, sola.
La mañana llegó sin contratiempos. Catalina, se despertaba a la par que la servidumbre, era una mujer muy disciplinada, que desde primera hora del día, se encargaba hasta del más mínimo detalle de las actividades.
Estaba dando indicaciones a todos los empleados, y particularmente, asignando tareas sencillas para Edred. Las cocineras, ya estaban trabajando con el desayuno, cuando Thomas apareció en la cocina, sin haber transcurrido ni 15 minutos de haber comenzado.
-¡Buenos días, señora! – El hombre, saludó con la acostumbrada reverencia.
-Buenos días, Thomas – respondió al saludo. -¿Dónde desea mi esposo desayunar? – Preguntó de inmediato, porque con toda seguridad, Edmundo seguía manteniendo las mismas costumbres que le había demostrado en los primeros 5 años de su vida matrimonial.
-En el jardín, señora – informó con prontitud.
-Flora, encárgate de la cocina, iré a preparar a las niñas – ordenó, mientras se quitaba el mandil.
Acostumbraba encargar a otras empleadas la tarea de las niñas, pero ese primer día en el que Edmundo había regresado, quería prestar especial atención en la vestimenta y comportamiento de sus hijas.
Entró a la habitación de Diane, que ya estaba despierta y comenzando a vestirse con ayuda de su doncella personal. Catalina, dio indicaciones precisas acerca del vestido que debía usar su hija mayor, así como del comportamiento que debía demostrar. Tan pronto terminó, se dirigió a las recámaras de Carlota y Beatriz, dando las mismas órdenes. Dio un profundo suspiro antes de entrar a la habitación de Alejandra, porque era la más inquieta y traviesa de las cuatro, eso le dificultaba el trabajo.
-¿Se volvió a salir? – Preguntó abatida tan pronto vio a la doncella abriendo las puertas de los armarios.
-Así parece ser, señora; no la encuentro – respondió desalentada la mujer.
Edmundo ya estaba en el jardín, leyendo el periódico y esperando porque el desayuno fuera servido. Escuchó un sonido extraño detrás de los maceteros, bajó el papel ligeramente, para descubrir el rostro de la niña asomándose por en medio de las orquídeas. Ojos verdes curiosos, ingenuos e intrépidos, que lo penetraron hasta lo más profundo de su ser. La mirada lo hizo sonreír.
-Tendré que pedirle al clérigo que venga, porque hay fantasmas en esta casa – habló en voz alta y con cierto tono serio, para cubrise con el periódico de nuevo.
Escuchó una segunda vez el sonido, seguido de una risa traviesa.
Actuó con rapidez, dejó el papel sobre la mesa, se puso de pie para dirigirse hasta el macetero; entonces, Alejandra se levantó emocionada, y corrió en medio de risas hacia la casa.
-¡Señorita! –Flora la llamó tan pronto la vislumbró. –Su madre la está buscando – la cargó de inmediato para llevarla a su habitación.
-Hay un señor que no conozco en el jardín – apuntó hacia el lugar, mientras le hablaba con entusiasmo.
-El desayuno está listo y tiene que prepararse, señorita – esquivó el comentario, por prudencia decidió dejarle la conversación a la duquesa.
-¿Dónde estaba? –Catalina, preguntó en medio del pasillo cuando las vio.
-Afuera, señora – le entregó a la niña con rapidez.
-¿Ya te vio tu padre? – Catalina preguntó afligida, pero Alejandra no le había prestado atención a sus palabras.
-Mamá, hay un hombre en el jardín – le informó con mismo el entusiasmo, y eso le dio respuesta a la pregunta.
-Sí, ese es tu padre – el comentario la hizo fruncir el ceño. - Flora, que sirvan el desayuno – Catalina terminó por solicitar, llevándose a su hija hacia el jardín. Ya era demasiado tarde para preocuparse de que Edmundo la viera con un mejor atuendo.
Todos estaban en la mesa. Catalina, se sentía satisfecha con el comportamiento de Diane y Carlota, que estaban bien sentadas y comiendo de acuerdo a los protocolos que ya les había enseñado; Beatriz, se esforzaba por copiar las actitudes de sus hermanas mayores, le costaba un poco más, pero lo estaba logrando con lentitud. No obstante, con Alejandra tenía un sentimiento de congoja, ya que no paraba de interrumpir con sus constantes risitas juguetonas.
Edmundo observó a sus hijas, percatándose que Alejandra era la más desafiante.