6. Amigo

1058 Words
-Estás podándolas mal – le habló con pena, porque su madre tenía mucho cuidado del jardín, y sabía que el pobre niño sería acreedor de un buen regaño por hacerlo mal. Aun y cuando no era culpa del pequeño, el jardinero encargado de ayudarle y explicarle, lo dejó con rapidez cuando otro empleado sufrió un accidente, y este tuvo que ir a ayudar en otra área. -Es que me explicaron, pero no comprendí muy bien – le confesó con pesar. -Déjame ayudarte – la pelirroja, tomó unas tijeras, y terminó por cortar la rama del rosal, en el lugar y ángulo correcto. -¿Viste? Es a esta distancia y así – justo cuando estaba por sacar la mano, se espinó a profundidad, provocando que la sangre saliera al instante. No lloró, simplemente sacó la mano a gran velocidad y apretó el dedo, para aminorar el dolor. -¿Qué sucedió? –Edred preguntó al instante, al observar la extraña reacción de la niña. -Me espiné – le hizo saber con una mueca en su rostro. -Déjame ver – se acercó con rapideza ella; la niña, no muy convencida, le extendió la mano. -Es por eso que debes usar guantes – Edred la reprendió, observando que tanto daño le había hecho la espina. -Los guantes son muy grandes para mí, no hubiera podido agarrar las tijeras; además, ya me he espinado antes, no me dolió – había mentido en lo último, a pesar de que conocía la sensación de la punzada en su cuerpo, no podía evitar sentir dolor. Edred le dio la razón, los guantes no le hubieran permitido hacer el corte. –Vamos a la cocina, para que te curen – propuso con sabiduría. -No, estoy bien - retiró su mano de entre las de él. Sabía que si la veían en la cocina, la pondrían a hacer las tareas que le habían sido asignadas. - Iré a jugar, ¿quieres venir conmigo? –Lo invitó. El niño se giró a ver todas las rosas que le faltaban, no podía abandonar la actividad. –Tengo que terminar con todos los rosales – no se negó, sólo le dio su motivo para no poder ir. -Si te ayudo, ¿jugarías conmigo? – Se ofreció, porque ella no gozaba de compañeros de juego. -No quisiera que te volvieras a espinar – el pequeño confesó con preocupación. -Tendré mucho cuidado, lo prometo – la niña habló con rapidez y emocionada. Edred entrecerró los ojos, dio un profundo suspiro y terminó por asentir. –Está bien, pero dejarás la actividad si te espinas de nuevo – sentenció. -¡De acuerdo! – Alejandra, tomó de nuevo las tijeras y se unió a la actividad. -¿Cuánto tiempo practicaste el piano? –Edred comenzó la conversación, mirándola concentrada con el rosal. -Hasta que mamá nos llamó para la comida – informó sin perder de vista la rama que debía cortar. -Recuerda que tienes que practicar mucho, tal como me dijo el profesor – le recordó con cierto tono de mando. -¿Mamá también te asignó labores? – Alejandra preguntó con esperanza. El niño ya había mostrado interés en jugar con ella, tal vez, ya podría hacerse de un amigo que estuviera disponible. -Sí. ¿Ya terminaste las tuyas? – No esperaba que le cuestionara aquello, por lo que volteó con culpabilidad; pero no respondió, ya que ella no solía hacer las tareas. -Lo estás haciendo otra vez mal – desvió la conversación. Le explicó de nuevo, y aunque fue ella quien podó las mayor parte de la rosaleda, Edred finalmente aprendió. Lo condujo a su área preferida para jugar, la zona arbolada del castillo, donde ella solía perderse por horas jugando. El atardecer anunciaba el final del día, habían pasado toda la tarde observando insectos y hablando de los árboles, un amplio tema en el que Alejandra era conocedora empírica. -¿Jugarías mañana otra vez conmigo? – Preguntó con ilusión, mientras iban de camino hacia el castillo. -Sí, por la tarde, después de que los dos hayamos hecho nuestras tareas – la respuesta la hizo tener sentimientos encontrados: le entusiasmaba tener al fin alguien con quien jugar, pero le molestaban las aburridas clases, y el tener que cumplir con las tareas del hogar, le quitaba valioso tiempo de diversión. -Está bien – aceptó. Era un precio que estaba dispuesta a pagar; después de todo, esa tarde había sido para ella mucho más divertida que todas las que había tenido en la soledad. Llegaron a tiempo a la hora de la cena, sin que nadie les recriminara por el tiempo que habían pasado en el bosque. El segundo día que transcurrió, después de la llegada de Edmundo y Edred, no disto en mucho del primero. Alejandra era de las primeras en aparecerse por el jardín, donde su padre ya estaba leyendo. -¡Buenos días, Alejandra! – Habló si bajar el periódico, tan sólo con escuchar el ruido, supo que era ella. -¡Buenos días! – Saludó llena de energía. -¿Qué hiciste ayer por la tarde? – Le cuestionó con interés. La niña no pudo ocultar su expresión de culpabilidad. –Fui a jugar – aceptó. Edmundo, sabía que Alejandra era la rebelde de sus hijas, necesitaba cierta disciplina y una autoridad, porque no quería que se convirtiera en una mujer mal educada, que fuera mal vista por la sociedad y con ello, se quedara soltera. Suficiente era para él, tener que lidiar con las burlas y desprecio porque sólo tuviera mujeres. A pesar de ello, reconocía que podía encontrar un buen hombre, que se enamorara de su espíritu aventurero; pero ella, tendría que aprender a manejarlo de manera prudente. -¿Qué clases tienes hoy? – Le vio otra vez una mueca de desagrado. -Costura – la palabra salió de su boca con malestar. -¿No te gusta? – La vio negar en repetidas ocasiones. -¿Cuáles son tus clases favoritas? – Había comenzado el interrogatorio, con el fin de conocerla. -Ninguna – Edmundo se carcajeó. Era lógico, la niña apenas si tenía 5 años. La servidumbre comenzó a llegar con el desayuno, y casi con ellos, todas las mujeres de su vida. Edmundo, puso especial atención en su hija menor, corrigiéndola en lo mínimo, pero con certeza de que existiría un cambio.
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