Edmundo, había destinado su mañana para trabajar, cuando un golpe en la puerta de su despacho, que apenas si se escuchó, lo distrajo. Fue a abrirla dudoso, sólo para corroborar que no había sido una alucinación de su oído; fue cuando descubrió que era la pequeña, que se encontraba con una expresión insegura.
-¿Qué sucede? – Estaba un poco extrañado ante la situación.
-¿Podrías ayudarme con mis clases de piano? – Le pidió, siendo él su segunda opción, porque había ido primero con Edred, quien estaba ocupado con otra actividad; incluso, el pequeño ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de la niña; así que, al no obtener siquiera su atención, fue en busca de su padre.
-Vamos – aceptó y cerró la puerta, tomó a su hija de la mano, para dirigirse a la sala de los instrumentos.
Pasó de nuevo la mañana con la niña, percatándose de que era una buena alumna, que nada de lo que había oído, se asemeja a lo que él estaba descubriendo en ella. Tenía habilidad, su interés la hacía aprender rápido, que cuando lograba dominar una parte, la hacía tocar con naturalidad. No había lugar a dudas, Alejandra había nacido para tocar el piano.
Catalina llegó a la sala, no sólo porque se escuchaba la música, sino además, porque la niña no había llegado a su clase de costura.
Edmundo, se percató de la presencia de su esposa con prontitud. -Sigue tocando esa parte – le habló a la niña, para ponerse de pie, caminando hacia Catalina.
-Hablemos de las clases de Alejandra – fue totalmente directo.
-Por supuesto – Catalina cerró la puerta, posicionándose unos cuantos pasos de la misma, receptiva ante lo que le iba a decir su esposo. -¿Qué deseas saber? – Colocó sus manos atrás, prestandole atención.
-Encuentra un buen profesor de piano – le pidió.
-De acuerdo – ella también ya lo había considerado.
-Que comience a venir un profesor para que aprenda a leer, a escribir y que también le enseñe matemáticas – esas eran otros conocimientos que él también quería que empezara.
-Pero ella comenzaría hasta el próximo año – Catalina reveló con cierta sorpresa, así como escandalizada.
-No, lo mejor será que comience de una vez – consideró que era lo mejor. A su parecer, la niña necesitaba un verdadero reto.
-Se hará como digas. Sólo quisiera que consideraras, que si comenzará con la educación como sus hermanas, entonces, deberá continuar con la clase de francés e historia – Catalina, anhelaba que se preparara en costura, baile y definitivamente en cortesía, pero eso, lo dejaría para después.
-Sí, me parece bien – aceptó, también eran dos materias importantes.
Dieron por terminado el tema, y regresaron a sus actividades del día.
Esa conversación, fue el inicio de su acercamiento como padres.
Después de la comida, Alejandra corrió a la cocina, donde tenía actividades junto a las cocineras. Era sumamente extraño ver a la niña haciendo tareas de la casa; sin embargo, la idea de tener alguien con quien jugar, la hizo cumplir con la parte del trato que había hecho con Edred. Hizo todo tan aprisa, que terminó antes de lo esperado, y salió en busca del niño.
-¡Aquí estás! – Le dijo con la respiración entrecortada, estaba agitada, llevaba 15 minutos corriendo de un lado hacia otro, buscándolo.
-Hoy me mandaron a cuidar a los caballos – había estado batallando con el cepillo, porque era la primera vez que hacía algo como eso.
-¿Ya terminaste? – Le cuestionó desesperada.
-Aún no; pero, solamente me falta este – apuntó al cuadrúpedo mientras sonreía con ánimo, transmitiéndole el mismo entusiasmo.
-Te espero – ella se fue a sentar a unos cuantos pasos de dónde estaba el niño.
-¿Cómo te fue en tus clases del día de hoy? – Edred le preguntó con interés, sin dejar de cepillar al caballo.
-Hoy practiqué piano toda la mañana – le informó con cierto orgullo, porque estaba siguiendo sus consejos.
-¡Qué bien! – Volteó a ver emocionado.
Otra tarde en medio de juegos, con temas de la naturaleza que los rodeaba, donde Alejandra una vez más fue la instructora. Llegaron de nuevo a tiempo a la hora de la cena, sin que nadie les dijera nada.
El día estaba a punto de terminar para Catalina, había cumplido con sus tareas previas para que ella, finalmente se acostara a dormir; no obstante, escuchó un golpe en la puerta, que la desconcertó porque ya era tarde.
-Soy yo, ¿puedo pasar? – Su turbación fue aún mayor, Edmundo quería entrar a su habitación.
Se sintió defraudada, como esposo no solía pedir autorización para entrar; sin embargo, pudo comprender la incomodidad de la situación, tenían años de no intimar. Y con toda certeza se estaba adelantando, era una posibilidad, que él simplemente deseara explayarse en el tema de las clases de su hija menor.
-Sí, puedes pasar – avisó, mientras se ponía la bata sobre el camisón de dormir.
Tan pronto entró y la vio con el atuendo provocador, no pudo disimular su fascinación. Siempre le había parecido una mujer preciosa: con su cabello rojizo, los ojos avellanados y esa expresión apacible; se sumaba un cuerpo maduro y bien definido, que le provocaba físicamente. Se acercó a ella, tocó su mejilla sin contenerse, ya que sabía que como esposo, podía reclamar sus derechos en la cama en el momento que él quisiera; sin embargo, él había sido educado de una forma diferente por su madre, y requería de cierta señal para asegurar el consentimiento por parte de ella.
Catalina también lo deseaba, tenían años de no verse, y el que él estuviera mostrando interés físico en ella, elevó la confianza de su posición en el matrimonio. Durante los primeros años de casados, Edmundo se mostró como un hombre de pocas palabras y bastante pragmático; pero que con el cuerpo, sabía expresarse bastante bien; siempre había logrado entablar una comunicación corpórea perfecta. Y esa noche, no fue la excepción.