Conforme los días pasaron, bastantes cosas comenzaron a suceder. El matrimonio de Edmundo y Catalina comenzó a mejorar, la intimidad había hecho germinar una parte importante de su relación: la comunicación, seguida del cariño que ella había esperado durante años tener.
Catalina, no sabía si el cambio en la actitud de Edmundo se debía a Edred, o quizá a Alejandra, ya que fue ella la primera que lo hizo reaccionar hacia la familia; en cualquier de los casos, estaba agradecida, finalmente estaban viviendo días buenos, como la familia feliz que siempre soñó.
Edmundo, se mostró participativo en las actividades diarias de la casa, así como de sus hijas, eso le permitió darse cuenta de las personalidades de las niñas.
Diane, al ser la mayor, tenía cierta exigencia por parte de su madre, lo que la hacía ser auto disciplinada, ya que sabía, sería un ejemplo a seguir para sus hermanas. Era extremadamente organizada con sus pertenencias, responsable de sus tareas y clases, prudente y obediente a todas las reglas e indicaciones de sus autoridades. Se mantenía reacia a hacer travesuras, pero estaba llena de confianza, por lo que no dudaba en ejercer su autoridad como hermana mayor.
Carlota y Beatriz, que eran la segunda y la tercera respectivamente, eran muy unidas a Diane. Al estar separadas por tan sólo un año entre ellas, las hacía ser cómplices y compañeras de juego, provocando que fueran muy similares en personalidad. Catalina, les exigía prácticamente en igual medida que a Diane; no obstante, tenían clases por separado de diferentes materias, tocaban diferentes instrumentos y tenían diferentes intereses en las tareas del hogar.
Beatriz, era la única que mostraba cierta envidia a Alejandra, ya que observaba a su hermana más pequeña divertirse, sin el más mínimo sentimiento de preocupación de que la fueran a regañar. Y es que Alejandra, al ser la menor, gozaba de mayor facilidad para escabullirse de las actividades diarias o, al parecer de Beatriz, rebelarse ante las indicaciones que les daba su madre. Era lógico que Catalina no le prestara la misma atención que a las demás niñas, ya eran cuatro y la diferencia de edades era notoria, eso sólo provocaba que Alejandra fuera más independiente, aventurándose a descubrir por ella misma las consecuencias de sus acciones.
Los meses terminaron formando años, en los que todos y cada uno de los cumpleaños fueron festejados, viendo convertirse a las niñas en señoritas y al único varón, en un joven.
Las clases de Diane, Carlota y Beatriz, siguieron la exigencia académica, moral y religiosa, impuesta por parte de Catalina; mientras las de Alejandra, se limitaba a la académica y mínimamente a la moral; llegando a parecer que sus materias, las elegía prácticamente ella. Para Edred, habían decidido prepararlo para que estudiara una ingeniería, ya que Catalina, no deseaba que fuera un simple empleado, después de todo, ya lo consideraba un hijo.
-¿Puedo pasar? – La ahora señorita de 11 años, tocó a la puerta del despacho de Edmundo.
-Pasa Alejandra, llegas antes – su padre le concedió el acceso, percatándose de la hora en la que llegaba, aun cuando estaba en medio de las cuentas que estaba haciendo.
-Terminé antes los ejercicios de matemáticas – le hizo saber con un tono de orgullo, porque realmente era buena con los números.
Edmundo, quitó los ojos del papel, dejando su rostro con cierta inclinación, bajó ligeramente los lentes y clavó su mirada recriminatoria en ella. -¿Y los hiciste bien? –
-¡Por supuesto que sí! – Dijo ofendida, provocando la risa de su padre.
Habían convivido ya un par de años, los cuales le sirvieron a Edmundo, para que ya no le pareciera descabellada la idea de que se quedara soltera; incluso, pensó que podría hablar con el rey para solicitar dejarla a cargo de la administración.
Las tardes de juegos de Alejandra, se había reducido en horario, ya que Edred había sido enviado por el duque a una escuela especial, que lo preparaba para ir a la universidad; y sin excepción, debía continuar cumpliendo con sus tareas del hogar, que se reducían a las reparaciones en el castillo.
-Llegas tarde – le recriminó tan pronto el joven llegó.
-Lo siento, una tubería estalló y ya estaba comenzando a inundarse uno de los pasillos – le informó con pesar, realmente se sentía incómodo haciéndola esperar.
-Está bien – después de haber estado de pie esperando por él, se dirigió al tronco del árbol para sentarse. -¿Cómo estuvieron las clases hoy? – Preguntó emocionada.
-Hoy comenzamos con un tema que se denomina: modelos ondulatorios – la pelirroja se sentó apropiadamente sobre el tronco del árbol, inclinando un poco el cuerpo hacia adelante, prestando toda su atención. –Todo lo que se mueve por de medio de onda: las olas, ondas sísmicas, la luz… –
-¿La luz viaja por ondas? – Cuestionó asombrada.
-Sí, recién lo acaban de descubrir – le habló conteniendo la emoción. Le gustaba sorprenderla con información que ella desconocía.
-Insólito – el tono estaba lleno de fascinación y entusiasmo, por lo que Edred le sonrió ligeramente, producto de su dicha contenida. -Sabes, quisiera poder estudiar contigo – lo hizo ampliar su sonrisa. Ella era alguien rebelde, posiblemente hasta indomable, pero sabía que eso sólo se reducía a su casa; afuera, la sociedad la aplastaría sin piedad o misericordia. En el instante que él comenzó a salir del castillo, descubrió un mundo mucho muy diferente. –Le he pedido a papá clases de física, y para poder obtenerlas, mamá quiere que tome la clase de baile – la última palabra, la dijo con una expresión de desagrado.
-¿No sabes bailar? – Cuestionó divertido, no podía creer que ella no supiera bailar.
-No, ¿tú sabes bailar? – No le dio vergüenza aceptarlo, pero le sorprendió la idea de que él sí tuviera ese conocimiento.
-Sí, la señora Catalina también me hizo tomar un par de clases – Edred supuso que sólo fue lo básico y sin mucho formalismo, ya que duraron poco.
-¿Podrías enseñarme? – Prefería instruirse con él, no sabía cómo, pero aprendía de mejor forma.
-Sí – él, que había permanecido de pie, le extendió su mano, haciendo que la pelirroja la tomara con rapidez. Le ayudó a ponerse de pie, para poder darle las instrucciones. –Esta mano, va aquí – acortó la distancia, para colocar la extremidad en su hombro. La pelirroja levantó la cabeza, mientras él la agachó. Tener el rostro a escasos centímetros del de ella, lo hizo tragar saliva nervioso, unas nuevas sensaciones empezarían a recorrer su ser, y sin poder refrenarse, puso su mano en la cintura de la niña.
Éxtasis.
La cercanía y el tocarla por primera vez, más allá de la suavidad de sus manos, lo hicieron experimentar un cosquilleo avasallador por toda su anatomía, el corazón sin motivo aparente se aceleró y, sin preverlo, su cuerpo actuó instintivamente.
-¿Qué sigue? – Alejandra tuvo que hablarle, porque él se había quedado paralizado.
Tomó la otra mano sin hablarle, seguía ensimismado en las reacciones involuntarias de su anatomía. Cerró los ojos, para distraerse con una melodía que se supondría sería un baile, de esa forma lograría guiarla.
-Edred, no hay música – se quejó.
-Piensa en Allegro agitato de Haydn – le dio el nombre de la pieza, la que estaba ejecutando magistralmente en su cabeza mientras daba los pasos.
Alejandra cerró los ojos también, intentado adivinar en qué parte de la pieza estaba él; sin embargo, Edred empezó a susurrar los tonos, creando de esa forma la música con su voz. Esa pieza lo hacía pensar en ella: sencillamente alegre, sorprendentemente equilibrada, grandiosamente única y, lo que más la asemejaba, era ese cambio repentino, tempestuoso, para regresa a la característica alegría.
La noche estaba por caer, tan pronto terminó el baile, se dirigieron al castillo, debían llegar a tiempo para la cena.