2. El accidente del príncipe

1412 Words
Año 1816 d.C. Los hombres pertenecientes a la nobleza del Reino Unido de la Gran Bretaña, se encontraban reunidos en la sala especial de la casa de verano del duque de Cornualles. Estaban esperando a que los ani males que se utilizarían, fueran preparados por la servidumbre para salir a la cacería. Mientras bebían, adulaban la decoración y el mobiliario, ya que la sala había sido recientemente remodelada por el duque, que había dedicado tiempo y dinero en su área personal. El duque de Cornualles: Eduardo, había organizado el evento para celebrar el cumpleaños número 17 de su hijo Guillermo. Durante la espera, los tres hermanos se encontraron frente a la chimenea, cada uno con su vaso de licor. -Pensé que el rey vendría – Edmundo, el hermano menor del duque, comentó; Edwin, el segundo hermano, se rio casi al instante sin poder evitarlo. El duque Eduardo, que era el mayor, intuyó la burla por parte de sus hermanos. –Tenía asuntos del reino que atender – les informó procurando no mostrar su molestia. –Aunque sospecho que no quería verlos – ambos hermanos fijaron su vista en el duque, - porque hace tres días, quiso festejar a Guillermo de forma privada – finalizó con malicia, obteniendo el malestar que buscó provocar. -No comprendo por qué sigue molesto, si tiene en ti al próximo heredero – habló con resentimiento Edwin, mientras Edmundo guardó silencio, preveía la dirección que tomaría la conversación. El rey Enrique, llevaba varios años ignorando, evitando y rechazando la presencia de sus dos hijos menores. Desde la perspectiva de Eduardo, comprendía a su padre, ya que Edwin, al no haber tenido hijos, se refugió en comportamientos indecorosos, actuando de forma irresponsable despilfarraba el dinero, convirtiéndose en un mal ejemplo para la corona. Edmundo, por el lado contrario, era severamente juzgado por tener descendencia femenina. No podían decir que no lo habían intentado, tenía cuatro hijas; desafortunadamente para él, un hijo varón no estaba destinado a nacer en su familia. -Bien saben que para él, es un triunfo tener tres hijos varones – Eduardo puntualizó. -Pues tú, que eres su orgullo, sólo has procreado uno – Edwin, que no desaprovechaba ninguna oportunidad para hacer culpable a su esposa de la falta de hijos; decidió en esa ocasión molestar a Eduardo. -Y tú, después de años de matrimonio, sigues sin tener uno solo – Eduardo perdió la compostura, respondiendo al instante. -Pues prefiero seguir sin procrear, a tener solamente niñas – Edwin metió a la conversación a Edmundo, quien no reaccionó ante el escarnio, manteniéndose serio; pero Eduardo, no pudo evitar soltar una risa burlona. La mofa duró poco, ya que Eduardo acortó la distancia con Edwin. –Lo que debería preocuparte, es hacerte cargo de la administración y de las tierras; el rey, no te ayudará si llegaras a quedar en la ruina – le reprendió en voz baja; no obstante, Edwin se carcajeó escandalosamente. -Soy hijo del rey – alzó la voz, ganándose la atención de todos los presentes, - duque de Cambridge, mi esposa es hija del duque de Leinster; ¿en verdad consideras que podría llegar a la ruina? –Interrogó con una mezcla de enojo, repulsión y altivez. Edmundo tomó su licor de un solo trago. –¿Estás seguro que quieres apostarlo todo? – Eduardo y Edwin le prestaron atención sin comprender a qué se refería. –Si pierdes en la cacería, quedarás en la ruina – comenzó a caminar, dejando el vaso sobre la mesita frente a ellos, y fue cuando se dieron cuenta, que todos estaban observándolos. Edmundo, había desviado la conversación a propósito. -Su Alteza, todo está listo – casi al mismo tiempo, un sirviente se acercó a Eduardo. -Señores, preparémonos – sin demora, dio aviso a sus invitados. Edmundo, que se había adelantado en salir de la construcción, no alcanzó a escuchar la indicación. En la distancia, vislumbró a un par de jóvenes que le hacían compañía a Guillermo, su sobrino y proclamado futuro rey. Se mantuvo observándolo en la lejanía; no existía hesitación, la línea directa y evidente hacia la corana, era la de Eduardo, el primogénito del rey Enrique. Inhaló con profundidad y exhaló con suavidad, su posición dentro de la familia real, era la de un perdedor. Para él, que había nacido y crecido en el entorno de la realeza, ser el tercero era un infortunio, sumándose la desgracia de sus hijas. Por la insistencia de su madre, su padre tuvo la benevolencia de otorgarle el ducado de Clearance; no obstante, debía ser inteligente al manejar el título, la posición y las tierras; ya que el futuro dependía de ello. -Su Alteza –Edmundo, hizo una reverencia tan pronto estuvo cerca del joven. A pesar de que Guillermo era un adolescente y él su tío, solía mantener el protocolo; además, no gozaba de una buena relación con su engreído sobrino. -Tío Edmundo – notó el escarnio en el tono, - ¿cómo están mi tía y las niñas? – Preguntó malintencionado, y sus dos amigos se rieron con disimulo. Edmundo sintió la ridiculización, pero había aprendido a no dejarse llevar por sus emociones, especialmente porque él ya era un adulto. – Están muy bien de salud, aprecio su interés por mi familia – respondió con educación. -Diane se está acercando a la edad casadera, ¿tiene algún pretendiente? – Guillermo quiso seguir molestando; sin embargo, uno de sus amigos tomó interés, porque emparentar con el duque de Clearance le otorgaría mejor posición social. -Diane, ha sido enviada con los parientes de mi esposa en Escocia, para continuar con su educación y preparación para el matrimonio. Una vez que complete su instrucción y regrese, pondremos atención en los posibles pretendientes – su respuesta elocuente, evasiva y falsa, no fue del agrado de los interlocutores. -¡Ahí están! –El grito de Eduardo hizo a los cuatro voltear en su dirección. -¡Ya están los caballos listos! – Los tres jóvenes se adelantaron, dejando que Edmundo se rezagara, inmerso en su irrisoria autopercepción. La organización comenzó, Eduardo daba las indicaciones, tan vehemente como si de la guerra se tratase. -Guillermo, hoy pasarás al grupo de caza – el joven sonrió con amplitud, lleno de orgullo ante las palabras de su padre. Mientras que sus dos amigos, se habían quedado en el grupo que ahuyentaba a la presa. Una vez que la estrategia fue establecida, montaron sus caballos y se dio comienzo a la actividad. Habían pasado la noche a campo abierto; fue después del desayuno, que los sabuesos dieron aviso del avistamiento de la presa. Todos parecieron actuar con prontitud, montando y tomando las armas para dar con el animal; no obstante, fue Edmundo el primero en actuar, para cuando los demás estaban apenas montando, él ya estaba siguiendo a la jauría. Eduardo se acercó a Guillermo. –Observa a Edmundo, aunque no lo parezca, es de los mejores – a pesar de que mancillaban a su hermano menor, reconocía secretamente sus habilidades. El joven reaccionó con incredulidad, pero obedeció a su padre, montó su caballo con presteza y siguió a su tío. Edmundo iba a todo galope, persiguiendo a una jauría de canes. Había ido en tantas ocasiones a la casa de verano de su hermano, que conocía la propiedad a la perfección; estaba a punto de llegar al acantilado, cuando se percató de la presencia de Guillermo. Habían dejado atrás a casi todos los jinetes, sólo su sobrino lo seguía de cerca. Edmundo detuvo a su caballo, no obstante, Guillermo lo pasó de largo. Teniendo la posición de ventaja, levantó su arma, apuntó hacia el caballo del joven y disparó. El joven cayó rodando del corcel, mientras el animal sin lugar a dudas ya estaba sin vida. Primero, cayó el cuadrúpedo por el precipicio, y luego Guillermo. Para cuando Edmundo se asomó, vio al joven colgando milagrosamente de una rama solitaria; desafortunadamente, estaba inconsciente. En medio de su debate interno, llegó Edwin. -¡Ayúdame! – Edwin, comenzó a descender por el precipicio, intentando alcanzar a su sobrino. Tardó en tomar una decisión, pero finalmente lo ayudó. -¡Necesita recibir atención médica de inmediato! ¡Tú eres el más rápido Edmundo, llévalo al castillo! – Prácticamente había sido una orden, por lo que el hermano menor obedeció. El joven se debatía entre la vida y la muerte; por lo que la existencia de Guillermo estaba en sus manos, de su velocidad dependía que lograra sobrevivir.
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