1. En memoria de Edred

1369 Words
Año 1815 d.C. Había una vez, una hermosa pelirroja de ojos color verde, que corría divertida por el bosque que rodeaba el castillo de Clearance. -¡Vamos, Edred! – Le gritó en medio de risas al jovencito que era su compañero de juegos. Las gotas de agua, habían comenzado a caer de forma esporádica; sin embargo, la obscura nube que viajaba a gran velocidad, posicionándose sobre ellos, lucía amenazante y vaticinaba la intensidad de la lluvia que se desataría. -¡Voy detrás de usted, señorita! –Le hizo saber con cortesía. Iba a una distancia prudente, cuidándola de cualquier peligro que pudiera suscitarse; pero además, podía observar a la hermosa niña, su cabellera danzando con el aire, sus movimientos gráciles y su melodiosa risa. Era innegable, tenía un sentimiento diferente y único hacia ella. Aquella tarde de verano, en la que la lluvia no se contuvo más, las nubes soltaron las gruesas gotas que caían con fuerza y constancia, mojando a ambos jovencitos. -¡Allá está el corral! –La pelirroja, extendió su brazo para indicar el lugar donde estaban las cabras, soltando de esa manera la falda del vestido verde que usaba. El mismo, que ya estaba manchado de la parte inferior a causa del lodo que se había formado. Los últimos metros antes de llegar a la construcción, Edred se adelantó para abrir la puerta, permitiendo a la pelirroja entrar sin más demoras, y posteriormente entrar él. -Estoy empapada – la señorita habló entre risas, estaba divertida con la situación. Ella, que era la hija menor del Duque de Clearance , que estaba acostumbrada al cariño sincero e inocente que todos los empleados le demostraban, le era sumamente sencillo mantener una actitud positiva, entusiasta y afable. -Espero que la lluvia no se prolongue demasiado, porque pronto obscurecerá, y se van a preocupar por nosotros – Edred compartió su inquietante sentir. -Ya verás que sí, dejará de llover tan pronto como empezó – respondió con positivismo su acompañante. La pelirroja caminó hacia los fardos de heno, colocándose detrás de una pila, la cual formaba una pared. Se quitó el elaborado vestido de encajes, para colgarlo y que de esa forma se secara. Edred se mantuvo en la puerta, observando el exterior. -En caso de que no pare, me veré… - dejó la frase en el aire, porque justo cuando se giró para hablarle, observó la prenda siendo colgada en el fardo de heno. El corazón se le aceleró al igual que su respiración, tragó saliva con dureza y comenzó a avanzar lentamente hacia el heno. Preocupado, porque su cuerpo estaba actuando de manera extraña desde hacía poco tiempo atrás, en especial cuando pensaba en la señorita de cabellos de fuego; y entonces, se detuvo frente a la pared de la hierba, manteniéndose en silencio. -Me divertí mucho hoy – escuchó a la niña con el mismo tono emocionado. –No me has dicho cómo estuvieron las clases el día de hoy – era un tema de conversación que le encantaba tener con él. -¿Edred? –Lo llamó, porque no le había contestado y estaba a punto de asomarse, cuando finalmente el joven habló. -Bien – le dio una corta respuesta, que para su buena fortuna, ella no advirtió. -Sabes, debo decirte que te envidio – el tono le cambió. –Seguramente es muy divertido con todos los compañeros que tienes – no era un secreto, ella era educada en casa y sus compañeras de clases, si es que había, eran sus hermanas. –Le he pedido a papá que me permita salir a dar un paseo por la ciudad – dio un largo y profundo suspiro. - Me dijo que tengo que esperar a que mamá lleve a Diane a comprar encaje – terminó totalmente decepcionada. -¿Cómo estuvieron sus clases? –Finalmente pudo articular palabra. Se había dado cuenta, que escucharla lo distraía de sus propios instintos; así que motivaría la conversación. Le dio resultado, la señorita comenzó un monólogo que parecía no tener fin, ni siquiera se percató que la noche había caído y que incluso, ya era muy tarde. Tan tarde, que sin poder evitarlo el cansancio se manifestó, haciendo a la pelirroja hablar pausado hasta quedar en silencio, porque ya había caído en un sueño profundo. -¿Señorita? –La llamó cuando se percató que ya no estaba hablando, y caminó con sigilo para comprobar lo que se temía. Sí, ella estaba dormida; pero además, estaba en ropa interior. Dedicó un período de tiempo observándola, quería guardar la imagen en su memoria: el delicado cuerpo recostado sobre una improvisada cama de heno, el cabello rojizo caía con sutileza formando una cascada, las manos juntas posicionadas bajo la mejilla, haciéndola lucir como un ángel. Un cándido y hermoso ángel. Sintió cómo la suavidad de la piel lo llamaba, provocando el anhelo de conocer lo terso de la tez blanca. Se acercó con cautela para no despertarla, logrando deslizar sus dedos sobre la mejilla de la señorita. Soltó el aire que contuvo mientras la tocaba, y con prisa se recostó a un lado de ella, a escasos centímetros de distancia, observando su sereno rostro, con pleno conocimiento de que era inapropiado. Cerró los ojos, para inhalar una gran cantidad de aire, para tomar valor ante lo que estaba a punto de hacer. [[…]] La puerta del corral se abrió abrupta, dando un estruendoso golpe en la pared; el sonido despertó al par de jóvenes con rapidez y de manera inesperada. Edred, recibió una fuerte bofetada del corpulento hombre, que lo volteó con fuerza, no sólo su rostro sino medio cuerpo también, sacándole sangre al instante del labio y aturdiéndolo por completo. Apenas si vio, cómo el hombre tomó con fuerza a la señorita del brazo, arrastrándola hacia el exterior del corral. -¡Ella no hizo nada! –Gritó para defenderla, intentando ponerse de pie en vano, ya que se tambaleó hasta caer sobre el heno. –Todo es mi culpa – balbuceó, con lágrimas surcando sus mejillas. La luz matinal le dio en la cara, provocándole entrecerrar los ojos. La ropa interior, que era una pieza blanca que se le ajustaba al cuerpo, se embarró del lodo que se había mantenido por la fuerte lluvia, la cual se había extendido durante toda la noche. Jamás la habían tratado de aquella manera. El hombre la lanzó con tanta fuerza hacia el pasto, que la hizo rebotar y comenzó a llorar ante el dolor. Vio al hombre girarse con rapidez con dirección al corral, donde Edred estaba sosteniéndose del marco de la entrada. Comenzó a gatear en la misma dirección, cuando el corpulento hombre tomó con violencia al joven, y cerró la puerta de un golpe. -¡No, papá! – Gritó, trastabillando en su ingrávido intento por alcanzarlo. Se detuvo detrás de la puerta, sosteniéndose de la misma para ponerse en pie. En medio de los golpes que daba a la madera, los gritos furiosos de su padre y el balar de las cabras, ella gritaba suplicante. En un instante, el ruido en el interior dejó de escucharse, entonces se detuvo para prestar atención, pegando su oído a la madera. Un golpe seco y agudo. Los animales parecían haberse vuelto locos, sus movimientos intempestivos y su balar hacían un escándalo descomunal. Agachó su rosto desconcertada, y gastando unos segundos viendo hacia el piso; ese breve momento, fue en que el líquido rojo se deslizó por la puerta a una velocidad constante. -¡No! ¡No! – Los gritos desesperados, se sumaron a los golpes derrotados que daba en la madera, las lágrimas salían por sus ojos como ríos acaudalados y la debilidad en su cuerpo, se apoderaba de ella con rapidez. Estaba en el piso, llenándose de la sangre que salía por debajo de la puerta del corral, cuando su padre la abrió sin previo aviso. Tan pronto lo vio, se arrastró hacia atrás presa del pánico. La expresión enfurecida, junto a sus manos llenas de sangre y el rostro salpicado del mismo líquido rojizo, lo hacían lucir despiadado. Le lanzó su vestido y la volvió a tomar con rudeza por el brazo, arrastrándola con dirección al castillo.
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