Al día siguiente Cristina se paró frente a la enorme casa blanca, tomó aire como tres veces antes de atreverse a dar un paso más, otro que lo acercara a la puerta, pero esta se abrió antes que ella llamara siquiera. Temió que el muchacho rubio que ahí vivía saliera a su encuentro, pero fueron otros ojos verdes los que aparecieron. La pequeña corrió hasta ella y la abrazó. El tiempo se detuvo, si bien no se veían hace mucho ambas, estaban ansiosas por lo que la otra tuviera que contarle. En todo caso, parecía que tanto tiempo ni hubiese transcurrido para separarlas. Cristina la tomó en brazos y la niña rio. —Déjame verte. ¡Cuánto has crecido! —La separó un poco, notando que Angela había crecido unos cuantos centímetros y su cabello estaba más largo. Hasta su cuerpo, antes delgado y sin fo