Prólogo.

1868 Words
Casey Mi hija, Taylor, no para de llorar en la parte trasera de mi coche. En medio de cajas, prendas y pañales sucios grita a todo pulmón para que la saque de su silla pero no puedo ni siquiera moverme. En medio de la torrencial lluvia que está cayendo sobre nosotras me vi en la obligación de detener mi coche en medio de la calle. No tengo fuerzas, ni ganas y mucho menos gasolina como para moverme hasta un lugar seguro. Mis propias lágrimas comienzan a bajar por mis mejillas. ¿Cómo he sido capaz de llegar a este punto tan bajo de mi maldita vida? Bueno, pues ni yo misma lo sé para este momento. Cuando retrocedo a mi infancia, por ejemplo, no veo nada malo ahí. Veo a una niña que creció rodeada de reglas estrictas pero con mucho amor. Como la hija del medio jamás recibí una atención asfixiante como mi hermana mayor o incluso la menor. De hecho, creo que siempre fui una decepción para ellos. Mientras Josie, mi hermana mayor, ganaba medallas por su carrera en el atletismo, yo luchaba con mi dislexia. Cuando Carly cumplió los cinco años, ya sabían que iba a ser toda una genio musical pues ya tocaba dos instrumentos casi a la perfección mientras que yo sufría una triple fractura de pierna por haber querido aprender sola a andar en bicicleta. Mis padres nunca tenían tiempo para mí. Desde que tengo uso de razón siempre se llevaron la atención mis hermanas puesto que tenían que sacarle provecho a sus dones y dado que yo al parecer no tenía ninguno, siempre era la porrista de ellas. Tenía que cargar sus bolsas, hacer las compras mientras mamá acompañaba a Josie a alguna presentación de atletas o tenía que llevar a Carly a alguna de sus prácticas dejando de lado las salidas con mis amigas. Mi vida giraba en torno a ellas, en cumplir cada uno de los caprichos que se les ocurriera, incluso aprendí a cocinar a cierta edad. En todo caso, no puedo quejarme. Mi familia es de clase media alta. Desde el principio, nada me faltó. Tuve un plato de comida frente a mí, un techo sobre mi cabeza y ropa para vestir además de una grandiosa educación. Fui a la mejor preparatoria que el dinero podía pagar pues mis padres querían saber si tenía talento para algo. Practiqué soccer, me quebré. Hice gimnasia artística, caí de más de dos metros de altura y casi me rompo el cuello, y luego de fallar también en el ajedrez, beisbol, boxeo, periodismo, canto, baile y piano, finalmente se dieron por vencidos conmigo y dijeron que mientras terminara la universidad estaría bien con ellos. Costearon cada cosa que tuve incluso cuando ya no era su obligación. Mientras crecía mis responsabilidades con mis hermanas fueron restando, Josie al fin se casó y tuvo dos hijos por lo que se alejó del atletismo luego de una larga carrera y muchos premios, y Carly está de interna en una prestigiosa academia para genios de la cual tiene más o menos dos o tres años más por delante. La cuestión aquí es la siguiente. La cagué. Cuando ingresé a la universidad la libertad que conseguí de golpe me enloqueció, literalmente. Era la primera vez en toda mi vida que estaba sin mis padres y aunque ellos pagaban todo y yo les daba buenas notas, no era exactamente el prototipo de hija perfecta que ellos creían. Comencé a salir a fiestas con unas amigas, conocía chicos con los cuales solía besarme a las salidas de dichas fiestas y en todo lo que pasó ese bendito año, quedé embarazada. Recuerdo que cuando me realicé el test, en los baños dentro de la universidad, mis manos temblaban y no era capaz ni siquiera de respirar porque solo tenía en mi mente cómo demonios les diré a mis padres que les he fallado por completo. Tenía tanto temor que ni siquiera pensé en estudiar para mis exámenes y entonces fallé en eso también. Para entonces ya estaba cursando mi tercer mes de gestación. El padre de mi hija ni siquiera era una opción porque tenía fiestas peores que las mías. Él adoraba su vida de soltero y creí que podría con la responsabilidad de cuidarla. De verdad, estúpidamente pensé que tendría el apoyo de mi familia para poder cuidar de mi bebé pero cuando el boletín les llegó puesto que lo pedían cada que terminaba un semestre, los tuve en la puerta del apartamento que habían comprado para mí al día siguiente. No estaban felices. Apenas entraron vieron que mi casa era un desastre ante sus ojos, ni siquiera me preguntaron cómo estaba solo querían saber cómo había podido fallar en la única cosa que ellos esperaban de mí. Ahora que cierro los ojos juro que soy capaz de ver el rostro de mi madre, observándome con esa ceja enarcada, claramente dejando saber lo decepcionada que está de mí así que intento con todas mis fuerzas abrir mis ojos para no verla de nuevo. Ese día recuerdo que también estaba lloviendo. Apenas se sentaron a hablar conmigo tuve que salir corriendo a vomitar, entonces no pude ocultarlo más. Recuerdo que patéticamente caí al suelo, de rodillas frente a mi madre, llorando sobre sus piernas, rogando por su perdón por haberles fallado de esa forma mientras mi yo interior me decía que todo estaría bien pues ellos adoraban a los hijos de Josie así que también adorarían al mío. Fue ahí donde fallé, en la estúpida creencia de que por tener ya nietos se les ablandaría el corazón pero no fue así. Mi padre de inmediato se puso de pie gritando que era una maldita golfa que solo me había dedicado a coger en la universidad mientras ellos velaban por mi futuro. Mi propia madre me propinó una bofetada y entre tantos gritos e insultos, me dijeron que en la mañana, a primera hora, me llevarían abortar. Para ellos era inconcebible que una Andrews tuviera el hijo de un cualquiera estando sola. Nadie me conocía un novio y mucho menos tendría un esposo así que la única condición que pusieron para que continuara con todos mis lujos y ventajas, era que debía abortar pero ¿Cómo podría deshacerme del bebé que creía en mi interior? Ya había oído su corazón, ya había creado lazos y le tenía un amor tan grande que de inmediato me negué. Ni siquiera lo pensé, solo dije que no. A todo. No al aborto, ni a la adopción y mucho menos a entregarlo en una casa hogar, nada. Era mi bebé, crecía dentro de mí y conmigo debía de estar. Me puse firme creyendo que me ayudarían siquiera hasta que tuviera al bebé en brazos pero esa misma noche me sacaron a la calle. Fue la policía quien me desalojó. Echaron mis pertenencias bajo la lluvia, me bloquearon de cada entrada porque ni siquiera mis hermanas tenían permitido darme un poco de asilo hasta que consiguiera un empleo o siquiera fuera capaz de poner mi vida en orden. Lo único que me dejaron fueron las maletas con la ropa, mis pertenencias personales y el coche que había sido un obsequio por mis dieciocho años pero nada más. Tenía veintiuno y estaba sola, desempleada, embarazada y en la calle. Me asusté, por supuesto que sí. Durante semanas enteras estuve en el campus, durmiendo en mi bendito coche hasta que mi vientre comenzó a notarse. Nadie en la ciudad quería darme un empleo, primero porque no sabía hacer nada y segundo por mi bebé. El padre de mi hijo ni siquiera se percató y de un momento a otro desapareció del campus así que tampoco pude pedirle ayuda y ni siquiera podía asistir a controles regulares de mi embarazo porque no tenía dinero para pagar las citas. Recuerdo que les rogué a mis padres. Una noche, cuando el hambre, el agotamiento físico y mental, y el frío estaban haciendo de las suyas en mí, dejé el orgullo de lado, llegué hasta su puerta, toqué el timbre y esperé a que se dignaran a darme al menos una manta pero apagaron las luces simulando que no había nadie en casa cuando yo sabía que mis hermanas estaban ahí puesto que veía sus vehículos. Entonces me juré jamás regresar. Pasé todo mi embarazo durmiendo en mi coche mientras la idea de dar en adopción a mi bebé rondaba por mi cabeza por que si esta era la vida que íbamos a tener juntas, sería mejor si estuviésemos separadas, al menos para ella. Hasta ese momento ni siquiera sabía si sería niño o niña, recuerdo que tenía que pedir restos de comida en un restaurante bastante amigable quienes se apiadaron de mi situación ayudándome. Y tuve las contracciones. Parir creo que ha sido de las peores experiencias que he tenido en toda mi maldita vida. Creí que moriría, de verdad, creí que iba a morir de un maldito infarto al corazón pero por suerte eso no sucedió y tuve a mi bebé. Una hermosa y casi saludable niña. Debido a que no me había alimentado bien durante todo mi embarazo, la bebé nació con bajo peso y tuvo que permanecer en neonatología durante varias semanas hasta que por fin pude llevarla a casa. En sus primeras semanas dormimos en albergues mientras mi situación mejoraba y fui capaz de conseguir un empleo donde podía llevarla. Poco a poco mi situación comenzó a mejorar. Éramos solo nosotras dos viviendo nuestras vidas cuando ella comenzó a enfermar gravemente. Al principio creía que era un simple cansancio de tanto jugar, luego dejó de comer y comencé a sentirme igual. Justo cuando había logrado juntar para rentar un lugar, nos enteramos que ambas padecíamos de diabetes tipo 1. Sin seguro, sin apoyo, sin dinero, sin hogar. De nuevo. Me vi en la obligación de tener que pagarles a los doctores el tratamiento para mi hija con lo poco que gané limpiando pisos pero conseguí al menos estabilizar un poco su situación mientras yo ligaba de arriba algunos medicamentos para contrarrestar los síntomas de mi propia enfermedad pero como siempre, a nosotras no nos puede ir bien y al menos yo me he quedado sin insulina de camino al trabajo en un hotel. Y ahora estamos aquí. Varadas en medio de la nada con ella llorando a todo pulmón en su sillita mientras a mí al parecer me va a llevar la maldita parka ahora mismo. Mis manos tiemblan, mi cuerpo entero está entrando en crisis y solo atino a buscar torpemente un papel y un bolígrafo de la guantera del coche pero no encuentro nada. Sé bien que se acerca el momento de tener que recurrir a quien no quería pero no veo quién más pueda cuidar de mi hija en mi ausencia. Pensar en dejarla me llena los ojos de lágrimas pero cuando encuentro el papel, trazo el nombre con el bolígrafo, su edad y su última dirección junto al nombre de sus padres porque me los dijo una que otra vez. Y justo cuando lo dejo sobre el asiento, unas luces centellantes me quitan la cordura al estrellarse contra mí de frente. Maldición.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD