CAPÍTULO DIECISÉIS Godfrey abrió los ojos de golpe, agarrándose la barriga, mientras alguien dos veces su tamaño le daba patadas en la celda de la mazmorra. Tumbado en el embarrado suelo de la celda, miró hacia arriba y vio a un cretino alto, sin afeitar y con una gran barriga, que iba prisionero a prisionero, dando patadas a cada uno de ellos, aparentemente solo por diversión. Mientras Godfrey tropezaba no sabía qué era peor: los codos de este hombre en sus costillas o su hedor corporal. De hecho, la celda de la prisión entera apestaba a infierno y mientras Godfrey miraba a su alrededor a esta colección de perdedores, no podía creer que había acabado en un lugar así. Por todas partes a su alrededor había hombres de cada r**a y color, de cada esquina del Imperio, todos esclavos del Imper