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1977 Words
SAMUEL Mi oficina se ha convertido en mi hogar temporal y mi sofá ahora es mi cama. Le he dejado a Gabriel el cargo de todo lo que a mí me corresponde hacer dentro de la empresa, doy gracias que aceptó y que no me pidió nada por hacerlo, pero aún así hablé con contabilidad para que le transfieran un bono, porque se lo merece. He pasado tres días en mi oficina, prácticamente viviendo aquí, mientras ese chico se ha deslomado haciendo mi trabajo y además preocupándose de traerme comida y botellas de Whisky. Estoy tan cómodo en esta burbuja, que no quiero salir de ella y enfrentar la realidad. No he mirado las noticias, ni mucho menos las que contienen chismes, por lo que no sé si Clarisse y yo seguimos siendo noticia en la ciudad. Siempre que algo me saca de la rutina, suelo evadir todo y esconderme. No digo que esté bien, solo que es mi mecanismo de defensa contra el mundo. Me coloco de pie y reviso la hora desde mi celular, veo como tengo llamadas perdidas de mamá y de Samanta, pero ignoro a ambas. Mi madre está en un viaje en la isla de Rapa Nui, por lo que dudo que se haya enterado de algo sobre el chisme, así es que aún puedo seguir evitándola. Escucho un toque en la puerta y me acerco para abrir, porque es hora del almuerzo y Gabriel se ha preocupado día a día de entregarme la comida puntualmente.   Al abrir la puerta, maldigo en voz baja y me hago a un lado para dejar pasar a mi mejor amiga. —¿Sigues vivo? —pregunta con ironía. Deposita una caja de pizza sobre mi escritorio y luego se sienta en mi silla, acariciando su vientre con cariño. Me observa detenidamente y luego suspira, niega con la cabeza repetidas veces y sé que debe sentir lástima por mí. Camino hacia ella y me siento al frente. Abro la caja y tomo un trozo de pizza. —Le pedí a Gabriel que no dejara pasar a nadie, pero ya veo que mis peticiones son invalidadas por cualquier mujer que venga y pida verme —me quejo. Samanta se carcajea y luego toma un trozo de pizza para comer con una sonrisa en el rostro. —Mal agradecido de mierda —acusa ella con comida en la boca. Me río levemente y me encojo de hombros. —Gracias, Samanta —le digo y observo como su mirada se detiene en mi por largos segundos. Deja su trozo de pizza a un lado y me mira con tanta intensidad que me incomoda por un momento. —Te amo, Samuel —reconoce y sus ojos se cristalizan—. Eres mi hermano, mi familia y me duele tanto ver en lo que te convertiste, en una persona que se esconde por días en su oficina para no enfrentar lo que pasa en su vida. La observo en silencio y debo reconocer que sus palabras calan en lo más profundo de mi ser. Si hay una persona en el mundo que tiene el poder de llegar a mi corazón con tal solo una palabra, es Samanta Hill. —Lamento decepcionarte —digo con una falsa sonrisa y continúo comiendo, como si en realidad no me afectara lo que ella dice. Samanta se alza a medida que su enorme vientre se lo permite y me quita lo que estoy comiendo, para luego tomar mi mano y observarme fijamente. —Esto no es por mí, es por ti —aclara con severidad—. Te estás decepcionando a ti mismo, Samuel y no lo voy a permitir más. Alzo una ceja con incredulidad y luego acaricio su mano, dejando bajar mis murallas frente a la única persona que me conoce realmente. —¿Qué quieres decir? —pregunto. Ella inhala profundo y luego solo lo dice. —Mañana comenzarás una terapia psicológica. Me río con diversión y niego con la cabeza, luego la observo y su rostro me dice que no está bromeando. —Yo no hago esas cosas, Sam —digo. Ella se encoje de hombros y me sonríe. —De ahora en adelante lo harás —dice como si nada—. Tienes que sacar toda esa mierda que no te deja avanzar y necesitas ayuda profesional. Te conseguí a la mejor psicóloga de la ciudad, me costó una hora de llanto, así es que como pierdas esa hora te patearé el culo. Le sonrío y luego suspiro con fastidio.  —Está bien, lo haré —ruedo los ojos. Ella me observa con alegría y luego toma su trozo de pizza y vuelve a comer. La observo en silencio y me pregunto cómo podría vivir una vida sin mi mejor amiga. (…) Yo no era considerado como una persona paciente, pero aquí estaba, esperando que en cualquier momento saliera la psicóloga y me hiciera pasar a su consulta. Mi hora debía comenzar hace diez minutos, pero aún no me llamaban para entrar. Me coloqué de pie, ya no daba más con la espera. Caminé de un lado a otro, sintiendo la mirada curiosa de la secretaria sobre mí. La examiné de reojo, se veía muy joven, incluso diría que tenía apenas dieciocho años y que estaba fantaseando con que le arranque la ropa sobre su escritorio. “Maldito egocéntrico”; me reproché a mí mismo. Sonreí ante mis propios pensamientos, porque posiblemente la chica me había reconocido y solo me esté observando por eso. Dejé todas las ideas de lado cuando la puerta frente a mí se abrió y apareció una mujer de mediana edad. Me sonrió amable. —¿Samuel Evans? —preguntó. Asentí con la cabeza y me acerqué a ella—. Adelante, pasa. Entré a la consulta, las paredes eran de un color crema, había un par de cuadros colgados en la pared y algunas plantas artificiales. El lugar era agradable y acogedor. La psicóloga se sentó tras un escritorio y yo me senté frente a ella en silencio. Sabía que esta era una buena decisión, pero aun así me sentía confundido y con miedo. —Bueno… mi nombre es Georgia Márquez, me gustaría completar algunos datos para la ficha, ¿te parece bien? —preguntó amable. Su tono de voz era relajado y me transmitía paz. —Sí. “Ah, que comunicativo eres”; pensé. La psicóloga me preguntó cosas tales como mi edad, dirección, número de contacto, hasta que cerró su libreta y me miró con una sonrisa amigable, entonces dijo: —Cuéntame Samuel, ¿por qué has venido aquí? En ese momento mi cabeza solo explotó. —Buena pregunta… —dije. Miré hacia el techo de la consulta y suspiré sin saber qué decir, no quería reconocer que Samanta me había obligado a venir. —Podemos comenzar por algo más sencillo. Cuéntame sobre ti, qué cosas haces a diario, cuáles son tus actividades favoritas, ¿tienes amigos? ¿novia? Hice una mueca al escuchar la última palabra. Novia. —Tengo una mejor amiga —dije a penas. Ella asintió con una sonrisa. —Cuéntame cómo es tu relación con ella. —Bueno, Samanta Hill es mi mejor amiga. La conozco desde el jardín de niños y hemos sido amigos desde siempre…. y de hecho, fue ella quien me aconsejó de venir aquí —llevo una mano a mi cuello, sintiéndome incómodo con esta conversación—. Hay cosas que no puedo decir y me gustaría hacerlo… —¿Cosas relacionadas con qué? —preguntó la psicóloga. —Con mi pasado, con la persona que era hace diez años atrás —suspiro—. Mire, yo me enamoré de una chica. Veo fijamente el rostro de la psicóloga, pero no me dice nada, por lo que me doy ánimo para continuar hablando, aunque esté soltando ideas al azar, debo parecerle un loco. —Actualmente tengo sexo casual con una chica que en realidad es muy buena en todos los sentidos, no solo en el plano s****l… Bueno, en el plano s****l es muy buena, buenísima. Pero ya no estamos haciendo eso, las cosas son confusas… ¿vio usted las noticias? ¡Aparecimos en todos lados saliendo de un motel juntos! ¿cree que eso es un romance? ¡Claro que no, es solo algo casual! Me detengo al darme cuenta de que lo que estoy diciendo no tiene sentido. —Te entiendo Samuel, ¿existe algún problema con la relación que tienes actualmente con esta chica? —¡Sí! —llevo ambas manos a mi rostro—. Ella merece alguien mejor que yo, porque no puedo ofrecerle nada más que sexo, yo no sirvo para relaciones formales y eso es lo que ella quiere. Lo último que le dije fue que no podía y ella me dijo que entonces habíamos acabado.   Ella alza ambas cejas y quiero creer que es debido a que me comprende. —¿Y tu exnovia sigue presente en tu vida? —pregunta ella. Hago una mueca. —No… Evito el contacto visual, porque me avergüenza reconocer que llevo años enamorado de esa chica que se niega a abandonar mi mente y corazón. —No quiero olvidarla —reconozco finalmente. Y ese es mi mayor miedo, pero no lo digo. Cierro los ojos un momento y visualizo el rostro de ella, intentando absorber todo de ella, sus lunares, sus pecas, el tono de su cabello, sus ojos verdes… Si tan solo pudiera verla una vez más, todo sería mucho mejor. —Clarisse, la chica con la que estabas ahora, ¿por qué no quieres estar con ella? —pregunta. —No es solo con ella, no quiero estar con nadie —le explico—. Si lo hago… si me doy permiso de volver a amar, estaría traicionando a mi primer amor, la estaría olvidando y no puedo permitirme eso. —¿Pero sí te permites sufrir y martirizarte? —pregunta. Su rostro no me transmite nada, no veo que esté juzgándome, pero aún así me siento expuesto. —Al parecer sí… —digo confundido—. Me duele extrañar a Clarisse. —¿La quieres? —Sí, mucho —reconozco y se me aprieta el pecho—. No quiero perderla, pero no puedo darle nada más que algo casual. —¿Sabes? Creo que es momento de pensar bien —dice ella con una sonrisa—. Te diré lo que yo veo: un hombre con culpa y una enorme carga sobre sus hombros, que no quiere soltar a su primer amor y que como no suelta, no puede recibir ni dar nada. Abro la boca y algo quiere salir, pero no lo hace. —Te diré algo más Samuel… el día en que te decidas por soltar un poco, vas a comenzar a flotar y a ver el mundo de forma distinta —ella me acerca una caja de pañuelos y soy consciente de que estoy llorando—. Ya diste el primer paso, que es estar aquí hablando con una extraña sobre tus problemas, pero vamos a dar el segundo paso, ¿estás de acuerdo? Asiento con la cabeza, en silencio y me limpio el rostro con un pañuelo. —Claro, me parece bien. —Vas a hablar con Clarisse, pero hablarás desde tu corazón —dice ella y me sonríe, como si fuese tan fácil. —No puedo decirle mucho en realidad, no estoy listo para eso —reconozco. —Entonces le dirás eso, que no te sientes listo para decirle todo. Solo di tu verdad, y la verdad que estés listo para contar. Asiento con la cabeza, encontrándole toda la razón a esta señora que me habla con tranquilidad y una gran sonrisa. Debo hablar con Clarisse. 
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