CLARISSE
Terminé de leer las noticias de hoy y con una sonrisa en el rostro descubrí que por fin los chismes sobre Samuel y yo habían cesado. Nuevas noticias ocupaban ahora los titulares y eso me daba un poco de calma.
Ya no estaba en medio del huracán.
Habían pasado varios días y Samuel había desaparecido del mapa, no me había escrito y los paparazzi decían que esperaron fuera de su casa por horas para obtener declaraciones de su parte, pero que no se le había visto llegar. Muchos eran los rumores, pero yo lo conocía tan bien que apostaría mi cabeza porque solamente estaba escondido en algún lugar bebiendo.
Yo estaba intentando seguir adelante, olvidando lo mucho que lo quería. Pero hasta el momento, solo seguía intentando sin logro alguno, porque lo extrañaba muchísimo.
Miré a mi amiga Luna a mi lado y observé como se tomaba una selfie para subir a i********:. Guardé mi celular en mi bolsillo del polerón deportivo y me acerqué a mi amiga para afirmar mi cabeza en su hombro.
—¿Vamos bien en la hora? —me pregunta. Yo miro la hora nuevamente y luego asiento con la cabeza.
—Sí, nos quedan quince minutos.
Como cada lunes, nos dirigimos a nuestra clase de yoga. Desde hace un par de años Luna y yo practicábamos yoga todas las semanas y amábamos ir juntas. Era el momento más sagrado que teníamos.
Héctor nos mira por el espejo retrovisor y luego sonríe.
—Ya hemos llegado, señoritas —Luna chilla de felicidad y rápidamente nos bajamos del automóvil.
—Gracias Héctor, estaremos listas en una hora —le aviso antes de cerrar la puerta.
El centro de yoga estaba ubicado en pleno centro de Madrid y era simplemente hermoso, tenía un estilo de casa victoriana. Lo que más amaba del lugar era que era amplio y que en el interior el ambiente era relajado y siempre me hacía sentir en calma conmigo misma.
Luna y yo entramos al centro y en la entrada mostramos nuestra tarjeta de identificación, luego la recepcionista nos dejó pasar con una agradable sonrisa. Nos dirigimos directamente a la sala en la que siempre asistíamos.
La instructora al vernos se nos acerca y nos saluda con una gran sonrisa y un beso en la mejilla. Nos entrega a cada una la esterilla y la extendemos en el suelo.
—Necesitaba esto, tengo la espalda muy tensa —le menciono a mi amiga. Ella se ríe levemente y luego me observa con una sonrisa divertida.
—Lo que necesitas empieza con “s” y termina con “o” —alza ambas cejas y yo le doy un leve empujón amistoso.
Mientras me saco las zapatillas acomodo mis cosas a un lado y mi teléfono vibra. Miro la notificación y al ver el nombre de Samuel siento un calambre en el estómago o lo que muchos llaman mariposas.
Abro el mensaje y al leerlo me quedo sin palabras.
“Necesito verte y hablar contigo. Si quieres, te esperaré hoy a la hora de la cena en nuestro restaurante favorito”
Bloqueo mi celular, como si con solo tocarlo me quemara la piel y lo dejo junto a mis demás pertenencias. Me siento en la postura de flor de loto y miro a mi alrededor, donde varias chicas entran a la sala y nos saludaban con amabilidad.
Amaba la paz y buena energía de este lugar.
(…)
Al terminar la clase de yoga, Héctor nos lleva directo a la revista. Al llegar, le pido inmediatamente a Fabiana que me consiga un desayuno liviano y Luna se suma a mi petición, por lo que mi querida asistente se encarga de ir por nuestra comida mientras nosotras pasamos directo a mi oficina.
—Este mes la columna sobre mansplaining arrasó, todas están hablando de eso en r************* —le comento a Luna. Ella asiente con entusiasmo y se deja caer frente a mi escritorio.
—Soy una genia —brome ella. Le sonrío y me siento en mi silla, enciendo el computador de escritorio para poder comenzar con mis deberes del día.
Luna saca su libreta y comienza a leer. No aguanto más y solo lanzo la bomba sobre mi amiga.
—Samuel me escribió —le digo. Ella levanta la vista y me observa con asombro y confusión.
—¿Cuándo? —pregunta.
—Denante, pero no he contestado —digo—. Quiere que cenemos hoy…
Luna alza ambas cejas y me observa con severidad.
—¿Dónde sería esa cena? —cuestiona.
—En el restaurante de su hotel, que queda en el pantano de San Juan —me encojo de hombros y ella rueda los ojos con fastidio.
—Te juro que detesto a ese hombre, parece un crío que no sabe dónde está parado, ni qué mierda quiere —se cruza de brazos y me observa con cuidado—. Supongo que vas a ir de todas maneras.
—¿Debería? —cuestiono y al ver el rostro de mi amiga obtengo mi respuesta—. Creo que, si lo haré, me da curiosidad y bueno…. Lo extraño.
Luna me da una sonrisa triste y luego toma mi mano.
—Te voy a apoyar en todo, amiga, aunque siento que ese imbécil no merece nada de ti.
“Y muchas veces yo creo lo mismo”; pienso en mi interior.
(…)
Me sentía totalmente estúpida, porque en el fondo de mi corazón sabía que cada vez que accedía a verme con Samuel perdía un poco más de amor propio y le daba a entender que sin importar lo que él me hiciera, yo seguiría a su entera disposición.
Me vestí con un sencillo vestido blanco, ajustado y con unos tacones altos. No me maquilé mucho, solo apliqué labial y me delineé los ojos sutilmente. Tomé mi bolsa que combinaba a la perfección con mi atuendo y también me coloqué una chaqueta de terciopelo gris, que le hacían juego a mis tacones.
Salí del departamento y al llegar abajo me subí inmediatamente al automóvil, donde Héctor me esperaba.
—¿Cuál es el destino? —pregunta él, amable como siempre.
—El hotel que está en el embalse de San Juan —le digo. Héctor asiente con la cabeza y comienza el trayecto.
Estamos a aproximadamente una hora de distancia, pero sé que no me arrepentiré de volver a visitar aquel hermoso lugar. El hotel de Samuel es un cinco estrellas, es precioso y muy lujoso, sumado a eso el lugar en sí es magnífico y tiene una vista directa a lo que llaman el pantano de San Juan.
Me acomodo en el asiento, dispuesta a pasar la siguiente hora dentro del automóvil acompañada por Héctor.
Coloco música desde mi celular y lo conecto con el Bluetooth de la radio del automóvil. Comienza a sonar “Fix you” de Coldplay y cierro los ojos para disfrutar una de mis canciones favoritas en el mundo.
Le escribo un corto mensaje a Samuel y luego me dejo llevar por el cansancio y cierro los ojos.
(…)
Soy despertada por Héctor, quien me informa que hemos llegado al destino. Abro los ojos poco a poco y observo la belleza que me entrega la naturaleza. Hay un bello atardecer que decora el cielo con bellas tonalidades anaranjadas y rojizas, lo que me provoca un pequeño escalofrío.
—Muchas gracias, Héctor, te puedes ir a casa —le digo con una sonrisa.
—Puedo esperarla —me dice él. Yo niego con la cabeza y le sonrío.
—Tengo quien me lleve de vuelta.
Y espero de todo corazón que eso sea verdad, porque si Samuel no me lleva a casa tendré que pedir un taxi.
Camino hasta la entrada del hotel, donde el recepcionista me recibe con amabilidad. Ya nos hemos visto con anterioridad y sabe que soy amiga de Samuel.
—El señor la está esperando en el área de comidas, me pidió que le entregara esto —alzo una ceja y el chico frente a mí saca una pequeña flor de su mesón, la cual me entrega en la mano.
—Gracias, que amable eres —digo con una sonrisa.
Sigo mi camino y coloco la pequeña flor en mi cabello, tras la oreja. Llego al restaurante del hotel y me encuentro con que está vacío. Arrugo mis cejas con confusión, porque en este horario las personas suelen cenar.
Observo como Samuel aparece entre las mesas y se acerca lentamente a mí. Se ve realmente atractivo, lleva puesta una camisa celeste que combina a la perfección con sus ojos y provoca que su piel morena se realce.
No puedo evitar devorarlo con la mirada, pero luego recuerdo que para él no significo más que su amiga s****l e intento recomponerme.
Llega hasta mí y cuando lo tengo frente a frente su perfume me inunda todos los sentidos. Me enojo conmigo misma, porque este hombre me vuelve loca, me encanta y no puedo evitarlo.
—Hola, princesa —sonríe y siento que podría hacerme un charco en el suelo—. Te ves hermosa, como siempre.
—Buenas noches, señor. Vengo a cenar —le guiño un ojo, haciendo que él se ría levemente.
—Venga por aquí, tengo todo listo para usted.
Me toma de la mano y me guía por entre las mesas, hasta llegar al ventanal que ofrece una hermosa vista del agua, rodeado de gigantes árboles. Me siento en la silla que él me ofrece y luego Samuel se sienta frente a mí.
A riesgo de parecer estúpida, me reconozco a mí misma que me siento en las nubes, que todo me parece hermoso y que Samuel Evans no puede gustarme más.
Uno de los chefs aparece y me sonríe muy amable antes de preguntarme que voy a querer, le pido una típica paella y Samuel le pide lo mismo.
Nos quedamos en silencio, hasta que él me observa fijamente y suspira.
—Quiero pedirte perdón —dice. Yo alzo las cejas sorprendida y lo miro sin decir nada—. Siempre te dejé en claro que no quería tener nada serio, pero nunca dije por qué y aún no me siento listo para decírtelo, pero quiero hacerlo en algún momento.
Asiento con la cabeza y cuando voy a responder, el chef llega a nosotros con una botella de vino tinto, del cual nos sirve dos copas.
Aprovecho el impulso y le doy un sorbo a mi copa, luego espero que el chef se retire para poder hablar.
—¿Por qué quieres contarme eso? Debe ser muy personal…
—Porque quiero que sigas en mi vida, Clarisse —su mirada es tan intensa que pienso que podría leer incluso mis pensamientos.
—¿En calidad de qué? —pregunto. El sonríe de medio lado y luego desvía la mirada hacia el paisaje que nos rodea.
—Quiero que seas mi amiga, eres tan importante en mi vida y no quiero perderte —dice él y le creo cada una de sus palabras.
—¿Amigos no sexuales? —pregunto para confirmar. Samuel vuelve a observarme y asiente con la cabeza—. Acepto.
Hablo de manera automática y me siento patética por aceptar cualquier cosa que él tenga para darme, todo para no decirle adiós de una vez por todas. El mal trago se me pasa de inmediato cuando el chef se acerca a nosotros con ambos platillos y los deja frente a nosotros.
Comenzamos a comer en silencio, uno muy cómodo y poco a poco ya me siento más relajada, a tal punto que no me doy cuenta cuando hemos acabo de comer y estamos riéndonos a carcajadas sobre algo que él dice.
Lo observo atentamente, porque no quiero que su imagen se vaya nunca de mis retinas y solo pienso en besarlo y hacerlo mío una vez más, pero eso rompería nuestra nueva calidad de amigos no sexuales.
—¿Qué pasa? —pregunta Samuel. Yo niego con la cabeza y luego solo me encojo de hombros.
—Te extrañé —reconozco. Él se torna serio y luego de unos minutos toma mi mano y me da un leve apretón.
—También yo, princesa —un escalofrío me recorre el cuerpo completo al sentir su mano sobre la mía y al escucharlo hablarme de ese modo.
Voy a responder, pero una llamada hace que me desconcentre. Tomo el celular y contesto.
—¡Señorita! —Elena, la cuidadora de mi abuela, grita al otro lado de la línea y sé que eso no es bueno.
—Elena, cuéntame… —digo con temor.
—¡Su abuela! —comienza a llorar y me coloco de pie enseguida.
—¿Qué le pasó a mi abuela, Elena? —pregunto con desesperación. Veo de reojo como Samuel camina a mi lado, siguiéndome el paso.
—Se la lleva una ambulancia… ella sufrió un infarto.
Al escucharla, mi corazón se detiene.