SAMUEL
No sé con exactitud cuantas horas llevo sentado en el mismo lugar, en el suelo frente al ventanal de mi oficina, bebiéndome la botella de Whisky que Gabriel me trajo.
Me siento tan confundido que no puedo esclarecer mis propios pensamientos, no sé qué pensar con respecto a Clarisse, ni a que ahora hemos quedado expuestos frente a todo Madrid como la pareja del momento.
Es una mierda, porque esto solo le da más alas a Clarisse, para pensar estupideces y creer que en algún momento seremos algo más que amigos. Por todo esto, no respondí su mensaje, porque definitivamente no sé qué decirle.
Miro con detenimiento a través de la ventana que me ofrece una hermosa vista del centro de la cuidad e intento blanquear mi mente y pensar en otras cosas, pero eso me produce ganas de querer que la tierra me trague y no me suelte más.
Me siento miserable y culpable, porque el juego junto a Clarisse Méndez debió acabar hace mucho tiempo, pero aún así se ha extendido por más de dos años.
Escucho como alguien toca a mi puerta, pero no hago el intento de levantar a abrir la puerta, porque mis fuerzas solo dan para respirar y pensar en que mi vida es una mierda.
La puerta es empujada con violencia y el sonido de unos tacones pisando con fuerza me hacen caer en cuenta de que mi paz se ha terminado.
—¡Imbécil, te he estado llamando todo el día!
Clarisse camina hasta quedar a mi lado, alzo la cabeza y veo como me observa con fastidio. Incluso diría que se ve tierna, pero me ahorro mis comentarios.
—¿Cómo te dejaron entrar? —pregunto. Se supone que Gabriel estaba al tanto de mis nulas ganas de ver a Clarisse.
—¡Todo el mundo sabe de nosotros!, no sé si te enteraste que ya no somos un secreto —ella se afirma de la pared para sacarse los tacones y luego sentarse sobre el suelo, a mi lado.
—Sí, que mierda más horrible —me quejo.
—No es para tanto, algún día podía suceder… —dice ella. Cierro los ojos y me dejo caer hacia atrás, quedando recostado sobre el suelo.
No digo absolutamente nada por unos segundos, luego abro los ojos y mi mente comienza a conectarse de a poco.
—¿Lo planeaste tú? —le pregunto severamente. Ella se ríe y luego toma la botella de Whisky que dejé sin terminar y la lleva a sus labios para darle un sorbo.
Debo reconocer que se ve muy sexy el día de hoy.
—Sí, no te imaginas cuanto planeé humillarnos frente a todo Madrid —ironiza ella y veo como gira los ojos con fastidio, pensando que no la estoy viendo. Una sonrisa se filtra en mis labios, porque hay algo en Clarisse que nunca dejará de gustarme y es que su rostro literalmente habla por si solo.
—¿Qué pasará ahora? —pregunto. Ella se gira levemente a mí y me sonríe.
—¿Será momento de hacerlo oficial? —me pregunta. Yo niego de inmediato y me afirmo de su brazo para volver a sentarme, mareándome en el camino.
La observo fijamente y tomo su rostro entre mis manos. No puedo evitar la gran tentación de tener su boca a centímetros de la mía. Me acerco lentamente y observo sus labios fijamente, son preciosos y tan apetecibles. Sin detenerme a pensar en nada más muerdo su labio inferior y lo succiono.
Sus ojos se encienden y puedo ver el deseo reflejado en ellos. Clarisse lleva sus manos a mi nuca y se acerca más a mí para luego darme un beso que derrumba todas mis barreras.
Me besa como si el mundo estuviese a segundos de caerse sobre nosotros, tira de mi cabello y explora mi boca con tal intensidad que en menos de un minuto ya me tiene duro como una roca.
Me digo a mi mismo que no puedo hacerle más esto, que debo ser un hombre con los pantalones bien puestos y sincerarme una vez más frente a ella. Me separo de su delicioso contacto y tomo su rostro con ambas manos.
Paso mi lengua por mis labios antes de hablar.
—Escucha, princesa —ella me observa con tal adoración que mi corazón duele—: Tú y yo no tenemos nada, tampoco lo tendremos a futuro. Yo solo te ofrezco sexo ocasional y nada más. No quiero una relación con nadie y te lo había dicho antes.
Observo como su sonrisa se desvanece y luego retira mis manos de su rostro.
—Entonces se acabó —se encoje de hombros—. Mañana tengo una declaración de prensa y diré que no estamos ni estaremos juntos nunca más, porque eres un gran hijo de puta sin sentimientos.
Abro los ojos sorprendido ante sus palabras y luego ella se coloca de pie. La observo en silencio.
—Estás totalmente perdido y espero que algún día puedas encontrarte —dice.
Veo como da media vuelta y desaparece de mi vista, saliendo por la puerta de mi oficina.
Cierro los ojos una vez más y me repito que esto es lo mejor, que ella merece muchísimo más de lo que yo puedo darle y que no estoy cometiendo un error.
Siempre supe que este momento llegaría, solo que me había acostumbrado a la atención que ella me entregaba y el sentirme importante y querido por ella me hacía tener ganas de seguir adelante, pero en el fondo estoy tan dañado por dentro que no me puedo permitir seguir haciéndole daño a Clarisse.
CLARISSE
Al salir de la oficina de Samuel, me coloco mis tacones y camino como si nada hubiese pasado en el interior de esa oficina, como si ese estúpido no hubiese roto mi corazón.
Si mi abuela me viera en este momento estaría tan decepcionada de mí.
Yo, una mujer poderosa, enamorada de un completo idiota egocéntrico sin sentimientos. Lo peor de todo, es que siempre soy yo la que vuelve a sus brazos, pero ya había decidido que esta vez no sería así, porque no podía permitir que cada vez me hiciera sentir peor.
Samuel Evans era un hombre muy atractivo, con dinero y en la mayoría del tiempo era agradable, sin considerar que en la cama lograba cumplir todas mis expectativas. Su problema radicaba en que estaba obstinado a no tener una relación seria con nadie y yo como estúpida pensé que podría ser la excepción y quien lo haga cambiar de parecer, pero solo fueron ilusiones mías.
He pasado estos últimos dos años intentando demostrarle que soy un buen partido y que puedo ser todo lo que el necesite, pero me aburrí de estar luchando contra él mismo, contra sus nulas ganas de estar conmigo en una relación formal.
Recuerdo que una vez mientras estaba ebrio me confesó que había alguien en su corazón, luego actuó tan lindo conmigo que yo de ilusa pensé que se refería a mí. Con el tiempo terminé por convencerme que esa persona que ocupa su corazón nunca he sido yo, que solo soy el reemplazo, la segunda opción.
Salí del edificio con los ojos picándome por las ganas de llorar, pero no me iba a derrumbar. Me coloqué los lentes de sol y pude ver como varios periodistas se acercaban a mí, por lo que me apresuré hasta llegar a mi automóvil, donde mi chofer me esperaba.
—¡Señorita Méndez! ¿Son ciertos los rumores que dicen que usted y Evans son pareja? —me pregunta una de ellas. Yo la hago a un lado y entro a mi automóvil, pero antes de cerrar la puerta un chico coloca su brazo para impedirlo.
—Clarisse, ¿qué les dices a todos quienes han perdido una oportunidad de conquistar tu corazón? —pregunta con una sonrisa amable. Le sonrío y alzo mis lentes de sol para verlo directo a los ojos.
—Cariño, nadie ha robado mi corazón de momento —el chico me observa atónito, de seguro esperaba que lo ignore como al resto. Luego de eso tomo su brazo con delicadeza y lo corro hacia un lado.
Me aseguro de cerrar bien la puerta del auto y veo a Héctor observarme con tristeza.
—¿Me llevas donde mi abuela, Héctor? —él asiente y luego comienza a andar.
(…)
Al llegar a casa de mi abuela soy recibida por la señora que cuida de ella, quien me guía hasta el jardín trasero de la casa, donde mi abuela suele estar la mayor parte del tiempo cuidando sus plantas.
Mi abuela me observa con una dulce sonrisa al verme y me dejo rodear por sus brazos y la calidez de su cercanía me remueve las heridas del corazón.
—¿Viste lo de mi supuesto romance? —le pregunto mientras me siento a su lado.
—Claro que sí, preciosa —ella envuelve sus manos entre las mías y me ve directo a los ojos, provocando que me sienta como una niña pequeña.
—Samuel no quiere nada conmigo —reconozco en voz alta y siento mi garganta arder ante la realidad de mis palabras—. Él solo quería algo casual, pero se nos fue de las manos y ahora que todo quedó expuesto, me quedó mucho más claro que solo fui uno más de sus juegos.
Mi abuela acaricia mi cabello y luego besa mi frente.
—Mi niña, tú vales mucho más de lo que él quiere reconocer —asiento con la cabeza y limpio una lágrima que se escapa por mi mejilla—. ¿No quiere una relación contigo o es que no quiere una con nadie?
—Con nadie.
—Entonces el problema no eres tú, es él y los demonios que debe esconder su cabecita —concluye. La observo y luego le dedico una sonrisa cálida, llena de agradecimiento—. Hay personas que solo son capaces de escapar cuando la vida los obliga a tomar decisiones y eso es lo que él hizo, te dejó libre para que tú te fueras y así no enfrentar sus heridas contigo.
—Gracias por tus palabras, las valoro mucho —sonrío. Ella asiente con la cabeza y luego se coloca de pie con dificultad.
—Ahora comeremos algo y luego te quedarás a dormir conmigo —me coloco de pie y la ayudo a caminar hasta el interior de la casa.
Observo como mi abuela cada vez está más débil y le cuesta más movilizarse, lo que hace que mi corazón se estruje al pensar en que en algún momento ella deje este mundo, me deje a mí.
Le sonrío mientras ella le pide a la cocinera que nos prepare algo de comer y luego nos dedicamos a hablar horas y horas sobre la revista y los progresos que ha tenido en estos meses.
Me regalo este momento de felicidad junto a ella, porque definitivamente ningún hombre logrará arruinarme la felicidad ni las ganas de aprovechar cada minuto junto a mi abuela.