ZARA
Mi corazón está latiendo con fuerza y siento como mi respiración se atasca en mi garganta, Tom me sube el vestido hasta la cintura y baja mi ropa interior, la cual había corrido hacia un lado antes para poder tocarme, en el momento en que me la quita completamente, noto lo mojada que está, pero en vez de vergüenza, ver la expresión de lujuria en su cara cuando él también nota la humedad, hace que me encienda más.
Tom estira la mano hacia la mesita de noche y cuando abre el primer cajón, noto que está buscando algo en él, así que frunzo el ceño sin entender qué puede ser tan importante para tener que buscarlo justo en este momento, y estoy a punto de preguntarle, hasta que veo que saca un pequeño paquete plateado y entiendo que estaba buscando un condón.
“Todos los hoteles tienen de estos,” él me dice cuando nota mi expresión sorprendida.
Pero yo solo atino a asentir pues estoy demasiado embelesada viendo como rasga el paquetito con los dientes y empieza a ponérselo con destreza, lo cual, inevitablemente hace que me pregunte qué tan seguido hace esto, pero descarto mis dudas rápidamente cuando caigo en cuenta de lo estúpido que eso sonaría si se lo preguntara en voz alta.
Tom se posiciona en medio de mis piernas y pone sus brazos a cada lado de mi cabeza, mientras inclina su rostro para besarme dulcemente al mismo tiempo que posiciona su m*****o sobre mi entrada, yo envuelvo mis piernas en su torso y no puedo evitar el gemido de placer que se escapa de mis labios cuando siento cada pulgada de su ser enterrándose en mí lentamente.
Después de un par de segundos en los que él me tortura quedándose completamente quieto y sólo besándome, empiezo a mover mis caderas contra las suyas, lo cual hace que él empiece a reírse contra mi boca, y luego me dice en la voz ronca más sexy que he escuchado en mi vida:
“¿Qué quieres Zara?”
“A ti,” le contesto en un jadeo.
“¿A mí?” me pregunta continuando la tortura.
“Si, te quiero a ti, quiero que me folles,” le digo con una voz rasposa que suena extraña a mis oídos.
“Como mandes, jefa,” él me dice con una sonrisa traviesa antes de salirse un poco de mí y luego embestirme con un movimiento rápido y duro, haciéndome soltar un leve grito de placer.
Después de un par de minutos de estar gimiendo y jadeando por el enorme placer que me causa la forma en que Tom se mueve dentro y fuera de mí, soy levemente consciente de un ruido que se siente como lejano, pero el placer me consume y no me deja concentrarme en nada aparte de su cuerpo sobre el mío; no obstante, Tom se detiene abruptamente y cuando estoy a punto de quejarme por ello, escucho con claridad unos golpes en la puerta de la habitación.
Él me mira con una mezcla de confusión y molestia, antes de preguntarme: “¿Estás esperando a alguien?”
“No, seguramente es Susan,” le contesto un poco irritada por la interrupción.
Él sale de mí lentamente y me ayuda a ponerme de pie y arreglar mi vestido, el cual estaba enrollado en mi cintura, antes de dirigirme a la puerta dispuesta a gritar a Susan por primera vez desde que trabaja conmigo.
Pero mi sorpresa es mayúscula cuando abro la puerta y me encuentro a uno de los conserjes sosteniendo un enorme ramo de hortensias, con una caja redonda que contiene un moño y yo me quedo petrificada en la puerta sin saber muy bien qué hacer.
“Lo siento señorita Arlington, esto llegó a la recepción para usted y dijeron que era urgente que lo entregara,” me dice el joven con su cara ruborizada e incapaz de mirarme a los ojos, asumo que alcanzó a escuchar lo que estaba pasando allí dentro y ahora debe pensar que soy algún tipo de zorra que se acuesta con uno mientras el otro le envía flores.
Así que tomo ambas cosas de su mano y las pongo sobre una pequeña mesa que hay al lado de la puerta en donde también tengo algo de efectivo para las propinas, y después de darle un par de billetes, me apresuro a cerrar la puerta, pues la situación ya es demasiado vergonzosa, y no necesito que él tenga la oportunidad de ver a Tom desnudo y luego contarle al resto del personal, sin mencionar que esto fácilmente puede terminar en la prensa.
Tan pronto como la puerta se cierra, Tom aparece a mi lado y examina las dos cosas con una evidente molestia, pero se abstiene de decir cualquier cosa, y yo estoy tan sorprendida que no sé muy bien cómo actuar, pues por la descripción de la tarjeta, es evidente que los regalos provienen de Dominic.
“Tom, yo…” empiezo a decir, pero él se da media vuelta y vuelve a la habitación, así que me voy detrás de él y noto que se está vistiendo nuevamente.
“¿Te vas a ir?” le pregunto en un susurro y él asiente sin decir ni una sola palabra.
“No tienes por qué irte,” le digo y él me mira con el ceño fruncido.
“Creo que no es buena idea que me quede aquí esta noche, las personas pueden empezar a hablar,” él me responde.
“Eso no te importó en las noches anteriores,” le digo con un poco de irritación por su reacción.
“Zara, cuando te pregunté hace un par de días si había problema con que me quedara aquí, especialmente en lo que respecta a tu novio, fuiste muy clara en decirme que él es tu novio sólo para el resto de personas, pero que en realidad ustedes no son ese tipo de pareja; esas flores y chocolates no demuestran que eso sea cierto,” él me dice con un tono herido y no puedo evitar el sentimiento de culpa que se empieza a formar en mí.
“Pero sí es cierto, él nunca había hecho eso antes, es sólo porque le conté de mi pequeño accidente,” le respondo, pero él sacude la cabeza con incredulidad.
“¿Y también le contaste que me he estado quedando aquí contigo por las noches?” él me pregunta y yo me muerdo el labio, lo cual hace que él resople cuando entiende que la respuesta a su pregunta es negativa.
“No le he contado porque a él simplemente no le va a importar eso,” le respondo pensando que así estoy arreglando las cosas, pero es peor, pues la expresión que cruza su rostro casi hace que me muerda la lengua para dejar de decir estupideces.
“¡Pero a mí sí me importa, Zara!” él exclama lanzando sus brazos en el aire en un gesto exasperado.
Y cuando él ve que no respondo, añade: “No estoy dispuesto a ser tu juguete s****l al cual escondes de todo el mundo como si te diera vergüenza, mientras sales en público pavoneándote con ese imbécil,” Tom me dice con una voz triste y luego sale rápidamente de la habitación sin darme oportunidad a responder.