Capítulo 2. ¡Perder no es una opción!
Caí de nuevo.
–Soy una idiota. –me reproché en voz alta, cuando salí de la oficina de “Consejo estudiantil”, todo era más claro, la maldita adrenalina se había ido. –¡Maldito seas Lex Maxwell! –lamenté.
Me la pasé todo el día pensando en ello, cuando llegué a mi trabajo de medio tiempo en la panadería fue difícil para mí concentrarme, era un lugar pequeño su giro era la elaboración artesanal de pan tradicional, yo ayudaba en la decoración de pasteles y panecillos, así como en la preparación de múltiples galletas de mantequilla y panes daneses.
–¡Perder no es una opción! –afirmé dándole un fuerte grito y golpeando la masa sobre esa tabla de madera firme, algo en mi frenético corazón me decía que era posible que sí lograría ganar, una sonrisa perversa se apropió de mis labios.
Al día siguiente en el colegio, me acerqué a Lex, acababa de terminar su entrenamiento de futbol soccer, me escabullí y logré abordarlo.
–¡” Castaño odioso”! –le grité, lo cómico fue que, si volteó la mirada hacia mí. –¡Aquí lo tienes! –le extendí el sobre oscuro, había procurado ponerle varios sellos, sobre todo uno con una marca en cera con mi nombre que delataría si este llegaba a ser violado, el papel era de tipo opalina y de un tono mate y opaco, no se podría ver a través de el, aunque se intentara a contra luz, no había escatimado en ser severa con la seguridad de mi más valioso secreto.
–Oh… tu secreto más grande. –se talló el mentón mientras tomaba con cuidado el trozo de papel.
–¡Ni se te ocurra “castaño odioso”! –le expresé enojada.
–Qué fácil te enojas. –se burló. –Debe ser algo muy importante… –se mofó. –Quizás el nombre de la persona de la que estás enamorada. –habló intentando averiguarlo.
–¡Ja! ¿¡Enamorada yo!? ¡Claro que no! ¡Eso jamás! –reí segurísima de mi afirmación.
–Nunca digas: nunca. –me informó.
–¡NUNCA! Y en todo caso… eso es asunto mío. –expresé, mientras peleábamos habíamos llegado a la oficina del profesor de Química: Armando Pool, no logro comprender como Lex pudo involucrarlo en esto, este castaño es demasiado imprudente.
–¿Ya dejarán de pelear? –cuestionó el maestro.
Rodé los ojos.
–Ya está profesor. –exclamó Lex.
–Depositen sus sobres en esta caja. –Afirmó el profesor.
Miré mi sobre con detalle cuando logré arrebatárselo a Lex, estaba muy bien protegido de ojos curiosos, de intentos de ultrajo o violación, cerré mis cuencas y lo besé con ternura.
–Volverás a mí, te lo prometo. –le afirmé.
El castaño me miró con gracia.
–Claro que volverá a ti… ¡En un año! –me dijo y lo mal miré, solo porque estaba uno de mis profesores favoritos en frente no le dije una tontería, pero tenía tantas ganas de golpearlo.
Después de mi ritual, lo deslicé suavemente por la g****a de la caja de madera.
–Te toca. –le dije al odioso.
Él, sin preocupaciones, ansiedades ni miedos, puso su sobre, el cual, estaba envuelto en un papel tan liviano que, era casi transparente, ladeé la mirada anonadada, siguiendo la ruta de su muñeca hacia el cubo de madera, estaba totalmente impactada, quise descifrar su contenido, pero no era tan hábil para ello.
–Listo. –nos volvimos a estrechar de las manos. –No voy a dejarte ganar. –me afirmó.
–No espero que lo hagas. –le contesté con un gesto retador.
–Oficialmente, han cerrado el acuerdo. –nos declaró el profesor Pool.
Ambos asentimos con la mirada.
–Buena suerte Chris.
–No me digas Chris, para ti soy Christine. –le dije. –Además, no necesito tus ánimos. –afirmé, luego de despedirme del profesor, salí del sitio.
Lex Maxwell.
Vi a esa niña salir de la oficina del profesor Pool a toda prisa, me evitaba tanto que, no parecía importarle disimular lo muy poco que yo le agradaba, la veía hacer gestos y muecas, e incluso me ha puesto un apodo: “castaño odioso”.
–Así que te traes riña con Christine Walsh. –me llamó el profesor Pool. –¿Por qué la escogiste a ella como tú rival? –me interrogó.
–Se equivoca profesor, en realidad… ella me escogió a mí. –le afirmé con una sutil sonrisa.
–Sé leve con ella, tiene una situación familiar complicada…–me informó.
–Profesor, por la personalidad que tiene, dudo que quiera que sea leve con ella. –le aseguré, porque reconozco que la actitud tan emprendedora de la que hace gala, es de esas chicas que odian que las traten como una delicada flor.
–¿Qué estás pensando Lex? –me cuestionó nuevamente el maestro.
–Qué esto será muy divertido. –le sonreí y salí de su oficina.
Christine Walsh.
Es evidente que no cavilé muchas cosas, entre las cuales estaban: la problemática que se desató cuando una chica de clase media baja se enfrentó al chico más popular de la escuela, Alexander Gabriel Maxwell era el heredero de: “Industrias Maxwell” todos lo sabíamos, no era un secreto y era sumamente difícil de disimular; era inteligente, con buenas notas escolares, el capitán del equipo de futbol, hacía voluntariado, se rumoreaba que tenía una novia extranjera y según la revista adolescente Clifton es el más guapo de todo el colegio, ¿había algo que Alexander Gabriel Maxwell no hiciera bien en esta u otra vida? Seguramente la respuesta era: No.
Necesitaba un milagro para vencerle, pero yo no era tan religiosa, era más creyente del trabajo duro y la dedicación porque con el paso de los pocos años que tengo de vida, solo eso me ha dado resultado: esforzarme hasta el máximo.
–Tendré: uno, dos, tres votos. –conté a mis amigos y a mí misma con los dedos. –Por qué si votaran por mí. ¿Cierto? –los miré con recelo.
Ellos asintieron con la cabeza frente a mi amenazante semblante.
Empezamos con los carteles y todos los preparativos para la campaña. La tensión podía sentirse tan intensa cuando Lex cruzaba el umbral de la puerta y nos dirigíamos miradas rivales, ambos echábamos fuego amenazador.
–Tienes agallas, Chris. –me aduló Ariel cuando estábamos en mi casa recortando y pintando grandes cartulinas.
–Definitivamente eres mi heroína. –afirmó mi amiga Kitty.
–¡¿Qué?! ¡¿Agallas?! ¡¿Heroína?! Agradezco sus hermosas palabras de aliento, pero vamos que, en realidad, reflexionando las cosas… soy muy manipulable, es decir… ¿Cómo pude meterme en el fango solo porque no logré controlar mi temperamento? –les cuestioné abriendo más mis ojos.
–Eso es verdad, pero otra persona ya se hubiera rendido. –afirmó Ariel.
–Es mi maldito orgullo. –rodé los ojos. –No me permite rendirme. –demandé. –¡Cómo sea! ¡Propuestas! –les pedí intentando poner orden o no avanzaríamos nada.
Comimos deliciosas galletas de mantequilla, roles de canela, y biscuits de canela, pese a mis nervios y mi evidente histeria, tuvimos una tarde muy colorida y maravillosa.
Habíamos creado un “eslogan” que representaría a mi gestión, así como propuestas racionales de los cambios y modificaciones que haríamos en el período que ocupara la toma del puesto.
En mi mente me cuestionaba si esto era necesario para ganar esta contienda.
Mis dos amigos pasaron la noche en mi casa, estábamos tan agotados que nos quedamos dormidos en el suelo de mi sala, cuando logré despertar me percaté del desastre que habíamos dejado la noche anterior: había plumones, cartulinas y papeles a mi alrededor.
Nos pusimos en marcha y después de despabilar, de una ducha rápida y un par de tazas de café, salimos como una tropa de guerra hacia la escuela.
–¡Manos a la obra, equipo! –los motivé, ambos sonrieron emocionados, nos dimos un choque de palmas y nos dirigimos a tapizar las paredes, puertas y todo lo que fuera posible con mi nombre y propuestas, llegamos temprano, antes que todos y eso nos daría ventajas.
Luego, vi aparecer al club de fans de Lex, eran un montículo de niñas que hacían lo que fuera por tener su atención.
> pensé asqueada y rodé los ojos, este solo sería el inicio de esta batalla.
Los rumores abarcaron el colegio al ver los carteles de ambos candidatos en cualquier punto del colegio.
–Es alumnado es difícil de convencer. –me quejé cuando logré sentarme en una banca del patio de la escuela, me dolían los pies, la cabeza.
–Sería más fácil si te rindes, Christine. –escuché una voz detrás de mí.
Me puse de pie, de golpe.
–Comienzo a odiar el timbre de tu voz. –le eché en cara, odiaba que se acercara a mí. –Además… lo último que voy a hacer es rendirme frente a un chico tan egocéntrico y odioso como tú. –le conferí.
> me cuestionaba al apretar los puños de mis manos, este chico no era normal.
–Qué bien Christine, porque esto… apenas comienza. –me declaró y se fue del sitio.
Es obvio que le gustaba molestarme, le encanta provocarme y sabe que su presencia me irrita de sobremanera.
No puedo perder, no quiero tener que verle la cara todos los días, ya desde ahora, no soporto su timbre, menos voy a soportar que me dé indicaciones y órdenes, una ansiedad terrible se estaba metiendo en mis pensamientos, me puse de pie de golpe, no podía tirar la toalla justo ahora, tenía que seguir esforzándome, más y más, solo eso me ha dado resultados positivos.