Christine Walsh.
Admito que, la excesiva energía de Lex me ayudó demasiado en esta situación, fue rápido atendiendo a la gente que iba entrando al local, e incluso admito que, provocó un poco de disturbio entre las pocas chicas que llegaban al sitio.
Lex se despidió del último cliente de la noche y luego se giró hacia mí, apoyo su cabeza en la barra mientras me miraba y echaba un enorme suspiro.
–Tu trabajo es agotador, Chris. –afirmó.
Eché una risita.
–Lo sé, pero me gusta. –sonreí levemente.
–¡A mí no! ¡¿Sabes la tortura que viví hoy?! ¡Me quería comer todo lo que le servía a la gente! ¡Fue horrible! ¡Jamás podría trabajar aquí! –argumentó frustrado, como si de un niño pequeño se tratara. Yo tan solo eché una carcajada mientras escuchaba las tonterías que decía. –Por cierto…–murmuró y comenzó a jugar la barra con los dedos.
–¿Qué pasa? –pregunté restándole atención a lo que yo estaba haciendo para dirigírsela a él.
–Me debes algo por ayudarte. –me informó.
Rodé los ojos, este niño es un pequeño hombrecillo de negocios, no realiza nada sino obtiene algo de regreso de igual o de mayor valor. Me dejará en quiebra.
–¿Qué quieres? –interrogué.
–Algo que solo tú puedes darme…–me informó, quedé estática a esa afirmación, no había muchas cosas que yo pudiera otorgarle. ¿A qué se refería?
–Sabía que dirías algo así Lex. –vi como levantó su semblante, quizás le sorprendía saber que ya lo conocía mucho mejor de lo que él pensaba, fui un segundo a la cocina. –Aquí tienes. –le extendí una bandeja con una amplia gama en variedad de panes y sobre todo de sus horneados favoritos: roles.
Lo vi sonreír lleno de felicidad.
–¿Cómo lo sabías? –cuestionó.
Me encogí de hombros.
–Eres más predecible de lo que piensas. –afirmé, lo vi hacer un puchero, como si esa respuesta no le gustara. –Como sea…–minimicé con la mano. –Gracias por tu ayuda. –le sonreí con verdadera sinceridad.
Lo vi quedarse totalmente sorprendido a ese gesto en mi rostro, no dijo nada, creo que le había robado las palabras de la boca, estoy segura de que no esperaba que le agradeciera su ayuda.
–No fue nada. –afirmó finalmente, mientras se rascaba la nuca.
Terminé de sacar cuentas, de arreglar el lugar y salimos del sitio, me giré hacia él para agradecerle por última vez su apoyo.
–Sube al auto. –me dijo.
Quedé boquiabierta a esa demanda.
–¡Ya hiciste suficiente por mí, hoy! ¡No tienes que llevarme! –Le expliqué.
Se echó a reír.
–No te estoy preguntando. Es una orden. Sube al auto ya. –me dijo.
Fruncí el ceño e hice una fea mueca a esa respuesta suya. No tenía porque ser tan tosco conmigo.
–Esto no es justo, siempre ganas. –refunfuñé entre dientes.
–¡Es verdad! ¡Yo siempre gano! –se mojó y arrancó el auto para salir del sitio.
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Lex Maxwell.
–¡Buen tiro Lex! –me aduló mi entrenador de futbol.
Los deportes se me dan bien, los estudios tan bien, en general… todo se me facilita, por eso en algunas ocasiones conseguir rivales de mi calibre es tan complicado y se vuelve todo tan abrumador y fastidioso cuando no logro una competencia digna.
–Listo muchachos, se terminó en entrenamiento. –nos recalcó el profesor. Todos nos acercamos porque siempre que culminamos un entrenamiento hacia una pequeña junta para darnos los pendientes del día o alguna que otra retroalimentación con respecto a la práctica. –lex tu siéntate ahí. –me reprendió con un tono severo, yo sin entender hice lo solicitado. –Muchachos. –tomó un respiro. –Este sábado tenemos partido contra la preparatoria “Aldwickbury”. –eché un respingo, ese es el nombre de la preparatoria en donde estudia Jacob Sallow, y también él practica futbol, somos tan similares y distintos al mismo tiempo, además de que su equipo tiene fama de ser muy fuerte y estar bien preparado, son profesionales, un deseo de competencia se apropió de mí, deseaba vencerlo en la cancha. –¡Lex, no llegues tarde! –me había perdido parte del inspirador sermón por estar inmiscuido en mis pensamientos.
–¡No me gusta dejar esperando a mis rivales! –le sonreí con mucho entusiasmo.
Apenas es lunes, Amber tuvo nuevamente que salir del país a concretar un proyecto, efectivamente le había ido excelente en su pasarela en París y justo ahora la acababan de contratar para ser la cara de una joven diseñadora italiana, es obvio que no podía desperdiciar esta increíble oportunidad, por lo cual estará fuera un par de semanas.
No me preocupaba, tengo una semana para convencer a Christine de seguir fingiendo conmigo y más, frente a Jacob.
Los días pasaron, yo no había encontrado un momento preciso para lanzarle la noticia a Christine, cada vez que estaba a punto de decirle algo sentía que no podía, los nervios me vencían y terminaba posponiéndolo para más tarde.
Maldición, es viernes ya.
–¡Hey, Chris! –exclamé entrando despistadamente al cubículo de consejo estudiantil, la vi levantar su mirada hacia mí, estaba concentrada y le había roto ese instante con mi aparición.
–¿Qué pasa? –cuestionó con una mueca, ella acostumbra a ponerme gestos feos cuando le desagrada mi presencia.
–¡Toma esto! –afirmé dejando frente a ella una caja de cartón. –¡Paso por ti mañana a las ocho de la mañana, nos vemos! –me di la vuelta para salir de ahí tan pronto como mis facultades me lo permitieran.
–¡¿Qué es esto?! –se atrevió a cuestionar.
–¡Un obsequio! –mentí. –¡Te lo pones mañana! –le demandé sin querer darle la oportunidad de realizar mayores cuestionamientos.
–No estoy entendiendo. –se veía realmente confundida, así que… decidí quedarme a explicarle la situación porque tampoco debía ser tan injusto con ella. –¿Son tacones? ¿una falda? –tenía un gesto confuso.
–Mañana tengo un partido “amistoso” contra el equipo de Jacob Sallow y, Amber está en Italia. –le expliqué.
–No me digas que…–había quedado pálida en tan poco tiempo.
–Me temo que sí. –dije rotundamente con el fin de disipar sus dudas.
–¡¿Pero y Amber?! –creo que no había escuchado lo que le dije hace apenas unos segundos, se veía totalmente mortificada y sorprendida.
–No está, regresa dentro de dos semanas. Además de que, es a ti a quien conoce Jacob. –afirmé con la cabeza. –Tienes que ser tú. –asentí.
–No, no puede ser. ¡Me rehúso! –exclamó poniéndose de pie para salir de ahí.
Maldición, odio cuando las cosas se ponen así de difíciles y tengo que recurrir a “chantajearla” no lo disfruto para nada si eso es lo que parece, por el contrario es realmente incómodo.
–¿Estás segura? –cuestioné prontamente, antes de que ella cruzara la puerta del salón.
No podía decir que no, yo sabía que ella no se negaría a mí. La vi bajar su mirada hacia el piso.
–Supongo que no está a discusión…–me contestó.
–Así es…
–Entiendo. –se acercó a tomar la caja de cartón de la que estaba huyendo. –Nos vemos mañana. –la sujetó con desdén y poniendo una horrible mueca en su rostro se dio la media vuelta para no prestarme mayor atención.
–Chris…–puse un tono conciliador.
–¡Mañana me explicas la maldita situación! –chilló y salió de ahí a paso apurado.
Me quedé sentado un instante en mi silla de presidente. A diferencia de otras chicas, Christine Walsh no solo me evitaba, me detestaba… podía verlo en cada una de sus acciones y en lo incómoda que se ponía cuando me acercaba a ella, estoy totalmente seguro de que esta situación la tiene en su límite, ella… siendo una chica tan independiente está odiando el hecho de que yo use la coacción para conseguir lo que quiero.
Acabar con este juego no suena a una mala idea, pero seamos totalmente sinceros… ella es tan orgullosa que no lo querría así, es una chica que cumple su palabra, es parte de su carácter.