Christine Walsh
Lo vi encogerse de hombros y hacer un gesto cómplice.
–Tenemos toda la noche para llegar a casa. –afirmó.
–Te detesto, mucho. –reclamé con un tono de voz enojado.
–Eso ya lo sé. –afirmó totalmente convencido. –Qué más da. –volvió a suprimir sus hombros. –Solo debes de cantar.
Yo me cuestioné en ese instante… el porqué de tanta insistencia en algo tan tonto y trivial, pero solo nos estábamos alejando de casa y no se le notaba con intenciones de retornar, eso me estaba inquietando demasiado.
Cerré los ojos suavemente y dejé que las notas de voz de una canción que me sabía de memoria se apropiaran de mis cuerdas vocales y salieran en forma de melodía, creo que desafinaba un poco, pero honestamente… no recordaba lo mucho que esta canción me gusta, ni tampoco lo bien que me hacía liberarla de mi pecho, no pasó mucho tiempo aunque lo sentí como una eternidad y entonces… abrí las cuencas de poco en poco y lo caché mirándome fijamente, incluso había detenido el auto y ni siquiera me había percatado de ello.
Creo que me pinté de colores, sentía mis mejillas arder demasiado y él no confería palabra alguna. ¿Tan mal lo había hecho? ¡No debí dejarme convencer por él!
–Lo sabía. –dijo y entonces puso una sonrisa muy agradable, creo que jamás me había dado cuenta de lo linda que podía ser esa curva en su boca. –Cantas feo. –se mofó de mí.
Yo… hice un mohín de enojo y, giré la mirada hacia la ventana, ya no quería ver su horrenda cara por eso mejor, me dispuse a contemplar el paisaje de afuera con la intención de verificar que estaba retomando la ruta que había omitido por su capricho estúpido.
Se burlaba, lo sé porque tenía una enorme sonrisa en la cara.
–Gracias por traerme a casa. –afirmé al bajar a gran velocidad del auto, ni siquiera me detuve a mirarlo, tan solo me limité a aporrear la puerta.
–¡Nos vemos en la escuela! –se despidió de mí.
–Nos vemos…–contesté con fastidio.
Arrancó a gran velocidad y lo vi perderse a lo lejos, dejé de tomarle importancia y entré a casa.
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Al día siguiente, tanto él como yo… teníamos unas ojeras terribles y muy notorias, la diferencia era que... él no perdía ni una pizca de esa energía que tanto lo caracterizaba, Dios… ¿de dónde obtenía tanta efusividad? Como sea… apoyé la cabeza sobre mi pupitre para ver si lograba reponerme un poco porque… estoy totalmente acostumbrada a desvelarme, pero últimamente esto se ha incrementado y la fatiga lejos de descender solo aumenta, por lo cual me siento cada vez más agotada.
–¿Estás bien? –me cuestionó Ariel mientras tocaba mi hombro y ponía un gesto de severa preocupación.
–Sí…–afirmé tallando un poco mis ojos, y le di una leve sonrisa intentando disimular mi agotamiento.
Levemente, desde el rabillo del ojo, noté como Lex ponía atención a nuestra breve conversación, un gesto de seriedad lo embargaba totalmente, la verdad es que decidí no prestarle más atención de la necesaria a ese niño castaño y odioso.
El timbre sonó y todos salieron como desquiciados por la puerta, yo no tenía las suficientes fuerzas para seguirles el paso, así que… lo hice a mi ritmo; me estiré un poco y me froté por milésima vez las cuencas de los ojos, después… eché un terrible suspiro, y muy despacio caminé hasta mi casillero. Mis amigos se habían adelantado porque tenían una tarea pendiente o algo así me lograron explicar, la verdad es que tampoco entendí demasiado, todo se figuraba lento y pesado hoy.
Abrí la caja metálica, tomé lo que necesitaba, y lo que no… lo dejé ahí, después… cerré la puerta con un golpe y giré sobre mis talones para salir de ahí.
–¡Ah! –chillé asustada cuando me topé fijamente con Lex, quien no se cuánto tiempo llevaba detrás de mí.
–No vayas a trabajar hoy…–murmuró con un tono serio que asustaba. Alcé la ceja y permanecí callada. –Estás demasiado agotada.
–Estoy bien. –le contesté fijamente, evitando bostezar frente a él.
–¡No, no lo estás! –me regañó. –¡Siempre me maldices y haces muecas cuando hablo contigo! ¡Hoy estás neutra, y eso significa que no estás bien! –se notaba muy irritado y yo no entendía por qué.
–Estoy bien. –me aparté de él.
–¡Es una orden, no vayas hoy! –me gritó.
Me mordí el labio con fuerza y pasé de largo junto a él, evitándolo; entonces… detrás de mí escuché el memorable papel que siempre llevaba Lex en el bolsillo de su saco, me giré para quedar frente a frente.
–No puedo faltar. Tengo que ir. –afirmé.
–Por favor. –puso un gesto suplicante y su tono de voz incluso fue suave.
–Necesito ir, no está a discusión, mi situación económica y familiar es complicada. –comencé a caminar de prisa.
–¡¿Qué harás si lo abro?! ¡Chris! –me gritó.
–¡Sé que no lo harás! ¡Por lo menos está vez! ¡Te conozco! –le sonreí mientras le dirigía la mirada sin perder el paso.
Lo sé porque a pesar de ser un maldito niño caprichoso, sabe lo que este trabajo significa para mí.
Llegué acalorada a la panadería y después de tirar mi mochila sin tomarle mera atención, me dispuse a ponerme el mandil de trabajo, la hija del señor Douglas dijo que vendría a ayudarme, pero más tarde y hoy era el día de descanso de Mili, así que… estoy prácticamente sola en el local, pensarlo me daba jaqueca.
Salí del baño después de mojarme la cara con agua fría, porque para colmo… hoy el día estaba nublado y las ventas de pan en situaciones así se incrementan demasiado.
¡Quería morirme!
Escuché la puerta de entrada de personal sonar, seguramente era la hija del señor Douglas: Melanie.
–Entonces…. ¿Qué tengo que hacer, jefa? –me cuestionó una voz familiar.
–¡¿Qué rayos haces aquí, Lex?! –le pregunté al chico de ojos castaños.
–¡Vine a ayudarte! –frunció el ceño, como si mi cuestionamiento le indignara.
–¡Estás loco! –le regañé.
–¡Esa afirmación me sorprende! –sonrió con cinismo. –Pensé que era algo que ya sabías de mí…–me guiñó el ojo.
–¡Has lo que quieras! –le regañé.
–Siempre hago lo que quiero… Chris. –me informó y sentí que temblé a esa contestación.
> fue lo único que le cuestioné a mi cabeza en silencio.