Capítulo 36. Organización.

1046 Words
Chris Walsh. El tiempo transcurre deprisa cuando uno no presta atención al pasar de los segundos, de los minutos, de las horas, de los días… de un abrir y cerrar de ojos; pasé de diciembre a febrero. El catorce de febrero, un día más de todos los trescientos sesenta y cinco dentro del calendario, no tiene nada de especial; no entiendo porque la gente se obsesiona tanto con algunas cosas, o quizás tan solo yo, no logro comprender muchos sucesos aún, no sé cuándo lograré entender el significado de esta fecha, es más, ni siquiera sé si ese día llegará… Poco me importa a mí el catorce de febrero con sus creencias y festividades; para mí persona es un día más en el calendario y, por mi al actual penosa situación un día más de tortura, pero al mismo tiempo… un día menos de espera. Querida libertan mía, extraño la calidez de tu frescura y la delicia de tu fidelidad, tan solo cruzo los dedos, rezo noche y día y lo único que anhelo es que el pasar del tiempo recorra el reloj más a prisa. Unos días antes del catorce de febrero, el bueno para nada presidente de “Consejo estudiantil” me convocó. –¿Por qué tanta urgencia? –le cuestioné cuando llegué al sitio. –En una semana será catorce de febrero. –¿Y qué con eso? –interrogué. ¡Cómo se notaba lo poco que me gustaba esa fecha, muy diferente a mi actitud por una navidad! –¡Quiero hacer un festival para el cuerpo estudiantil! –expresó totalmente entusiasmado. –Con globos, puestos de comida, quizás algunos juegos inflables… –comenzó a enumerar. Todo lo que decía se escuchaba costoso. –¡¿Qué?! –chillé. –¡No tenemos presupuesto para algo así! –afirmé y, a veces odio tanto tener que ser yo quien le ponga los pies en la tierra, es desgastante. –El presupuesto de febrero y parte del de marzo se agotó en las reparaciones de la cafetería y en sillas nuevas para el taller de música, no hay más. –Le dije. –¡Bah! –minimizó. –¡Es solo dinero! –expresó. –¡Te preocupan pequeñeces! > pensé en mi mente y estuve a punto de golpearle, tampoco había que menospreciar el valor del dinero o, yo por otro lado no lo hacía, puesto que me costaba demasiado ganarlo. –¡No son pequeñeces! ¡Son impedimentos que nos limitan en esta idea loca que acabas de tener! –le reclamé. –¡¿De dónde pretendes conseguir ese monto?! –estaba exasperada, regañarlo ya era un hábito totalmente mío. –Confía en mí. –me dijo y salió de ahí. Al rato que regresó me dio un cheque, tenía la firma de su padre. –Pensé que no le pedías cosas a tu papá. –dije alzando la mirada hacia él, luego… me llevé el flequillo detrás de la oreja. –Y no lo hago, es un p**o por unas cosas que tuve que hacer por él. –me dijo. –¿Un sueldo? –Sí. –No dejaré que metas tu dinero en esta situación, esto te pertenece. –le devolví el cheque. –Sé lo duro que es obtenerlo, no permitiré que lo hagas. –le negué con la cabeza. –Chris… –me llamó, Dios, sé de antemano que está a punto de darme un sermón. –Mañana despertaremos o quizás no lo hagamos nunca más, la vida pasa muy rápido, es efímera y se va como una mota de polvo a través del viento, sin retorno. –me explicó, pero ese hecho yo ya lo sabía de antemano. –Es nuestro último año de preparatoria, un evento para que lo recuerden los veteranos no estaría mal…–señaló, había demasiada ilusión en su rostro, incluso me atrevo a confesar que me era un poco difícil ser yo quien debiera ser la racional. Además, algo me decía que sí yo me seguía resistiendo a este disparate, terminaría por imponérmelo como parte de una orden, mejor cedí por las buenas, ya que… lleva rato sin el tan odioso: “Es una orden” y, planeo que así sea hasta el final de este “trato”. –Entiendo, planeemos entonces ese festival. –sonreí levemente. –¡Bien! –exclamó totalmente excitado. Y así lo hicimos… siempre se hacía lo que él quería, mi voz siempre era acallada por la suya, pero supongo que esto es parte de mi castigo por cruzarme en su camino. Espero… al final de esta odisea aprender debidamente la lección. Pasaron algunos días, organizar un evento de este tipo de forma casi espontánea era muy agotador. Justo ahora, me encuentro en el cubículo de consejo estudiantil, no sé que horas son, pero, es obvio que es tarde porque el sol se ha desvanecido del firmamento y un manto oscuro nos acompaña con su tenue luz. Sentada, mientras termino los últimos detalles del evento; él… está callado, metido en sus propios asuntos mentales, –¿Qué estará pensando? –me interrogó porque lo veo sonreír por ratos, como un verdadero desquiciado. Honestamente, Alexander Gabriel Maxwell es uno de los mayores misterios de la vida para mí, no sé si algún día lograré comprender esa alocada filosofía que ha adoptado como medio de vida, supongo que mi entendimiento de él está lejos de mi capacidad y, mientras lo veo reír como loco y balbucear cosas para sí mismo me cuestiono… ¿cómo este chico puede conferir que me admira? Me considero sin gracia así que… quizás ese día tan solo estaba demasiado agradecido por haberlo dejado pasar la navidad en mi morada o quizás, escuché mal ya que, había bastante viento y el silbido de la ventisca pudo confundir sus palabras, no es posible que él logre sentir admiración por una niña tan egoísta como lo soy yo… –¡Demonios es tan tarde! –afirmó mirando la hora en el reloj que estaba en la pared del cubículo. –¡Chris! –me llamó. –¡Necesito ir a un lugar ahorita! –exclamó poniéndose de pie, yo quedé totalmente desconcertada a su petición. –¡Vamos!
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