Christine Walsh.
Amber volvió de su viaje en París, lo supe porque estaba deambulando en el cubículo de Consejo estudiantil, eso era muy raro puesto que ella jamás se involucraba en las actividades correspondientes al puesto de Lex como presidente.
–Hola hermo…–quiso saludar el estúpido castaño odioso.
Con un rostro de extrañeza vi a la pelirroja flamante abrir la puerta y empujar con fiereza las sillas y los pupitres que estaban a su paso, en ese momento me percaté de lo largas y hábiles que eran sus piernas, entonces… se aproximó hacia Lex y con mucha tenacidad sujetó la corbata de su uniforme escolar obligándolo a atraer sus labios hacia los suyos que estaban teñidos en un tono rosa pálido, el castaño no pudo defenderse a ese encuentro y, creo que… la situación estaba lejos de ser de su desagrado. El momento se tornó incómodo para mí, me abochorné mucho al contemplar de forma tan cercana un encuentro tan furtivo de bocas hambrientas, me pinté de mil colores y con una estúpida torpeza logré ponerme de pie para salir de ese salón.
Caminé por el pasillo a paso veloz mientras pensaba en que Amber había hecho esa acción con la mera intención de “marcar su territorio”; estoy casi segura de que Lex le contó lo sucedido en la fiesta del sábado, o sino se lo dijo, se enteró de alguna manera. Mis mejillas ardían en calor.
Después de caminar un momento, me senté en un banco que encontré libre en el patio de la escuela. Había estado dándole tantas vueltas a la situación del “beso” que, de pronto… después de la acción de Amber, comprendí que estaba dándole más importancia de la necesaria, para Lex es obvio que no significó absolutamente nada, él tenía novia y, esa noche todo había sido parte de una torpe actuación, había comprendido el mensaje y la verdad es que… me sentí muy aliviada, de esta manera podía darle vuelta a la página con el fin de olvidar ese “beso”, pronto solo será un recuerdo feo.
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Los días seguían transcurriendo de forma normal, nada fuera de lo habitual transcurría en mi vida aburrida. Lex me daba órdenes sencillas y Amber se había mantenido a raya conmigo. Las cosas estaban tranquilas y llevaderas, me hacía desear que así continuaran unos meses más hasta que nuestro pacto concluya.
El papeleo en el cubículo de consejo estudiantil se hacía cada vez más interminable.
Esa noche, tuve que dejar a Lex para que él concluyera algunos trámites y el cálculo de los presupuestos para las actividades de la escuela. Yo debía ir a la panadería a trabajar porque la salud de mi jefe, el señor Douglas, estaba un poco delicada, acababa de ingresar al hospital por una aparente pulmonía y, realmente espero que su estado mejore pronto puesto que le tengo buena estima.
Me dejaron a cargo de la panadería, el señor Douglas y su familia confiaban demasiado en mí, pero también considero que esto es demasiado para alguien como yo… sin embargo, no logré negarme, me han ayudado mucho, sobre todo cuando las cosas se han complicado en mi casa por la situación económica.
Era muy tarde y aún seguía aquí, debía hacer el corte de caja antes de partir y limpiar las mesas de trabajo, estaba muy agotada, sentía un poco nublada la vista por el cansancio. Mi austero celular resonó, se trataba de mi padre, estaba sumamente preocupado por mí y las altas horas de la noche que eran para que una chiquilla de mi edad estuviera trabajando, fui totalmente capaz de soslayar sus angustias de forma increíble y, eso era porque él confiaba en mí, pero todo se estaba volviendo muy duro y pesado.
El estúpido de Lex me llamó hace rato para preguntarme si podía regresar a la escuela para ayudarlo a terminar los presupuestos, las matemáticas no se le dan tanto al parecer, aunque trata de disimularlo demasiado. Obviamente le dije que no podía volver, sabía que lo entendería pese a que hizo un pequeño berrinche.
Mi celular sonó, no me di a la tarea de revisar de quien se trataba porque solo podía ser una persona: mi padre.
–¿Qué pasó papá? –cuestioné, cuando contesté la llamada.
–¿Ya llegaste a casa? Supongo que no…–contestó una voz ligeramente ronca.
–¿Qué quieres? –pregunté.
–Contesta mi pregunta. –insistió.
–No Lex, no he llegado a casa. ¿Por qué? –interrogué molesta e hice un puchero, porque honestamente su estúpida llamada estaba retrasando mis actividades, me daría jaqueca pronto o peor aún… este niño me sacaría canas a temprana edad.
–Deja de hacer gestos feos cuando hablas conmigo. –emitió una risa.
–Yo…–susurré porque me había atrapado. –¡¿Cómo lo sabes?¡ –cuestioné alarmada.
–Gira hacia la ventana, tonta. –comentó con un tono de voz bastante canturrón.
No entendía su solicitud, pero hice lo anunciado, admito que… un suspiro se escapó de mi boca, ¿Qué hacía él ahí? Cuestioné internamente al encontrarlo parado del otro lado del vidrio del escaparate con el celular en la oreja y la acostumbrada sonrisa de idiota que siempre lleva en la cara.
No supe como reaccionar, solo me aproximé al cristal haciendo un irreverente gesto de severa confusión.
Él esbozó una sonrisa e hizo un vaho con su aliento sobre esa superficie transparente.
“Abre, hay frío.” escribió con la punta del dedo índice.
Yo… parpadeé algunas veces y prontamente le quité el seguro a la puerta y abrí el pestillo para dejarlo ingresar al local.
–¡¿Por qué tardaste tanto en abrir?! –me regañó mientras frotaba sus manos entre sí.
–¡¿Qué haces aquí?! –me atreví a cuestionarle.
–Con estas bajas temperaturas, se antoja un rol de canela con un café caliente. –afirmó con la cabeza.
–Estás loco si crees que voy a venderte algo a esta hora. –me crucé de brazos mientras negaba con la cabeza.
–¡¿Qué?! ¡¿Es tan tarde para un buen pan?!
–Son las doce de la noche, cerramos a las diez y, estoy segura de que estás al tanto de ello. –le clavé la mirada.
–¡Mira la hora, que tarde es! ¡Ni me había inmutado! –argumento y yo… sentí que había un ligero tinte de sarcasmo en ello.
–¡Vete a casa, es tarde y yo aún tengo cosas que hacer! ¡Me atrasas! –rezongué.
–¡¿Qué?! ¿Desde cuando tú das las órdenes? –se quejó.
Hice una mueca, me enojaba que siempre que tuviera la más remota oportunidad me recordara que soy su maldita esclava y él mi maldito verdugo tirano.
–Entonces… quédate si quieres. –cerré la puerta de golpe y le hice un gesto.
–Bien. –afirmó poniendo una sonrisa llena de victoria en su rostro. –Y… ¿Qué haces? –me interrogó acercándose a la barra, justo en donde está la caja registradora.
–Termino de sacar cuentas. –contesté de mala manera, alcé un poco la mirada, él estaba muy cerca de mí, di un respingo porque repentinamente me sentí un poco nerviosa a su odiosa presencia, entonces… bajé la mirada, lo vi sonreír por el rabillo del ojo. ¿Qué era tan gracioso?
–¿Quieres que te ayude? –me cuestionó con curiosidad.
–No, ya mero acabo. –contesté de prisa, porque de repente… sentí mucho calor a pesar de que había frío afuera. Unos minutos más y… –Listo, terminé. –sonreí al cerrar la caja registradora. –¿Te quieres quedar a dormir acá o qué? ¡Yo ya me voy! –exclamé mientras me burlaba de él.
–¡Qué graciosa! ¡Vámonos! –demandó.
Salimos del local, me giré para ponerle llave a la puerta y después, me acerqué para tomar mi bicicleta, pero… él no me dejó hacerlo.
–Sube al auto. –me ordenó con tanta normalidad que, quedé muy sorprendida.
–¡¿Qué?! –chillé.
–No vine aquí de a gratis, ¡Sube al auto, ahora! –demandó con una sonrisa.
–¡No! –exclamé. –¡Vete a casa, ya es tarde!
–Eso deseo… irme a casa, pero después de llevarte a ti a la tuya. –me expresó, eso alteró un poco mis emociones. –Nos estamos congelando aquí Chris, sube al auto, por favor. –solicito de una forma suave e incluso dulce.
–Pero… pero… pero… –tartamudeé.
–¡Rápido! –me regañó. –¡Hay frío, te vas a enfermar! –volvió a exigirme, pero yo continuaba resistiéndome. –Vamos es una ord…
–¡Ya voy! –grité sin permitir que terminara su mandato, odiaba su: “Es una orden”, con creces, por ello, no permitiría que saliera de su boca.
Lex conducía y yo… miraba a través de la ventana, está estaba ligeramente empañada, el invierno había llegado y con el, su clima frío. Una canción moderna y alocada sonaba por el estéreo de su auto, esa canción lo volvía loco, lo sé porque la cantaba con tanto ahínco que se tornaba molesto.
–Cantas horrible. –me burlé rodando los ojos.
–¡Cómo si tú cantaras bien! –hizo una mueca.
–Mejor que tú, sí. –le presumí con una inmensa sonrisa.
–Demuéstralo. –me retó.
–No, no tengo ganas de cantar en este momento. –me negué.
–Eso se debe a que sabes que cantas horrible. ¡Vamos, canta algo! –se burló.
Mi sangre hirvió, él aún ocasiona ese efecto de competencia en mí.
–¡No! Además… ya mero llegamos a mi casa. –afirmé, porque estamos tan cerca.
Lex sonrió.
–No hay problema por ello…–afirmó y giró por el lado contrario con el fin de generar más demora en llegar al punto de destino.
–Pero… pero... tan solo estábamos a unas cuantas esquinas de mi casa. –reclamé, porque este niño me está sacando de mis cabales poco a poco.