Lex Maxwell
Vi a Christine salir del cubículo, pese a lo que había sucedido, tenía la cabeza en alto, solo pude pensar en lo alto y fuerte que era el orgullo del que hacía gala.
–¿Estás bien? –me cuestioné a Amber mientras la arropaba entre mis brazos.
–Sí…–cuestionó a medias, se veía tan indefensa y dulce y la verdad es que no puedo creer que Christine haya hecho algo tan desalmado como ponerle una mano encima.
Tenía la esperanza de que me lo negara, porque honestamente esta situación no cuadraba en mi cabeza, la verdad es que cuando Amber vino corriendo hacia mí, la vi hecha un mar de lágrimas, no podía concebir lo que sus labios me afirmaban, mi primera reacción fue de sorpresa, incluso lo negué, pero los hechos estaban grabados en su rostro y… Amber, no tenía razones para mentir de esa manera, la creo incapaz de conferir alguna calumnia de ese tipo.
¿Por qué lo hizo? Pese a sus afirmaciones, no le había creído, ¿había algo más?
Salí con Amber, estaba muy agitada, habíamos ido a un centro comercial a comprar algunas cosas, siempre argumentaba que ir de compras le hacía relajarse y sentirme mejor, era su terapia, no podía contradecirla, la complací tanto como pude con todas las prendas que me solicitó, el dinero no significaba nada para mí sí me permitía ver dibujada una sonrisa en sus labios.
Llegué a casa después de haber dejado a Amber en su hogar sana y salva.
Me tiré en mi cama, me sentía tan mal… cerré los ojos un segundo y a mi mente solo venía el gesto indignado de Christine. –Rayos. –me sentía como un trozo de carne podrida, entonces… saqué el sobre que llevaba en la bolsa de la chaqueta, ese sitio era la mejor guarida para ese trozo de papel.
Lo sujeté entre mis dedos, se veía tan sensible y delicado que, no lograba entender cómo Christine había flaqueado cuando intenté violarlo, tragué duro, incluso a mí… me causaba una curiosidad gigantesca semejante papiro y… estaba un poco raído por el esfuerzo de hace rato, sería muy fácil echarle un buen vistazo y nadie se enteraría.
Me mordí el labio inferior, la duda y tentación eran tremendas, mis dedos se movilizaban solos a mi curiosidad.
> se agitó algo en mi cabeza con mucho fervor.
–¡Hicimos un trato! –exclamé con fuerza y tiré el sobre a un lado de mi cama, me llevé la mano hacia la cabellera mientras la agitaba con mucho esfuerzo. –Maldición. –suspiré rodando en mi cama. ¿Cómo había sido tan cruel con ella? ¡Había sido tan desalmado! ¡Soy un maldito desgraciado! Me sentía tan mal de haberla tratado de forma tan vil y tirada, recordaba su semblante a punto de romper en llanto y sentía como mi corazón se acongojaba ante ese recuerdo. –Rayos. –volví a murmurar, ya estaba comenzando a llevarme bien con ella. Sentía como Chris se había abierto un poco a mí y ahora… he retrocedido demasiado, sujeté el sobre nuevamente… jalé el cajón de mi buró, entonces tomé la cinta adhesiva y me apresuré a ponerle un parche al punto en donde estaba rasgado ese papiro. Debía evitar tentaciones, es importante cumplir con mi parte del trato como ella lo ha hecho desde que empezó esta contienda.
Entonces… pasó, yo tenía razón, Christine me ha estado evitando desde lo acontecido, ha hecho cada cosa que le he pedido a la perfección sin ninguna falta, sin ninguna queja o reprimenda, incluso me atrevo a confesar que tenía de manera premeditada un diálogo establecido conmigo, saludaba, preguntaba por sus actividades, las realizaba y se despedía, incluso con Amber era de esa manera.
Pasaba la menor cantidad de tiempo posible en el cubículo, además… podía percibir como le irritaba mi presencia, me hacía la menor cantidad de plática. Dios, decidí darle su tiempo y espacio, intenté acercarme porque sentía mucha culpa, pero ella no me lo permitía, me soslayaba de forma increíble.
Chris Walsh.
Tengo mucho trabajo hoy, me siento tan agotada, pero ya mero acabo mi turno para poder ir a casa.
Mi celular comenzó a sonar, vi de quien se trataba, hice una mueca cuando descubrí que era el nombre del maldito de Lex, debí dejar el aparato en la mochila para no sentir la maldita obligación de contestar.
Con el fin de no perder ni un solo momento en saber de él, continúe con mis labores: en una mano llevaba una charola de galletas recién hechas y en la otra el teléfono celular.
–Sí, ¿qué quieres? –pregunté de forma directa, mientras más pronto me contestara… sería mejor.
–Será que tú…–comenzó a balbucear.
–¡Habla, estoy ocupada! –le dije con un tono de voz recto, porque era cierto, tenía mucho trabajo y este niño solo estaba balbuceando cosas inentendibles.
–¡Necesito que seas mi novia! –me informó, en ese momento por acto de reflejo… lancé el aparato lejos y sentí que perdí el equilibrio botando la charola caliente al piso y teniendo contacto con el metal hirviendo en mí muñeca, provocando con ello que… me quemara y una fea ampolla se formara más tarde porque en ese preciso momento no lograba sentir dolor por la frase que Lex me había comunicado.
–¿Todo bien, Chris? –me preguntó Mili cuando escuchó el alboroto que yo estaba ocasionando en la cocina.
–Sí. –afirmé deprisa para no levantar sospechas.
> Me pregunté a mí misma mientras me lavaba el área quemada con agua muy fría.
El artefacto volvió a sonar enseguida, entonces… yo eché un respingo como respuesta, me rehusaba a contestar esa llamada, porque comienzo a pensar que este asunto ya se está saliendo totalmente de control.
Mi turno culminó, estaba quitándome mi mandil cuando escuché una voz detrás de mí.
–¿Todo bien Chris? Tienes una quemadura muy fea, ¿No quieres ir al médico? –me cuestionó mi jefe, ese amable hombre mayor.
–No se preocupe señor Douglas, tengo una pomada muy buena en casa para este tipo de situaciones. –afirmé.
Después de despedirme de él, me puse en marcha hacia mi casa, la bicicleta esta averiada así que… tenía que ir a pie. Las calles estaban tranquilas y había un clima bastante agradable.
–¡Chris! –escuché una voz detrás de mí.
Quedé petrificada cuando me percaté del emisor, era ese loco de Lex, no quería verlo ni saber de él así que… me eché a correr a toda velocidad porque… ha perdido totalmente el juicio.
–¡Detente! –me gritó mientras me percataba de como me estaba a correteando por la calle colina abajo, incluso había dejado su auto estacionado con tal de seguirme, esta demente.
–¡Suéltame! –forcejeé cuando me alcanzó y me sujetó del brazo.
–¡Dios, sí que tienes buena condición física! –me aduló mientras me agarraba.
–¡Me lastimas! –le reproché cabreada y a gritos.
Él me miró sin entender y bajó un poco su semblante hacia mí.
–¿Qué te pasó? –me cuestionó al ver mi piel roja y con una fea laceración.
–¡Nada que sea de tu incumbencia! –le dije y entonces, él me soltó, pensaba en arrancar a correr cuando…
–Déjame explicarte. –me dijo prontamente.