Pedaleé despacio y, eso se debía a que no sentía demasiada emoción en llegar a mi destino, las calles de esa zona de la ciudad no eran recurrentes en mí memoria. Observaba el “GPS” desde mi aparato electrónico que estaba pegado a mi bicicleta, no quería perderme.
Admiraba cada uno de las enormes casas con arquitectura del siglo XVIII: eran inmensas, con tejados, jardines repletos de flores, altos enrejados y escalinatas de piedra en la entrada.
–¡Es aquí! –afirmé y, como los frenos de mi bicicleta no eran del todo buenos, bajé los pies haciendo fricción contra el pavimento. Admiré el enorme y bello recinto arquitectónico y con bastante temor, me aproximé hasta la caseta de vigilancia que estaba en la fachada.
–¿Qué se le ofrece, señorita? –me cuestionó de forma amable un hombre mayor.
–Estoy buscando a Lex Maxwell. –informé.
–¿Eres alguna fan? –me interrogó.
–¡No, no, no, para nada! Soy…–quise explicar y quedé pensativa. –Soy una amiga. –bajé la mirada avergonzada, no podía decirle a este maravilloso hombre de la tercera edad que odiaba a Lex, que es mi enemigo, y que nos odiamos con todo el corazón, porque seguramente me enviará directito al diablo.
Esperé unos momentos y entonces, la inmensa verja se abrió ligeramente permitiéndome el paso.
–Adelante, señorita. –me dijo de forma tan espléndida ese hombre que, no logré negarle nada.
Tratar con gente cordial mejoraba mi ánimo, era regocijante sentir un trato amable en esta vida tan llena de vacío.
Me explicó la vereda que debía seguir hasta mi destino, sujeté mi bicicleta y comencé a caminar hacia una inmensa puerta que anunciaba la entrada a ese recinto, ladeé la mirada de una parte a otra intentando identificar la diversidad de plantas que adornaban el jardín.
Estaba maravillada por la flora, entonces, me aproximé a unas bellas flores que en sus pétalos reservaban una elegancia y sutileza que habían logrado cautivar mis pupilas curiosas, me cuestionaba por su aroma, porque prometía ser dulce y placentero.
–Qué bonitas. –exclamé suavemente, dejándome llevar por el sutil perfume que destilaba, cerré los ojos, de esa forma su esencia sería más penetrante a mis sentidos, me acerqué más y más; como si tratara de besar sus pétalos aterciopelados, entonces… sentí un chorro de agua fría azotar contra mis sentidos, me habían tomado con la guardia baja. –¡Ah! –chillé y retrocedí unos pasos por la presión del líquido, me caí hacia atrás y… me eché a reír, todo sabía resultado tan cómico.
–¡Chris! ¡¿Estás bien?! –una mata castaña se aproximaba a mí, la veía con dificultad a causa de las gotas de agua que estaban nublando mi vista.
–¡Si! –contesté con esmero, mientras el aire se escapaba de entre mis labios y me ponía de pie con dificultad.
Se veía sorprendido a la escena, incluso más que yo quien, había sido la que estaba ligeramente empapada.
–¡Ven Lex, acércate! –lo incité con una sonrisa, él pareció confiado de mi requisición, una vez próximo a mí, sacudí mi cabello con verdadera fuerza, mi objetivo era mojarlo.
–¡Me engañaste! –chilló con una sonrisa en sus labios mientras daba algunos pasos hacia atrás como si quisiera huir de mí.
Yo no podía parar de reír, había sido una situación realmente graciosa, no podía mesurar mis risotadas porque ahora su elegante camisa color verde oliva tenía gotas de humedad.
–Es una pequeña venganza, mi querido enemigo. –le sonreí con verdadera emoción.
Un hombre mayor se nos acercó, creo que se trataba de su niñero, es decir, de su mayordomo, los seguí hacia la gran mansión mientras observaba meramente extasiada de la galantería del sitio, era sin duda un recinto exquisito y fino.
–Aquí. –me indicó y empujó la puerta.
–¡¿Tienes tu propia biblioteca en casa?! –cuestioné impactada, dicho lugar era más grande mi casa misma, de pronto mis curiosos ojos dieron a parar justamente hacia un ventanal, corrí emocionada. –¡Tienes la mejor vista de la casa! –afirmé porque a mí me gustan mucho las ventajas y lo que reflejan a través de ellas, además… a través de ella, se observaba con detenimiento el jardín con sus flores de patrones simétricos, la escalinata de piedra y la belleza de la fuente que escupía agua, se paró junto a mí y lo escuché carcajearse, lo codeé. –¿Qué pasa? –le pregunté con resignación.
–¡Jamás te había visto así! –me informó.
> me cuestioné.
–¿Así de mojada? –interrogué alzando la ceja, porque su mayordomo del cual no recuerdo su nombre, prometió volver pronto con una toalla para mí.
–Así de feliz…–sonrió. –Siempre te notas…
–¿Molesta? –intenté contestar.
–Preocupada. –respondió él.
Me quedé callada a esa respuesta, tenía razón… yo en la vida no voy molesta, voy preocupada, la interrogante era… ¿preocupada de qué? ¡Ah saber!
Cambiamos de tema, no debía demorarme tanto en ayudarle en química, tenía cosas que hacer en mi casa, así que… traté de darme prisa.
–Oh ahora entiendo. –exclamó el castaño odioso, admito que, a pesar de ser bastante hiperactivo, se esfuerza mucho en concentrarse.
–¡Exactamente, muy bien! –afirmé y luego… bostecé.
–¿Quieres un café? –me cuestionó cuando me vio un poco somnolienta.
–Sí... –le respondí y lo vi salir a toda prisa.
Me puse de pie, porque realmente me sentía agotada, mis días eran bastante pesados, entre la escuela, el trabajo de medio tiempo y los deberes de la casa, mis energías se reducían al llegar cierta hora del día.
Caminé a paso lento y precavido a través de la biblioteca, en el escritorio de estudio que estaba junto al que estábamos usando pude percibir algunas imágenes, presa de una inmensurable curiosidad me aproximé.
Se trataba de una mujer de cabello castaño, ondulado hasta la cintura, sus ojos iban en tono verde y tenía un vestido color crema con olanes que le daba un gesto de libertad, como si en cualquier momento una ventisca pudiera llevársela lejos, en su regazo sujetaba un niño y a su lado un hombre sonreía, era rubio de ojos… de ojos…
–Son mis padres. –una melancólica voz me interrumpió al descubrimiento de esa tonalidad.
–Perdón, no quise. –afirmé de prisa y quise regresar a su sitio el cuadro.
Llevaba semanas siendo su “esclava”, y realmente no había querido averiguar mucho de él, de esa forma no generaría empatía o algún tipo de sentimiento fraterno, pero justo ahora… por el semblante de sus ojos y el tono sombrío con el que le escuché, deseé averiguarlo, pero no me atrevía a cuestionar algo tan personal.
–Mi madre murió, tenía cáncer y sus defensas eran muy bajas, una neumonía la mató, yo apenas era un bebé. –me confesó, la descripción fue brutal, había una decadencia en sus palabras, y el par de tazas de café que sujetaba con aparente vigor… vibraban, supe que aún dolía, ese tipo de heridas no sanan, solo se cierran, pero son tan susceptibles a ser abiertas y cuando lo hacen… duelen más, observé mejor la imagen… la mujer lucía ojerosa y agotada, pero tan feliz, se notaba que era feliz… entonces solo pude pensar en lo difícil que debe ser tener que soltar tanta fortuna a causa de una enfermedad mortal.
–Era muy bella. –no mentía, lo dije con el corazón en la mano.
–No me parezco a ella. –exclamó.
> pero no me atreví a decírselo.
–Yo también perdí a mi madre hace años…–me aventuré a decir, porque sé lo que duele crecer sin esa figura materna.
Mis labios titubearon, él me miró fijamente, tragué duro y lo remembré.
Mis padres salieron una noche de diciembre por los regalos de navidad, nos habían dejado a mí y a Zoe al cuidado de mi abuela. Esa noche había discutido con mi madre porque estaba celosa de mi hermanita, pensaba que hacer mi berrinche me acercaría a mi objetivo: obtener su atención.
Esa noche… fue la última vez que la vi…
Un conductor ebrio se pasó el semáforo y chocó el auto, ella fue quien sufrió el impacto de la colisión, su muerte fue instantánea, sufrió una contusión en la cabeza y se despidió de su vida terrenal para siempre, mi padre estuvo hospitalizado por semanas, recibió múltiples cirugías y apenas y sobrevivió…
Mi abuela no sabía explicármelo y yo estaba muy enojada, estaba molesta por haberme abandonado, lloré demasiado, más de lo que cualquiera ha llorado antes y con la salud de mi padre delicada, supe que yo debía ser la fuerte para cuidar a Zoe, para protegerla porque mi mamá siempre decía que no peleáramos, que éramos hermanas y que siempre debíamos estar juntas.
La abracé y la consolé, en ese momento, comencé a ser más responsable de mí misma, de Zoe, de mi padre quien había sufrido graves consecuencias en la columna, porque estuvo a punto de quedar paralítico de la cintura para abajo, había sido un verdadero milagro y sé que él se aferró a la vida por mí y por mi hermanita, entonces… yo también debía esforzarme.