Capítulo 32. Perdámonos.

1756 Words
Christine Walsh. > pensé al toparme con este niño castaño de pelo alborotado, mis vacaciones decembrinas estaban marchando a la perfección como para topármelo y, espero que no esté pensando en solicitarme algo en plenas fechas de mero descanso. –Qué fría. –se quejó. –Veo que no me extrañas. –me dijo con un gesto de reproche. –Solo pasé a visitarte. –me contestó. –Ah…–exclamé, eso sonaba tan irreal de su parte. –¿Y… qué quieres? –volví a cuestionarle. –Trátame de manera normal, por hoy no pienses en mí como tu “esclavizador”. –me suplicó con un gesto que, me confundía. –No hay nada de normal en ti, Lex Maxwell. –exclamé en una sonrisa burlona. –¿Estás segura de que no me extrañas? Porque disfrutas hacerme maldad. –me sonrió. –Es divertido molestarte, lo admito, pero eso no quiere decir que te extrañe a ti, recuerda que, soy buena persona, no te sientas especial. –le indiqué. Lo vi sonreír levemente, como si con eso estuviera bien. –Bueno, se buena persona y vamos a pasear un rato. –me pidió. –¿Todo está bien? ¿Amber no está en la ciudad, cierto? –le cuestioné. –Soy bastante predecible, ¿verdad? –Demasiado. ¿No tienes otro juguete con el cual divertirte? –¡Vamos! Te lo estoy pidiendo como amigos. –puse un gesto de desaprobación frente a ese comentario. –Hazme creer que somos amigos al menos. –Supongo que no está a discusión. –afirmé. –Vamos a dar el paseo. Lex sonrió de forma deslumbrante frente a mí respuesta, lo vi entusiasmarse repentinamente. –¿A dónde te gustaría ir? –me cuestionó. –No deberías preguntarme algo así porque yo quiero ir a mi casa. –le dije. –Decidiré yo…–este niño no deseaba regresar pronto a su morada. –¿Y dónde es eso? –me sentía bastante intrigada porque uno nunca puede saber que está pasando por la cabeza de este niño loco. –No sé, en realidad… ¿importa? –lo vi encogerse de hombros mientras sujetaba el volante del auto para proceder a encender el motor, su auto estaba tibio, justo como su personalidad. –Perdámonos, ¿Qué te parece? –me cuestionó y, se me hacía un poco extraordinario percatarme de que le importaba mi opinión. –Me parece algo muy propio de ti. –le dije. –Está bien, perdámonos entonces. –afirmé. –¿Qué harás en navidad? –me interrogó después, porque se había entretenido conduciendo el auto. –La pasaré en casa con mi familia. –contesté. –¿Y tú? –devolví la interrogante. –Eso suena bien. –me contestó. –Yo… yo la pasaré en casa también, la diferencia es que estaré solo. –me confesó con melancolía. –¿Y Amber? –Está de viaje con sus padres, intenté ir, pero me dijo que sería complicado, no insistí. –¿Y tú padre? –Se fue a cerrar unos negocios a j***n, me propuso ir con él, pero sé lo que eso significa. –¿Y qué significa? –le pregunté. –Qué estará cerrando negocios importantes mientras yo me quedo en el hotel cenando solo, me lo ha hecho años anteriores y, si ese es el caso, prefiero estar en casa. –me explicó, estaba apunto de decirle algo cuando él… –¡Llegamos! –me anunció. Giré la mirada hacia el paisaje que se dejaba ver en la ventana. –¿Un parque? –¿No te gusta? –Sí… sí me gusta. –contesté con prontitud, él emitió una sonrisa a mí respuesta. –¡Vamos Chris! –chilló y salió corriendo del auto, mientras me incitaba a seguirle el paso. –¡Estás loco! –me quejé, porque había nevado un poco y los árboles y el pasto estaba cubierto de ese manto blanquecino. –¡Lo sabes! –añadió. –¡Deja de llorar y ven aquí a jugar un rato! –me incitó. –¡Apúrate, no seas una cobarde! –se mofó. Sabe provocarme, conoce el punto exacto en donde me pega en el ego y me provocan ganas de golpearlo. –¡Claro que no! –me bajé del auto totalmente furiosa por su mofa, aporreé la puerta con furor. –¡No soy una cobar… Una bola de nieve azotó contra mi rostro. –¡Oye! –me quejé frente a semejante acto fortuito, me limpié la cara. –¿¡Quieres guerra?! –le grité. –¡Quiero guerra! –afirmó. –¡Entonces, guerra tendrás! –me incliné y deprisa comencé a acumular la nieve entre mis manos para generar una bola un poco deforme. Como un par de infantes de diez años de edad, comenzamos a correr alrededor del parque olvidando con la carrera que pegábamos que, había un frío que calaba hasta los huesos. Hábilmente yo, le había a dado con un buen proyectil a Lex en la cara y ahora, me perseguía mientras me amenazaba con atraparme y vengarse. Un vaho escapaba de mis labios, yo tenía una bola de nieve entre las manos, deseaba girarme y tirársela en la cara, pero debía coordinar apropiadamente mis movimientos, seguí la carrera y, cuando estaba lista para atacarlo. –¡Ah! –chillé tropezando contra la rama de un árbol viejo que estaba cubierto por la nieve, entonces… caí al piso de forma precipitaba, fue un golpe en donde, quedé de bruces. Lex comenzó a burlarse de mí, inflé las mejillas intentando reincorporarme, entonces… él me ofreció la mano mientras seguía riéndose sin parar de mi desgracia, me vengaría de esto, sin pensarlo y totalmente ofuscada por su mofa lo jalé hacia el piso, mi tirón estuvo mal calculado porque… su aterrizaje no fue precisamente donde yo esperaba: en el piso, más bien… fue sobre mí. Lex puso ambos brazos a los costados de mi existencia para evitar que nuestros cuerpos colisionaran por mi acto lleno de enojo y capricho. Esta estúpida personalidad impulsiva va a matarme un día de estos, debo aprender a controlar un poco más este temperamento estúpido. Se quedó congelado sobre mí, sus pupilas estaban clavadas sobre las mías, podía contemplar con tremenda profundidad el tono verde de sus ojos, eran en tinte esmeralda, cristalinos, de pestañas tupidas… su cabello caía sobre frente a causa de la gravedad, esté… rozaba en con la mía, sentí que el tiempo se detuvo en mi mente, sentía mis pensamientos en blanco… entonces, algo estremeció mis sentidos, se trataba del tacto de las yemas de sus dedos sobre mis pómulos, me las rozaba con suavidad, eso incrementó mi nerviosismo, al parpadear me percaté de que… su aliento se hacía cada vez más cercano a mí, algo en mi interior me decía que… cerrara los ojos. –¡Tonto! –exclamé estampando sobre su rostro una bola de nieve que había estado maquilando con los dedos desde que él cayó sobre mí, logré distraerlo y lo empujé a un costado con el fin de ponerme de pie, no sé cuales eran sus intenciones, pero no me quedaría a averiguarlo. –¡Ya es tarde, tengo que ir a casa! –expuse precipitadamente, mientras él… intentaba aún reincorporarse de mi maldad. –¿Tan pronto? –Es tarde. –Tranquila… yo te llevaré a casa. –sonrió, yo tiritaba de frío, él entonces… sujetó mis manos entre las suyas. –¡Estás muy helada! –demandó, y yo no sabría decir si era porque las temperaturas estaba muy bajas o porque me sentía nerviosa, sentí como frotó sus manos contra las mías, el tacto era cálido. –¡Estoy bien! –quise huir de ese roce. –Tranquila. –me dijo. –No te haré nada malo…–me aseguró, entonces… sentí como acercó el aliento de su boca hacia mis manos para reconfortarme con un aire cálido que disipara la temperatura gélida de mis dedos, me sujetaba con fuerza y gentileza al mismo tiempo, yo estaba anonadada, mientras sentía mi corazón latir con fuerza, repentinamente… me sujetó del mentón para obligarme a mirar la profundidad del tono de sus ojos. –Eres muy astuta. –me halagó. Nos subimos al auto y él arrancó. –¿Estás bien? –me preguntó y lo vi rascarse la nuca, por alguna razón se notaba inquieto e incluso, ansioso… –Sí. –Afirmé, ya habíamos llegado a la puerta de mi casa, decidí tirar de la puerta para bajarme con prontitud. –Entonces… Feliz navidad. –exclamó él con u tono melancólico y, no se escuchaba para nada entusiasmado pese la congratulación de la afirmación y es que era obvio percibir su ánimo en su semblante, en su diálogo. > pensé internamente. Giré la mirada porque yo ya tenía mis pies afuera de su automóvil, él me observó sin entender. –Lex…–le llamé. –Verás… mi casa es modesta, y mi familia sencilla, pero mi navidad es muy especial, si tú quieres y la idea te apetece puedes venir a mí cas… –¡Me encantaría! –me contestó sin darme la oportunidad de terminar de hablar. –Puedes venir sí gustas… –¡Sí! –exclamó y noté como cambió el aura de su semblante. –Nos vemos mañana. –me dijo. –Sí, está bien. –le contesté. > pensé internamente y luego, entré a mí casa. –Chris, hija, qué bueno que llegas. –me dio la bienvenida la voz de mi padre. –¿Viniste con alguien? Me pareció escuchar una voz. –me cuestionó, indudablemente me puse nerviosa, pero esta charla solo era una apertura para lo siguiente… –Con un amigo. –respondí y vi sus ojos engrandecerse. –Lo invité a cenar mañana. –sonreí con timidez. –Su padre está de viaje y no tiene con quien pasar la navidad. –expliqué prontamente. Vi su rostro suavizarse, sentí un poco de temor ante una reprimenda suya, bajé un poco la mirada. –Claro hija. Lo recibiremos con gusto. –me respondió con un tono suave, me sentí aliviada porque mi padre es muy estricto y celoso, pensé que se enojaría, por eso estaba preocupada cuando invité a Lex porque había sido mero impulso. –Gracias papá. –contesté de prisa y, salí corriendo a mi habitación.
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