Risas, algarabía, y hasta gritos de diversión se escuchó en la mansión Rossi. Susan había apostado con Franco una carrera desde el lugar donde estaban hasta la casa, cuando subían las escaleras y ella ganaba, él le agarró del pie. —No seas tramposo, debes aprender a perder —decía ella, aferrándose a las escaleras para que él no la halara hacia abajo. Franco le hacía cosquillas, ella se defendía, todos ellos eran un enredo de pies y manos. —¿Qué es todo ese escándalo? —cuestionó arrugando el ceño Lía en la cocina. —Son la señorita Susan y don Franco, ella no se fue, y está con él, además parece que se reconciliaron, porque están muy animados —comentó Roxana con una sonrisa de oreja a oreja que nadie se la borraba. Las mejillas de Lía enrojecieron por completo, gruñó. —¡No puede