Diantre

2576 Words
Pov Angel Rinaldi. El sonido de los detonadores hacen eco en mi cabeza una y otra vez mientras disparo el arma. Estoy sudando, a tal punto que el sudor me baja desde la frente, recorre mi cuello y llega a mi abdomen. Tengo los músculos tensos al igual que la mandíbula. El rostro lo tengo rojo y los tatuajes recientes en mi pelvis baja me arden. Dejo el arma a un lado y tomo una toalla blanca que enseguida esparzo por mi rostro para secarlo, para después tomar el arma que dejé en la mesa de metal negra y colocarla en mi cintura. La estoy acomodando con cuidado, mientras sigo sintiendo el peso de la rabia a mis espaldas, ya que hoy se están cumpliendo quince años desde la muerte de mi padre. «Murió a causa de la mafia italiana» Lo recuerdo muy bien, tenía doce años pero ese día jamás saldrá de mi memoria, él último día que ví los ojos azules de mi padre con vida. —Su tío lo quiere ver en el despacho señor —me informa mi hombre de seguridad, Raymond. Asiento con la cabeza para después comenzar a caminar al interior de la casona. Vivimos en el norte Vucciria: por años nos hemos mantenido camuflados en Palermo, hemos sido arrogantes y por más que la mayoría de nuestros hombres han muerto, hemos permanecido dándoles guerra, tanta guerra que somos la única organización que ha podido con ellos. «Y que podrá vencerlos» Porque si hay algo que deseo en esta vida, es doblegar a Luciano Morgan, humillar a su familia y herirlos así como ellos lo han hecho por años con nosotros. Subo las escaleras hasta el despacho trotando y apenas estoy enfrente abro la puerta de golpe para encontrar al último hermano de mi padre; Donatello Rinaldi, está sentado en mi silla, mientras revisa algunas fotografías. Carraspeo para llamar su atención y, apenas me ve que he llegado, se pone de pie enseguida. —Acaba de llegar esto —exclama tendiendome los documentos. Tomo mi lugar en el asiento de cuero marrón donde estaba sentado hace un momento sin mi autorización y luego detallo las foto que me entrega; es de diez de nuestros mejores hombres, han sido matados y mutilados en el centro de Palermo, por la familia Morgan. —¡Malditos degenerados! —exclamo golpeando la mesa con mis palmas. —Nos estamos quedando sin hombres, Ángel, tenemos que acabar con ellos antes de que sea demasiado tarde —exclama mi tío frunciendo el ceño. Lo observo con detenimiento, mientras me froto las sienes con rabia; es parecido a mí, solo que sus ojos son de un marrón oscuro, mandíbula cuadrada, barba espesa y misma estatura con la única diferencia que las canas y arrugas producto de su edad lo delatan. —Hagan un funeral en honor a todos lo que murieron y también dale dinero a las familias —ordeno sintiéndome un poco más calmado. —¿Más dinero? Creo que deberías… —¡Non sto chiedendo la tua opinione, amico! (¡No estoy preguntando tu opinión, tío!). Eran mi gente, mis hombres, han trabajado conmigo por años, haz lo que te digo y no me refutes —le ordeno con el ceño fruncido. —Eso haré —exclama tomando las fotografías y saliendo del despacho enseguida. Salgo detrás de él, para luego caminar a mi habitación con las articulaciones contraídas. —¡Te voy a matar algún día Luciano, a ti, a tus hijos y a toda tu generación! —exclamo mientras me quito el resto de la ropa. Nosotros solíamos ser una pequeña organización de tráfico de estupefacientes, no le hacíamos daño a nadie con la venta y distribución en los barrios bajos; las grandes organizaciones ni siquiera nos miraba, porque éramos muy insignificantes para ellos. Hasta que Luciano volvió y su maldita arrogancia no le permitió dejar que alguien tan pequeño como nuestra organización se estuviera superando. «Feccia arrogante» En cierto modo lo entiendo, supongo que de esto se trata los negocios ilícitos, en no dejar que nuevas organizaciones se superen. Sin embargo, jamás voy a olvidar el cómo murió mi padre; como animal, como un perro en manos de ese hombre de Luciano. «Alessandro Caputo» Aunque tengo en mi mente su nombre y he intentado buscarlo por años, no he podido dar con él. Camino con mi cuerpo desnudo a la ducha y abro la regadera para dejar que el agua me relajo las articulaciones; está caliente y enseguida la temperatura comienza a hacer de la suyas. Cierro los ojos y me enjabono con cuidado de no lastimarme la zona donde está el dragón de fuego plasmado, hasta que… siento como las manos de una mujer me recorre el abdomen; sus uñas son largas, su perfume s****l y, aunque esté casada conmigo no se me apetece tocarla. —Te he dicho mil veces Brunella, que lo que pasó la última vez no se volverá a repetir nunca más —le quito las manos con fastidio—, que seas mis esposa no quiere decir que tenga que tomarte como mi mujer, Ragazza sciocca, (niña tonta). —Ángel, vamos a tener un hijo deberíamos… La dejo con la palabra en la boca y comienzo a caminar hasta la habitación. La veo venir detrás de mí, completamente desnuda y con los cabellos negros sueltos y húmedos por el agua. —Y por eso eres mi esposa, porqué estás embarazada y porque soy un hombre de palabra, pero no volveré a tocarte así que largo de mi habitación —le hablo sin importarme una mierda. Ella fue la que se metió en mi cama mientras estaba ebrio, así que no puede exigirme que la respete, que haga como si nada y después de que por su culpa tuve que casarme. Ella hace lo que le digo con la cabeza baja y yo enseguida bufo fastidiado, para después comenzar a vestirme. Me apetece ir por un trago, no solo para olvidar las muertes de mis hombres sino para calmar las ganas de asesinar Brunella. «Odio él haberme casado con ella»; tenía planes que por su culpa fueron arruinados. Me coloco unos vaqueros, con una franela de algodón negra y una chaqueta de cuero, para después acomodar mi rolex en mi mano izquierda y también aplicarme un poco de perfume. Bajo las escaleras dispuesto a largarme sin tomar la cena, pero cuando estoy apunto de cruzar el umbral la voz de mi madre se hace notar; —¿Dónde vas Ángel Rinaldi? —me pregunta haciendo que me frene en seco. Belinda Rinaldis es la única persona en la faz de la tierra que puede cuestionarme, mandarme o reprocharme cualquier cosa sin que yo intente asesinarla. —Pensé en salir por unos tragos —le confieso algo fastidiado. —De ninguna manera, no sin antes cenar, te preparé tu comida favorita —se guinda de mi brazo y me arrastra hasta el comedor. Tomo mi lugar en la mesa y apenas me siento el resto se timbra; después que murió mi padre mi tío solía ser el que manejaba los negocios, pero apenas cumplí la mayoría de edad y me curé de esa extraña enfermedad que tenía, tomé posesión de ellos como el único dueño. —Sobrino —habla la esposa de mi tío logrando que suba la mirada—, me dijo Donatello que murieron más hombres, yo estuve pensando en una magnífica idea para doblegar al gran demonio —la escucho atento. A diferencia que mi tío, Azurra Rinaldi tiene mejores ideas ya que es tan maquiavélica como el mismo diablo. —Te escucho —hablo mientras llevo un trozo de pan a mis labios y muerdo de él. —Una alianza de paz —dice con una sonrisa y yo ruedo los ojos. —De ninguna manera —hablo serio. —Habla con Luciano Morgan, es un hombre astuto sí, pero sabe lo que le conviene, sabe perfectamente que si sigue esta guerra en cualquier momento tocará a sus hijos —me habla segura—, pero si hacemos una alianza —habla entre comillas—, podemos acabar con ellos de otra manera —sonríe —¿Qué propones? —le pregunto curioso. —Qué te cases con una de sus hijas como trato —habla logrando que sonría. —Pero él ya está casado con Brunella, madre —interviene Renato Rinaldi, mi primo y único hijo de mi tío. Brunella es la hija adoptiva de ellos, mi tío la adoptó cuando una de las sirvientas que trabajaba para ellos murió, pero eso a Azurra parece no importarle. —¿Y eso qué? Eso no lo sabe la familia Morgan… —Yo no creo que eso sea buena idea, voy a tener un hijo de Ángel… —A mí me parece buena idea —hablo llevando el vaso de jugo a mis labios—, escríbele al demonio, dile que quiero hablar con él en persona, que tengo una propuesta que ofrecerle —demando poniéndome de pie y saliendo de la casona. Subo a mi auto y comienzo a conducir al centro de Palermo. Tardo aproximadamente cuarenta minutos y, aunque me estoy metiendo en la boca del lobo es algo que no me da miedo. «Lo he hecho antes» La familia Morgan no se caracteriza por estar metido en bares y muchos menos por dar puñaladas traseras y eso, sin duda tengo que reconocerlo. Así que bajo de mi auto y entro a uno de los mejores bares de Palermo; Soria. Me siento en una de las mesas y pido un vaso de coñac que enseguida comienzo a ingerir. El bar está lleno de personas, puede ser por la fecha o por qué es fin de semana, pero no cabe ni un alma, cosa que me da ventaja para camuflarme entre la gente. Bebo de mi vaso mientras observo los cuerpos de las personas moverse al ritmo de la música. Los minutos pasan, con ellos llegan las horas y yo no dejo de beber, hasta que me siento un poco mareado. Saco de mi bolsillo un cigarrillo que enseguida prendo para luego llevarlo a mis labios, pero… —Señor, tiene que ir a la zona de fumadores —me indica uno de los trabajadores. Hago lo que me dice porque no quiero volver a matar a alguien como la última vez. «No sería la primera vez que destroce un bar» Y, aunque me parece divertido, hoy estoy de luto por la muerte de mis hombres. Llego a la zona de fumadores y comienzo a calar mi cigarrillo una y otra vez hasta terminarlo. Cuando lo hago, camino de nuevo al bar e intento sentarme, pero tengo que agarrarme de la silla gracias al mareo que siento. «Creo que la nicotina logró que me estallara la ebriedad» —Si gusta puede ir a la zona vip, allá puede rejarse y también hay habitaciones con compañía —me informa él mismo hombre de hace un momento. Detallo su rostro pecoso y, aunque unas profundas ganas de meterle un tiro me llenan ya que no deja de molestar, lo pienso por un segundo y me resulta buena idea. —Tiene que tener un pase que… —no lo dejo terminar, saco unos cuantos billetes de mi bolsillo y se los entrego. Enseguida él hombre me entrega una tarjeta dorada que enseguida tomo. Él me indica dónde queda la zona vip y yo comienzo a caminar hasta ahí. Cuando estoy ahí, un hombre un poco más alto que yo está en toda la puerta deteniendo el paso, así que saco la tarjeta que me dio el castaño y se la entrego. No obstante, él la checa para darme paso. Camino hasta la zona con un poco de dificultad y cuando estoy ahí busco una mesa vacía. Es igual a la zona común, solo que más privada y con una pista con mujeres bailando en un tubo en todo el frente. —¿Gusta algo señor? —me pregunta una mujer con falda corta y camisa obligada. «Una mesera» —Un vaso de coñac —le digo mientras me acomodo en el asiento. —¿Quiere compañía? —me pregunta la mujer curiosa. —Te diré cuando vea algo que me guste —le respondo con simpleza. Pasan los minutos hasta perder la noción del tiempo. No hay ninguna puta que me prenda, que me guste, por eso no he decidido a cual llevarme a la cama, hasta que… —¡Con ustedes, la s****l e inigualable diantra! —exclama el presentador al que no le había estado prestando atención hasta ahora. Enseguida el piso se abre y una mujer sale de él. Hay humo, por lo que no se puede ver su rostro con claridad, pero sí sus movimientos de caderas y ¡Dios mío! Tiene unas curvas que enloquecen, trasero redondo, tetas grandes y duras y un abdomen tan plano que me indica que lo ha trabajado bien en el gimnasio. Trago doble cuando la v***a se me engruesa y por más que busco su rostro no puedo verlo, ya que tiene un antifaz. Su rostro es pequeño aunque no puedo ver sus cabellos porque está cubierto por una peluca negra, estoy seguro que es igual de hermoso que ella. Me acomodo el m*****o y la sigo observando. Ella mueve sus caderas como una serpiente, de un lado a otro de arriba abajo y en círculos. La garganta se me seca y todo me vibra cuando la veo lanzarse al piso y darle honor a su apodo, “diantra” porque solo una diabla puede lograr que todo el cuerpo se me erice como ella lo está logrando. La veo ponerse de pie y de pronto sus ojos se encuentran con los míos; son de un gris muy oscuro, tan oscuros que me da un escalofrío, pero no le quito la mirada, dejo que me observe hasta que… la veo venir hasta a mí. Me acomodo con una sonrisa ladeada en mi rostro y ella enseguida se sube encima de mí. Sus caderas se mueven en mi m*****o duro y estoy seguro que la maltrata y que también se acaba de dar cuenta de la erección que me ha provocado. «Mierda» Intento tomarle el rostro para quitarle el antifaz y verla, pero ella se niega. Sonríe con morbo y se sigue moviendo, hasta que me pega las tetas en la cara como una auténtica puta, para después irse como si nada. —Seguimos con…—no escucho al presentador, mi mente está en la mujer que acaba de desaparecer. —¿Otro trago señor? —me pregunta la mujer de hace un momento. Niego con la cabeza porque estoy bastante tomado y enseguida demando; —Ya se a que mujer quiero, quiero a la diantra —le hablo. —Ella no es una prostituta, ella es solo una bailarina que viene cuando le plazca, ni siquiera trabaja aquí —me dice la mujer con una sonrisa. —Dígale que me ofresco un millón de dólares —le hablo y la mujer abre la boca. —No creo que a ella le importe el dinero, ella… —¡Sólo hágalo! —aprieto los dientes. Ella asiente con la cabeza baja, para luego irse. La espero con impaciencia, hasta que a los minutos la veo venir. —Que pase por aquí señor, ella aceptó —me indica pálida.
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