Pov Luciana.
El saco de boxeo n***o se tambelea mientras yo no dejo de golpearlo. Lo hago una y otra vez sintiendo como la adrenalina me sube a la cabeza, logrando que el sudor salga de mi frente y los cabellos castaños que llegan a la mitad de mi espalda, se peguen de mi rostro, pero no los aparto, sigo en lo mío hasta que un carraspeo llama mi atención. Me detengo rodando los ojos porque si hay algo me cabrea es ser interrumpida en mis horas de tranquilidad y relajamiento.
«Que claramente es cuando estoy boxeando o practicando tiros en el campo»
A diferencia de Lucia que para ella relajarse es irse a un spa a hacerse las uñas y no digo con esto que no me guste verme bella, de hecho también en muchas ocasiones voy con ella, pero no de la manera obsesiva en que ella lo hace, yo guardo mi obsesión para desgastarme haciendo ejercicios ya que en este mundo mi cuerpo es mi mayor arma.
«Aunque sea algo que no le agrade del todo a mi padre»
Y, aunque siempre trato de no hacerlo rabiar, es algo que a veces no puedo evitar; somos tan parecidos que chocamos muchas veces, él imponiendome cosas y yo haciendo lo que se me dé la gana; y no digo con esto que no respete a mi padre, vaya que lo hago, es mi persona favorita en el mundo, pero ya no soy una niña y es algo que parece no entender.
Me quito los guantes de boxeo y observo al castaño claro que me mira con una ceja alzada; Daniel es uno de mis hombres de confianza, tiene ojos color miel que lo hace verse adorable al igual que su belleza, una belleza que parece esculpida por los mismo ángeles, pero aunque parezca uno, la realidad es que hay que subir su camisa y para darse cuenta que los tatuajes en sus brazos y pecho que demuestra todo lo contrario.
«Un'arma mortale del cazzo»
—¿Viniste a darme buenas noticias? —le pregunto con una ceja alzada mientras tomo la botella de agua y la llevo a mis labios.
Bebo de ella logrando que me refresque la garganta, mientras espero la respuesta del hombre enfrente de mí; quien viste con una camisa negra y unos vaqueros rasgados que se pegan a sus músculos bien trabajados.
—Ya los Rinaldis se enteraron de la masacre a sus hombres en el centro de Palermo, me encargué de que llegara a sus oídos —sonríe de lado y, puedo ver el orgullo en sus ojos.
—Bien, no puedo imaginar el rostro del asqueroso de Rinaldi con la noticia —sonrío con morbo.
Tomo el Beretta de la mesa y la guardo en mi espalda para luego caminar por delante de Daniel quien enseguida me sigue en silencio;
—¿Y los otros negocios como van? —le pregunto ansiosa.
—Todo va perfecto, hoy recibimos un cargamento y mañana será repartido en todos los locales, —me informa.
—Encargarte de eso tú y dile a Daniela que reciba las armas que mandó mi tío —le ordeno, pero veo como sus pasos se detienen.
—Daniela salió con Lucia a hacer yoga —me informa pálido.
—Pues dile que mueva su trasero hacia aquí, que se prepare y vaya a hacer su trabajo…
—Pero…
—¿Pero? —le pregunto con una ceja alzada.
—Enseguida me encargo de eso, jefa —me responde mientras hace una reverencia en sinónimo de burla.
Lo fulmino con la mirada y luego entro a la mansión para ir a mi habitación por una ducha, pero me detengo al ver a los mellizos con Vladimir jugando play en la sala de estar.
«Como si no hubiera más cosas que hacer»
—Damián y Lucian —les hablo a mis hermanos con una ceja alzada.
Los muy imbéciles me ignoran por completo, pero solo eso basta para tomar el control remoto y apagar el mendigo televisor.
—¿Qué te ocurre? —es Damián quien me habla con las cejas arqueadas.
—Que hay mucho trabajo que hacer y yo no puedo sola encargarme de las cosas —le explico.
—Pues es tu problema —se pone de pie e intenta irse, pero lo detengo.
—Cuida tu manera de hablarme, Monello —le digo haciendo que me fulmine con la mirada—, soy tu hermana mayor y tú jefa, así que encárgate de lo tuyo.
—Mi jefe hasta que me gradué y sea yo mi propio jefe, fueron las órdenes de mi padre —me reta el muy imbécil.
—Aja —le digo rodando los ojos—, por el momento vete a la empresa, hay trabajos allá “legales" que atender y luego a tus deberes universitarios —le hablo sonriendo, provocando que una mueca se forme en sus labios.
—Bien —termina por obedecer aunque aprieta los dientes fastidiado.
—Yo lo acompaño —habla Lucian siguiéndolo.
Observo a Vladimir quién se está haciendo una coleta alta en el cabello y antes de que pueda hablar el muy ruso me calla:
—A mí me dejas en paz —me informa y se que por más que le diga lo que le diga él no me tomará el pelo.
«Y no tiene porqué hacerlo, será el nuevo jefe de Rusia. Aunque se la pase metido en Italia la mayor parte del tiempo»
Lo ignoro por completo e intento subir las escaleras, pero una voz dulce llama mi atención;
—Eso de andar mandando tanto te podrá vieja hermanita —observo a mi derecha y puedo ver a Luz acostada en el sofá de cuero n***o que está ahí; tiene un libro en sus manos que baja para mostrarme sus ojos.
«Uno gris y uno verde»
Aunque para ella la heterocromía sea una debilidad, para mí es lo más hermoso que posee, porque en ellos refleja un pequeño toque de sus dos progenitores.
—Trata de abrigarte, está haciendo mucho frío —le digo acercándome a ella y besando su frente.
Llevar el peso de una familia entera es algo difícil de hacer; mi padre se la pasa la mayor parte del tiempo viajando y a mí me toca no solo estar al pendiente de los trabajos, sino que también cuidar a mi familia.
«Aunque sea con mi vida»
Para horas de las noche, cuando todo en mi fortaleza está en orden, me visto frente al espejo; lo hago con una falda de cuero n***o y una camisa ombliguera del mismo color; mi cabello lo amarro en una coleta alta, que no deja ni un solo mechón suelto y mi rostro lo maquillo con colores oscuros a excepción de mis labios que los tiño de rojo. Asimismo me miro en el espejo y sonrío al ver mi cuerpo; es un arma mortal que provoca la lujuria en cualquier hombre. No obstante, tomo el arma y la guardo en mi espalda, para luego tomar una gabardina roja y colocarla por encima.
Bajo las escaleras de caracol y llego a la puerta dispuesta a largarme a hacer algo que me agrada y despeja mi mente; bailar. Es uno de los secretos que guardo y no por tener que avergonzarme de ello, sino que si mi padre supiera que su hija le menea el trasero con poca ropa a más de treinta hombres le daría un infarto.
«Y es lo menos que quiero»
Luciano Morgan al igual que el resto de mi familia son los que más amo en el mundo y haría cualquier cosa para ahorrarles sufrimientos.
Abro la puerta para intentar salir, pero enseguida me tropiezo de frente con Lucia y Daniela; la segunda de las tres, viene con una falda blanca, camisa de vestir rosa y unas botas del mismo color que la falda; a diferencia de mí ella es una niña caprichosa que tiene todo lo que quiere.
«Porque hasta yo a veces cedo a sus chantajes de niña»
—¿Por qué mierda llegas a esta hora? —le pregunto levantando una ceja y antes que me dé una excusa me dirijo a la mujer que la custodia—, ¿hiciste lo que te pedí? ¿O estuviste apoyando a Lucia en sus locuras? —le pregunto con una ceja alzada.
—Justo en estos momentos voy a salir para allá —me habla abriendo sus ojos y mostrándome el verde de sus iris.
—Más te vale que no sea muy tarde, porque si algo le pasó al cargamento que enviaron serás la responsable —le digo pasándole por el lado.
Doy unos cuantos pasos y puedo sentir como Lucia me saca la lengua por la espalda, estoy casi segura de ello, pero no me volteo para averiguarlo.
«Tengo cosas más importantes que hacer»
Cómo menear mi trasero en Soria, mientras los hombres más millonarios y poderosos de la ciudad, me miran con deseos de tenerme, cosa que no logran fácilmente, porque si bien disfruto mi sexualidad solo dos hombres se han dado el gusto de tocarme.
Unos minutos después llego con dos hombres al bar más exclusivo de Palermo. Entro por el pase de empleado y enseguida me dirijo a los camerinos, dejando a mis hombres custodiando la entrada.
«Aquí estoy segura»; no solo porque Soría es una de mis propiedades secretas, sino porque todos aquí me cuidan el culo.
—Pensé que no ibas a venir hoy —escucho a mis espaldas apenas me siento en la silla blanca donde me arreglo para la presentación.
—Sabes perfectamente que no perdería un fin de semana sin hacer lo que más me gusta —le hablo a Amaranta.
Es mi mejor amiga, la rescaté hace tres años de ser vendida a la mafia árabe y desde entonces trabaja para mí como mesera en Soria. Todas las mujeres de este lugar que son prostitutas o como yo suelo decirles “caricias compradas” lo hacen por su propia voluntad.
«No son obligadas a nada y muchos menos apartadas de sus familias como años atrás, cuando el apellido Morgan no era el que gobernaba»
He sido criada con la palabra “justicia” en mi espalda y eso es algo que llevo en mi mente; no hacer a otros lo que no me hacen. Sí bien disfruto acabar con mis enemigos, odio matar a inocentes.
«Fue algo que mis padres me metieron en la cabeza tanto que vivo para cumplirlo»
Mi ley es castigar a los traidores y premiar a los leales.
—Luces hermosa Luciana —me habla mi amiga quitándome la gabardina.
Dejo que lo haga para después quitarme la ropa y ponerme el traje que uso para bailar; un pequeño brasier n***o con una panty con un pequeño tutú encima de color rojo. Mis labios los retoco, me coloco el antifaz y también una peluca negra para cubrir mi cabello.
«Ninguna de las bailarinas de aquí puede mostrar su identidad y muchos menos yo que, además de ser la dueña soy la dama de la mafia»
—Gracias, tú también lo eres —le digo sonriendo.
Y la verdad es que no miento; Amaranda es de ojos azules como el hielo, cabellos rubios como el sol y labios gruesos. Además, tiene una dulzura que me hace bajar la guardia como lo hace Luz.
—Voy a seguir en lo mío, te veo en la tarima —me informa y yo asiento con la cabeza.
Después de tres años de lealtad he decidido dejarla a cargo de este lugar, no como mesera sino como la que lo dirige y, aunque no le he informado de eso, pronto lo haré.
Espero por varios minutos, hasta que escucho al prestador hablar “¡y con ustedes, la s****l e inigualable diantra!”
Me posiciono en mi lugar y a los pocos segundos siento como el humo me da la bienvenida, como también el sonido de la música que enseguida manda descargas eléctricas a mi cuerpo, provocando que lo comience a mover.
Muevo mis manos al mismo tiempo que lo hago con mis caderas, logrando sentirme viva y sobre todo deseada. Miro a los hombres que están enfrente de mí con sensualidad, sabiendo que a más de uno le provoco una erección en la entrepierna y eso me gusta, me llena de orgullo, me prende y hasta puedo decir que me excita, porque de todas las mujeres que están aquí, yo soy la única que ellos no pueden llevar a la cama. Me lanzo al piso en un movimiento como el de Anita, y muevo mis caderas como una serpiente; de arriba abajo, de abajo arriba, para después poner mi trasero en pompa y ponerme de pie. El apelativo “Diantra” se escucha en la voz de muchos, siendo aclamada y deseada y hasta puedo ver cómo me lanzan billetes.
«Si supieran que probablemente mi fortuna triplica la de ellos»
No le tomo importancia, dejo que la sensualidad me embargue hasta que… en medio de la oscuridad unos ojos azules oscuros, tan oscuros que se asemejan a grises, me detalla; no se puede ver su rostro por la oscuridad, pero si puedo detallar su silueta; es grande, varonil y tiene un puto imán que me exige acercarme. Le hago caso a mi conciencia y por primera vez bajo de la tarima para ir hasta donde él está. Enseguida que lo tengo cerca dejo que mis dedos adornados por mis uñas pintadas de rojo, le acaricien el cuello, el mentón y el rostro mientras me subo a orcajada en sus piernas. Pego mi rostro a su cuello y no dejo de restregar mis caderas con su entrepierna, dicha entrepierna que está tan dura que me maltrata el coño. Inhalo logrando meterme su olor por la nariz, dicho olor que me pone los vellos de punta y que me grita, “peligro” pero nunca he sido cobarde, siempre he amado el peligro. Él me toma por las mejillas e intenta quitarme el antifaz, pero no lo dejo, más bien le pego mis tetas en la cara con morbo, con deseo, para segundos después al escuchar la música disiparse bajarme de encima de él y caminar apresurada a mis camerinos.
Me siento en la silla blanca adornadas con plumas y respiro profundo. Tengo la raja mojada, el corazón acelerado y la garganta seca. Con las manos temblorosas tomo una botella con agua de la mini nevera y la ingiero, logrando que me refresque por dentro. Aunque no me calma los nervios y la electricidad que me dejó en el vientre bajo.
—¡Luciana! —entra Amaranta apresurada.
—¿Has visto un fantasma? —le pregunto tratando de regular mi respiración.
—No un fantasma, pero si un Dios hecho hombre y es el mismo al que le has meneado el culo hace un momento —me responde dejando la bandeja vacía a un lado de la mesa.
—Tampoco es para tanto Amaranta —le respondo neutra y sus ojos me miran asombrados.
—¿No es para tanto? ¿Y haz bajado de la tarima solo para que te ponga la polla en la entrepierna? ¡No puedo creer que me digas eso, diantra! —bufa.
—Pues, no lo ví bien, estaba oscuro —me excuso, aunque claramente si lo sentí.
—Pues creeme que yo sí y está como para comérselo. Además, me dijo que te daba un millón de dólares por ser su compañía está noche —me habla y enseguida llevo la mano a mi pecho.
«¿Que se cree este hombre para decirme esto?»
Aunque bien nunca antes había sentido que alguien me pusiera tan caliente como él, no le da derecho a ofrecerme dinero por mi compañía.
—¿No le dijiste que no soy un puta? —le pregunto mientras la miro por el espejo.
—Sí le dije, pero se empeñó en verte —me dice emocionada—, ¿lo mando al demonio o si te darás el gusto? Yo en tu lugar lo haría —se muerde el labio inferior—. Igual mañana no sabrá quién eres tú, con ese antifaz y esa peluca dudo mucho que lo haga.
Lo pienso por un segundo y algo dentro de mí se prende. La verdad es que no me vendría mal un poco de sexo. Además, que también puedo darle a ese niñato una cucharada de su propia medicina.
—Dile que sí y llévalo a mi habitación de descanso —le indico decida.
Tomo mi bolsa, mi arma y camino hasta mi habitación que está en la última plata de Soria, para después de estar ahí dejar mis pertenencias a un lado y quedarme de espalda a la puerta. No voy a negar que el corazón me late fuerte y que a pesar del frío que reina en Palermo para esta temporada, el sudor me recorre la espalda.
«Ya no hay marcha atrás, ¿que puede salir mal?»
Pienso decida y nerviosa, pero todo nervios se va de mi cuerpo cuando la puerta se cierra a mi espalda y lo siento avanzar hasta a mí como un depredador en busca de su presa.
«Sin saber que la presa es él y no yo»