VI

3141 Words
Las estrellas ya se vislumbraban en la oscura noche. La farola que alumbraba mi portal no funcionaba, no sabía qué tiempo llevaba así, puesto que yo no solía salir en las noches. Aparqué el carro frente al edifico, tomé mi bolso y me fui a la puerta del copiloto para ayudar a mi jefe a salir del coche. Al abrir la puerta quité su cinturón y le di varias palmadas en el rostro intentando despertarlo. Me era imposible llevarlo dentro a menos que él caminara. Era un hombre lo suficientemente corpulento como para que yo pudiera llevar su cuerpo hasta el interior de mi casa. - Señor Meyers, hemos llegado. Tiene que despertarse. - tomé sus piernas y las coloqué de modo que pudiera tirar de él y que sus piernas quedaran fuera del coche . - ¿Hemos llegado a casa ? Sigo muy mareado, tengo mucha sed. - entreabrió los ojos mientras hablaba y se puso de pie saliendo del coche. Cerré la puerta tras él y empezamos a caminar hacia la entrada. - Cuando entremos a casa podrá beber toda el agua que quiera pero por favor no se vuelva a dormir. Todo el camino iba balbuceando cosas, lo único que yo podía entender era el nombre de Sarah. El mismo que había dicho en la oficina y en el ascensor mientras lloraba. Lo recosté de la pared de mi apartamento mientras sacaba las llaves de mi bolso. - Esto se ve raro. - Ahora tenía los ojos muy abiertos y miraba el pasillo de mi apartamento un poco confundido, estábamos frente a mi puerta. - ¿Donde estamos ? - Esta es mi casa, es bienvenido. - le tomé por el brazo y lo ayudé a entrar. El señor Meyers se fue directo al sofá, se quitó los zapatos y enseguida se durmió. Yo fui a la habitación, dejé mi bolso, me quité la chaqueta y los zapatos, después me fui a la cocina a ver que encontraba de comer y en realidad no había gran cosa. Busqué en la nevera, en la despensa y en cada cajón que había en la cocina y lo único que encontré fueron unas latas de atún. Tomé dos de ellas y me las comí tan rápido como me fue posible, pero aún tenía mucha hambre. Toque mi barriga que aún estaba tan plana como al principio. Abrí nuevamente la nevera y saqué un bote de jugo y tomé dos vasos de él; después de eso quedé más o menos satisfecha. Entré a mi habitación y tomé mi pijama, me fui al baño a darme una rica ducha de agua calentita. Me sentía cansada, mis piernas deseaban descansar, había estado todo el día de un lado para otro, el agua caliente estaba tan rica que no quería salir de la ducha pero también tenía sueño, era tarde y mañana tenía que trabajar. Me puse el pijama y caminé hasta mi habitación, recordando que el señor Meyers estaba dormido en el sofá. Pero no es así. Sobre mi cama, específicamente en el lado izquierdo, estaba un corpulento hombre sin camiseta ni pantalones. Solo tenía encima el calzoncillo gris y las medias de igual color. Abrazaba mi almohada mientras dormía. - Esto no puede ser posible. - dije con un tono bajo para no asustarlo, aunque tenía la impresión que el señor Meyers tenía el sueño pesado. Me puse de rodillas sobre la cama y lo hice rodar hasta el otro lado, salí al cuarto de baño y tomé otras almohadas que guardaba allí y la coloqué de por medio, dividiendo la cama en dos, fui por otras sabanas y lo tapé, entonces me acosté. No lo podía llevar al sofá ni yo dormiría en el sofá. ¡Maldita sea! Hoy no es mi día. Tenía que dormir con un desconocido, sola en la casa, y encima era mi jefe, mi jefe gruñón. Apagué la luz y me tapé hasta el cuello, sujetando las sábanas por dentro. Cerré los ojos intentando dormir pero había un sonido fuerte que retumbaba en mi pecho y no me dejaba dormir. Era mi corazón, retumbaba en las paredes de mi pecho, el señor Meyers me tenía nerviosa y yo no entendía porqué. Me di la vuelta quedando frente a él, bajé un poco la almohada que nos dividía para poder ver su rostro. Lucía descansado, su pecho subía y bajaba con su respiración acompasada. Decidí dormirme, intentando no pensar en aquel hermoso hombre de rostro angelical que dormía a mi lado. Cuando la alarma sonó la primera vez, tanteé con mis manos el móvil que estaba sobre la mesita de noche y la apagué, mis ojos se fueron abriendo de a poco mientras se acostumbraban a la luz del día que entraba por mi diminuta ventana. Extendí mis brazos bostezando, aún mi cuerpo seguía cansado, no había dormido lo suficiente como para haber descansado. - Buenos días. - ¡ No, no, no, no! ¡¿Como me había olvidado que había un hombre durmiendo junto a mi?! Excepto porque él no estaba acostado a mi lado. Había tomado una butaca de las dos que yo tenía en mi escritorio y se había sentado frente a mi, mientras yo dormía. ¿Cuanto tiempo llevaba observándome? Tenía los pantalones puestos pero no llevaba camiseta. - ¿Debo preguntar qué pasó anoche? Desperté dormido en tu cama y sin ropa. - Bue...bue... buenos días. - me apresuré a arreglar mi pelo con las manos, mi cabellera era tan larga que cubría toda mi espalda y en ese momento seguro que estaba hecho un desastre, como cada mañana. El señor Meyers estaba sentado con aire despreocupado mientras observaba mi cara soñolienta. - Lamento haberlo traído aquí. No tuve otra opción. - me puse de pie y empecé a caminar de un lado a otro mientras buscaba la manera de explicarle todo lo sucedido para que él pudiera recordar. Recordé la infantil pijama que llevaba puesta con un dibujo de LadyBug y con puntos rojos por todos lados, entonces me sentí avergonzada. - No tienes que explicarme nada, empiezo a recordar todo. Soy yo el que lamenta haberte hecho pasar por todo eso. ¿Tenemos algo para desayunar? Tengo mucha hambre, abrí tu nevera y estaba vacía. ¿Qué comes? ¿A caso no te alimentas? - Solo tengo cereales, pero no hay leche. - ¡Tsk! Te levantas muy tarde, llevo más de una hora despierto. - ¿ Me estaba reprochando? - ¿Y que hacía en todo ese rato? - hice la pregunta temiendo de la respuesta. - Pues... te miré dormir, exploré tu diminuta casa, miré si había comida, me vestí y luego vine de nuevo a mirarte dormir. En algún momento pensé en despertarte, parecías tan tranquila que dudé si seguías viva. ¿Como puedes permanecer tan quieta cuando duermes? - No lo sé, solo me acuesto en un espacio y en ese mismo espacio amanezco. - Nunca había dormido con alguien que no se moviera para nada. - Claro, habíamos dormido juntos, en la misma cama. ¿Cuando fue que empezamos a hablar tan cómodamente? ¿Por qué hablábamos de estas cosas? - Este, bueno... voy a tomar baño ahora. - ¿No desayunamos antes? - ¿Quiere un poco de cereal? - le brindé. - ¿Sin leche? - Parecía demasiado sorprendido, yo llevaba dos días comiendo el cereal sin leche, esperaba mi paga para poder comprar comida, tenía los cálculos hechos muy justos para poder cenar y pagar taxi y autobús. El mínimo gasto y ya no tenía para transporte. Por suerte daban el almuerzo en la empresa. - No tengo nada más que brindarle. - Podemos salir a desayunar algo. Prepárate, yo iré a buscar otro traje que tengo en el coche. ¿Donde están las llaves? - En mi bolso. - tomé el bolso de la mesita de noche y saqué sus llaves. - Aquí tiene. - Ahora regreso.- pensé que tomaría su camisa y se la pondría antes de salir pero abrió la puerta para ir así con el pecho descubierto hasta el portal. Su pecho... Los músculos de su pecho estaban bien trabajados, los rodeaba una fina capa de bellos pero al mirarlos daban ganas de tocarlos o de no apartar la vista jamás de aquel hombre tan varonil. ¿Por qué me estaba fijando en esas cosas? ¡Es mi jefe! - ¡Espere! - grité, saliendo del hipnotismo. - No puede salir así, mis vecinas se alterarían y pensarías cosas malas. - Eso es problema tuyo. - y salió. ¿Por qué sentía que estaba volviendo a ser el jefe mandón? ¿Que pensaría la señora Fatima, que siempre veía a todos a través de su ventana, cuando viera a un hombre saliendo de mi apartamento con el pecho descubierto? Hablaría de eso por días, semanas o incluso años. Y yo tendría que soportarla. Tomé el traje que aún no me había puesto junto con los zapatos rojos, para un jueves no parecían muy exagerados. Y me los llevé al baño, lo más seguro era vestirme allí porque sentía que con el señor Meyers en mi casa no tenía ninguna privacidad. Cuando estuve vestida salí, ya maquillada y con una cola hecha. Ordene un poco la sala y luego fui hacer la cama. - ¿Quiere tomar una ducha? - le pregunté, él permanecía sentado en el sofá, algo pensativo. - Si, por favor. - Ahora mismo le pongo una toalla seca, déjeme buscarla. - vino detrás de mi con su ropa en las manos, saqué una nueva toalla del estante y extendí mi mano para que la tomase. - Lo espero en el salón, avíseme si necesita algo. - Gracias. Camine de prisa hacia la habitación mientras mis pasos resonaban en el piso de madera, arreglé la cama y recogí todo, después fui a la cocina y la limpié. Varios minutos después el Señor Meyers salió del baño ya vestido. Yo lo esperaba sentada en el sofá. - ¿Salimos ya? - Si. ¿ Estas segura que no vomite nada anoche? - Muy segura. - Entonces ¿por qué tengo tanta hambre? - Porque no cenó. Tal vez incluso por eso no vomitó. - ¿Vives sola? - salimos de la casa e íbamos saliendo por el pasillo del edificio. Miré hacia los lados para ver si veía las caras curiosas de mis vecinas. - No me pareció que viviera nadie más contigo. - Si, por ahora vivo sola. Antes vivía con mi abuela, pero ella enfermó, cuando se recupere volveremos a vivir juntas. - Tenia tantas ganas de llegar a casa y sentir el abrazo cálido de mi abuela al recibirme, su tierno beso sobre mis mejillas y su rica comida. Después de que ella no estaba yo había bajado mucho de peso y mi comida era un asco, ni si quiera sabía qué comprar cuando iba hacer la compra. - Conozco un lugar donde hay buenos desayunos. - miré la hora mientras él conducía, me había retrasado un poco el tener que esperar que él se duchara , casi era mi hora de entrar al trabajo. Aparcamos frente de un hermoso restaurante al aire libre, allí habían varias parejas desayunando y platicando. Las mesas lucían implacables con los grandes manteles blancos cubriéndolas de arriba hasta abajo, los camareros tenían una expresión tan sincera que parecía que ya te conocían. - Mesa para dos, por favor. - ¿Desean dentro o fuera? - Fuera. - el camarero nos guió hasta una mesa en el centro del patio, los rayos del sol bañaban gran parte de aquel hermoso patio con flores y adornos diferentes, que hacían que el lugar pareciera de un cuento de hadas. - Es hermoso. - dije al sentarnos. Pedimos cada uno un desayuno diferente, el señor Meyers tenía varias raciones, por lo visto era cierto que tenía mucha hambre. Lo raro era que en su rostro no había ningún signo de resaca. Se veía en perfecto estado. - Esto si que es un desayuno. - dijo al terminarlo todo. Tenía buen apetito. - Señor Meyers, muchas gracias por el desayuno. Me iré primero, se aproxima mi hora de entrada y no quiero llegar tarde. - ¿Estás bromeando? Andas con tu jefe. - Lo sé, justo por eso quiero llegar antes. - No. Nos iremos juntos, no te preocupes. Ya nos vamos. - levantó la mano y enseguida vino un camarero con la cuenta, el señor Meyers pagó y nos fuimos de aquel hermoso lugar, miré hacia atrás viéndolo por última vez mientras salíamos. Sabía que yo no volvería allí, pero quedaba en mi memoria la imagen de su hermoso patio. Llegamos al garaje de la empresa, había muchos coches, por lo que todos ya estaban en sus respectivas áreas de trabajo, excepto yo. Tenía media hora de retraso. Cuando salimos del ascensor se sentía un aire extraño en nuestro piso, las chicas iban de un lado a otro mientras murmuraban y nos miraban al pasar. Miré la cara de Katrina pero su rostro era de preocupación, mi jefe , al percatarse de la situación supo que algo pasaba y agilizó más su paso, yo lo intenté seguir lo mejor que pude a través del largo pasillo que llevaba hasta su oficina. Desde lejos pude ver una mujer y varios hombres que estaban esperando frente a mi escritorio. Pero a esa distancia aún no podía reconocer ninguno de los rostros. Cuando estuvimos cerca sólo pude reconocer al señor López. - Buenos días. - dije al llegar. - ¿Que hace ella aquí? - dijo el señor Meyers dirigiéndose a el señor López pero refiriéndose a la mujer que estaba a su lado. - Daven, tenemos que hablar. - el rostro del señor López se veía preocupado, miraba a la mujer y a los hombres a su lado. - Nerea lleva algunos minutos esperando. - Disculpen, tuvimos un poco de retraso. - hice ademán de ir a mi escritorio pero los dos hombres me dificultaban el paso. - No has cambiado nada. ¿Como es que te estás acostando con tu secretaria? - ¡Nerea! - le gritó Misael, automáticamente los dos hombres a su lado se posicionaron delante de ella. - ¿Puedes comportarte? - ¿Qué? ¿Acaso estoy diciendo alguna mentira? - con sus manos se abrió paso a través de los dos hombres, dejándolos detrás de ella. - Acaban de llegar juntos. - dijo con voz hostil. Aunque era la primera vez que veía a esta mujer, su comportamiento hacia mí era de odio. - Porque trabajan juntos, es su secretaria. No hables así de Alejandra. El ambiente estaba muy cargado, miré hacia atrás y vi varias cabezas conocidas asomarse, estábamos armando un escándalo y todo el piso se había enterado. Yo no sabía si debía decir algo. Yo estaba anonadada, Nerea, como le había llamado Misael, se había parado desafiante delante mía, su perfecto maquillaje, cabellos cafés y ojos verdes estaban a pocos centímetros de mi. Podía oler su perfume caro. - Solo eres parte de su despecho, mañana habrá otra mejor que tú en su cama o sobre su escritorio y tendrás que verlas entrar y salir como si fuera un desfile y entonces te darás cuenta que nunca debiste meterte con tu jefe. Solo eres una zorra bastarda. - Me tragué cada una de sus palabras, pero cuando sus labios soltaron la última palabra, recordé uno de los motivos por los que había renunciado a mi antiguo trabajo y me llené de ira. Solté mi bolso al suelo y me olvidé que el señor Meyers estaba a mi lado y que el señor López también estaba presente, la empujé hacia atrás y tiré de su pelo con tanta fuerza que sentí como algunos de ellos se desprendían, su cabeza giró hacia abajo por la fuerza que yo ejercía en ella. Dos manos apretaron mi brazo con fuerza haciéndome soltar su cabellera, me ardía la mano pero era más fuerte la ira que yo sentía hacia aquella mujer que me insultaba sin conocerme, sin ni si quiera saber mi nombre. Recibí una cachetada en mi mejilla derecha, después unos brazos me sostenían desde atrás, todo pasaba muy rápido, pero vi al señor López sujetar a Nerea, a el señor Meyers golpear a uno de los hombres que me sostenían y Katrina se acerca corriendo por el enorme pasillo y al llegar a mí las dos comenzamos a golpear al otro hombre que intentaba retenerme. No se cuanto tiempo pasó, tal vez solo fueron segundos o igual minutos, pero cuando llegó la seguridad de la empresa toda las personas de la oficina habían salido a ver el escándalo. Podría decir que incluso habían subido personas de los pisos más bajos. - ¿Para esto la has traído aquí, Misael? - le gritó jadeante mi jefe al señor López quien aún sujetaba con fuerza a Nerea. No entendía porqué el señor Meyers hacía responsable al señor Lode que aquella mujer estuviera en la empresa. - Te llevarás una sorpresa aún mayor. - a pesar de la situación, la expresión de ella era de victoria, como si alterarnos habría sido su propósito desde un principio. - ¡Escuchen todos! - dijo en voz alta, dirigiéndose a las personas que se habían aglomerado a nuestro alrededor. - ¡Vuestro CEO se está acostando con su secretaria! ¡Si, con su secretaria! Todos comenzaron a murmurar, yo me cubrí detrás de Katrina para evitar las miradas, obviamente aquella mujer mentía y no sabía lo que decía. - Eso no es cierto, ya deja de decir esas cosas. - ¡¿Ven el traje que tiene Daven?! ¡Es su traje de repuesto y acaban de llegar juntos! Pero eso no es lo peor. ¡SOLO HACE QUINCE MESES QUE MURIÓ MI HERMANA Y YA DAVEN LA HA OLVIDADO! Me moría de la vergüenza, pero entendía porqué aquella mujer me había insultado y había expresado tanto odio hacia mi al verme llegar con el señor Meyers, quienes por cierto parecía que se conocían muy bien. El señor López se llevó a su Nerea casi a rastras hacia su oficina, mi jefe dio varias órdenes y todo el mundo empezó a dispersarse mientras los seguridad del lugar sacaban a lo que parecía ser los guardaespaldas de ella, Katrina seguía a mi lado y me guió hasta el baño. - Esto ha sido todo un escándalo. No se olvidará en meses. - me dijo cuando estábamos solas. Observó mi rostro enrojecido que ya iba sintiendo como comenzaba a hincharse. - Creo que me despedirán, yo la agredí primero. - Estas en problemas, no te alarmes pero ella es Nerea López, hermana de Misael López. Quién también era la cuñada de Daven. Ellos eran tres hermanos, Nerea la mayor , Misael el del medio y Sarah, quien era la hermana más pequeña. - Sarah. - repetí su nombre recordando las veces que el señor Meyers lo había pronunciado anoche. Mi trabajo peligraba, por no refrenar mi rabia. Ahora me encontraba en graves problemas.
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