La situación en la oficina ya se estaba resolviendo. El rumor de lo que había pasado ya se había esparcido por toda la oficina y tal vez en toda la empresa. Mi jefe ese día había llegado más temprano que yo y me había dejado las ropas en mi escritorio.
- Alejandra, entra un momento.
- Buenos días señor Meyers, ¿quiere que le traiga su café ahora o espero?
- He tomado antes de venir. En unas horas llegará un amigo, quiero que te encargues de organizarnos un almuerzo, estaremos todo el día en la oficina.
- ¿Quiere que le reserve en un restaurante cercano ?
- No, quiero que almorcemos aquí.
- ¿En el área común ?
- A veces pongo en duda su experiencia como secretaria. Hay muchas cosas que se te escapan.
- Tengo muchos años de experiencia, pero nunca había trabajado en una empresa como esta, aquí me he encontrado con cosas que ni sabía que tenía que hacer una secretaria. Le pido disculpas y le ruego que me tenga un poco de paciencia.
- Adáptate rápido, o no me seguirás el ritmo. - y de verdad que lo intentaba. Pero el señor Meyers era una persona difícil de leer y de complacer. Desde el día uno habíamos tenido inconvenientes y hasta ahora seguíamos igual. - Quiero almorzar aquí en la oficina. El resto es trabo tuyo, tienes que hacer eso posible.
- ¿Tengo que elegir yo el menú o piensa darme más detalle de lo que quiere ?
- Mira, aquí está tu tarjeta. - deslizó por el escritorio una tarjeta de débito. - Te sirve para todos los gastos que yo pueda generar, de los gastos que tenga que encargarte a ti. Eso es todo, puedes retirarte.
Y así empezó otro día estresante en la oficina.
Comencé con mi trabajo inicial que eran los documentos que tenía a diario sobre mi escritorio. Revisé la agenda de hoy y no tenía nada programado, excepto el almuerzo con su amigo, cosa que no estaba en la agenda.
No tenía idea de por donde empezar, debía organizarle un almuerzo en la oficina. ¿Que se me podía ocurrir?
Miré el interior de la oficina a través del cristal, tenía espacio suficiente para poner una pequeña mesa y organizar el almuerzo. Pero ¿que les podía servir? Mis gustos eran muy básicos, todo lo contrario a lo que podría ser el extravagante gusto del señor Meyers.
- ¡No lo digas! ¡No lo digas!
- Buenos días señor López. Espero que haya llegado bien a su casa anoche.
- Eres la única que me dice señor López en todo el piso. Misael no está mal, además no tenemos mucha diferencia de edad. ¿Qué edad crees que tengo ?
- Unos 28 o 29.
- ¡Exacto! No te llevo ni diez años y me tratas como a un señor.
- No puedo llamarlo de tu. Se me hace casi imposible.
- ¿ Estas bien? Se te ve un poco angustiada.
- Solo tengo muchas cosas que hacer el día de hoy. El señor Meyers tiene un visitante y quieren almorzar en la oficina.
- Ah, es hoy. Eso sucede una vez al mes. ¿Ya pensaste como lo vas a preparar ?
- La cosa fuera más sencilla si solo tuviera que hacer una reservación, pero tengo que buscar la manera de organizarlo en la oficina , y lo que es aún peor, tengo que elegir el almuerzo.
- Puedo echarte una mano con eso.
- ¿En serio? ¿No tiene mucho trabajo el día de hoy?
- Los abogados están revisando todos los documentos, así que prácticamente no tenemos nada que hacer en la oficina. Ven conmigo, resolveremos lo de tu almuerzo.
- Deme un minuto y le aviso a mi jefe que saldré a organizar todo. - le avisé al señor Meyers que entraría a la oficina y este me dio permiso para hacerlo. - Iré en este momento a organizar lo de su almuerzo, ¿ a que hora estará aquí su amigo?
- Vendrá una hora antes del almuerzo.
- Bien, tendré todo listo para ese entonces.
El señor Meyers miraba a el señor López fuera de la oficina, lo señaló con un dedo al tiempo que hablaba.
- ¿Iras con ese?
- Si, el señor López se ha ofrecido a ayudarme.
- ¿Dependerás siempre de él cada vez que tengas que hacer algo que no conoces? No te vuelvas dependiente de nadie, porque cuando esa persona no esté ahí para ti, entonces no serás nadie.
- Ese no es el caso, es que yo...
- Ya puedes retirarte, haz lo que quieras. - me interrumpió, echándome de su oficina.
Tomé la tarjeta de débito que me había dado y la entré en mi bolso, el señor López y yo salimos de la empresa a preparar las cosas para el almuerzo.
- No te lo dije, pero a cambio tendrás que llamarme por mi nombre de pila.
- No es justo, debió de decirlo antes.
- Es muy justo. Si no haces esto bien estarías en problemas. Este es un buen amigo de Daven y le tiene mucho aprecio.
- Esta bien, Misael.
- ¡Eso! Así me gusta. - el señor López se había puesto como loco y hasta había soltado el volante por unos segundos. - Tenemos que comprar donde ellos almorzarán. ¿Que te parece una mesa plegable con dos sillas? Hechas de una madera presentable. Conozco un lugar.
- Eso es buena idea. Luego estaba viendo algunos restaurantes donde se puede encargar la comida. Los menús son muy extensos, no tengo experiencia en estas cosas.
- Tiene que ser algo a su altura, piensa en los estándares de Daven.
- Sus estándares son muy altos.
- Exacto. Busca en el mejor restaurante de la ciudad.
- A ver... qué puedo encontrar. - hice algunas búsquedas rápido en internet, consulté varias referencias y encontré el mejor restaurante del centro. - Aquí hay uno. Según las reseñas cualquier cosa que pida está bien, la especialidad del chef no se ve mal.
- Entonces hagamos el pedido ahí.
- Decidido.
Llegamos al lugar donde compraríamos la mesa y la silla. Era un lugar donde vendían cosas de jardín, pero después de echar un vistazo, encontramos una mesa que se ajustaba a las necesidades de ese día, también me llevé un mantel y otras cosas más.
Había llamado al restaurante para hacer el pedido e íbamos de camino a la empresa para llevar las cosas que habíamos comprado.
- Daven puede ser un poco pesado, pero en el fondo, muy en el fondo, es una buena persona. Espero que resistas al menos unos meses.
- Este trabajo es muy importante para mi, no pienso renunciar.
- Me alegra oír eso.
Solo faltaba media hora para el almuerzo, cuando llegué a la oficina ya el amigo de mi jefe estaba allí, platicaban muy animados. Coloqué todas las cosas a un lado de mi escritorio de forma que no se viera desde el interior de la oficina. Solo faltaba que llegase el pedido.
- Alejandra, supe que has estado muy ocupada hoy. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
- Katrina, estoy nerviosa. Siento que se me olvida algo, ya tengo todo para el almuerzo, solo falta que llegue la comida. Queda muy poco tiempo.
- ¿Que vino compraste? ¿Lo encargaste al restaurante?
- ¿Vino? ¡Dios mío! No encargué bebidas. - me puse de pie ya echa un manojo de nervios, no quedaba tiempo y yo no había pedido nada de tomar. ¿En que estaba pensando? - ¿Ahora que hago?
- Primero trata de tranquilizarte, aún quedan muchos minutos. Voy a ver que tengo en la oficina de Misael.
Empecé a sentir como el sudor de deslizaba por mi pelo y por la nuca. Saqué mi pañuelo de un cajón y seque mi sudor. La chaqueta empezaba a molestarme por lo que me la quité, la ajustada camisa apretaba mis pechos hasta hacer que los botones se vieran un poco forzados.
- Alejandra. - me habló el señor Meyers desde la oficina. - Ya puedes traer el almuerzo.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
¡Aún no llegaba el pedido!
- Enseguida, señor Meyers. - contesté, como si tuviera todo bajo control. Respiré profundo, mantuve la calma y tomé la mesa para empezar a colocarla en la oficina. - Buenos tardes. - dije al entrar. Había un hombre de unos 40 años junto a mi jefe. Iba vestido de forma casual y estaba sentado en el sillón.
- Buenas tardes, señorita. - Me saludo.
Coloqué la mesa del lado del mini juego de golf, salí por las sillas y luego por el mantel. Visualicé unas copas en el mini bar que podía usar para el vino, pero allí no había ningún vino, mis esperanzas estaban en que Katrina encontrara uno.
Unos cinco minutos después llegó el pedido. Había venido con todo lo que yo les había encargado. Platos, cubiertos, cucharas de servir y una mesa deslizante para llevar toda la comida, le pagué al joven y este se fue.
Katrina se acercaba con paso apresurado y con una botella de vino en las manos.
¡Gracias a Dios!
- Este es uno muy bueno, mañana me lo repones.
- Me has salvado el pellejo, Katrina. De verdad muchas gracias.
- ¡Vamos! Ve y sirve la comida antes de que se enfríe. No olvides dejarlos deslumbrados.
- Nos vemos en el almuerzo.
- ¿Estás loca? Tienes que quedarte aquí hasta que ellos terminen de comer.
- Soy tonta, casi me marcho luego de servirles.
- No eres tonta, todas nosotras pasamos por alguna situación similar en la oficina. No llegamos aquí con toda la experiencia.
- Eres un ángel, luego te repongo el vino.
Coloqué la comida en la mesita, ordené todo de forma que se me hiciera cómodo servir sin tener que liarme mucho, entré despacio arrastrando la mesita al interior de la oficina. Ellos ya se habían acomodado en la mesa.
Comencé a servirle al invitado y después al señor Meyers, aunque no tenía ni idea si esa era la forma correcta, pero si hubieran estado en mi casa yo serviría al invitado primero y así lo hice. Luego investigaría más cosas de etiqueta, tenía el presentimiento de que esto podía hacerse un hábito. Una vez que la comida estuvo servida, fui al mini bar por un destapa corcho y por las copas. Les brindé y los dos aceptaron, procedí a servirles con excesiva lentitud para poder hacerlo correcto, pero no salpiqué ni una gota de vino sobre ninguno de ellos.
- Este vino es muy bueno, ¿puedes encargar otro? - le dijo el invitado a mi jefe.
- Desde luego, trae una botella más.
- Si, señor Meyers. - después que estaba todo servido salí de la oficina y corrí hasta el escritorio de Katrina, pero ella no estaba. Miré la hora y ya era hora del almuerzo, corrí hacia la sala común, me dolían las piernas de estar de un lado para otro. Los zapatos eran muy bellos pero al final no parecían tan cómodos después de unas horas caminando. Me faltaba un poco el aliento. - Katrina, necesito otra botella de ese mismo vino. - dije al llegar a la mesa donde ellas estaban comiendo.
- Siéntate niña y toma aire, lo necesitas. ¿Quieres un poco de agua? - se había preocupado la señora Gabriela. Le hice caso y tomé asiento para descansar al menos unos segundos. Pero era más el estrés que cansancio físico. Gabriela se puso de pie y recogió el pelo de mi cola que colgaba en mi espalda. Sentí un fresco en la nuca y en todo mi cuerpo, ella lo envolvió hasta que no quedó nada colgando. - Así irás más fresca.
- Muchas gracias, Gabriela.
- Tengo tres botellas más, vamos a mi escritorio, te daré dos por si acaso.
- Esta bien, estoy en deuda contigo. Por lo visto el vino es muy bueno y nada más probarlo me pidieron otra.
- Es un vino muy caro, te aviso que te costará conseguirlo.
- Ahora mismo solo me interesa que las cosas salgan bien. Después buscaré ese vino para ti aunque sea debajo del agua, por eso no te preocupes.
Katrina me entregó las dos botellas de vino, regresé a mi escritorio y ella al almuerzo.
Guarde una botella en el estante detrás de mi escritorio y entré a la oficina a ponerles la otra botella de vino, ya la que estaba abierta iba casi por la mitad. Pero todavía no terminaban de almorzar. Me retiré yéndome a mí escritorio, el olor a comida llegaba hasta allí, haciendo que mi estómago me reclamara.
¿Por qué yo era incapaz de aguantar el hambre? Tenía un horario estricto con mis comidas, pero este trabajo iba hacer que yo bajara de peso o engordara por comer a deshora.
Me quedé pendiente a que ellos terminaran de comer para así retirar la mesa y una vez que ellos colocaron los cubiertos, yo comencé a recoger la mesa.
Ellos charlaban y reían a carcajadas.
- Abre la otra botella, Alejandra.
- Si señor Meyers. - les abrí la segunda botella y me llevé la mesa al área común, pero ya mis amigas no estaban allí.
Les entregué la mesa a los cocineros para que se hicieran cargo de ella, pero les pedí que me dejaran todo aparte, esta comida, según Misael, se haría cada mes. Debía de estar preparada para la siguiente vez.
Me senté devuelta a mi escritorio, le di la vuelta a la silla y saqué unas galletas que tenía dentro del bolso y comencé a comerlas, no me quedaba de otra.
La hora de mi almuerzo ya había pasado hace dos horas.
Y ellos seguían allí tomando, como si la oficina fuera un bar.
- Alejandra, ¿sigues ahí? - la voz de mi jefe se escuchaba diferente, arrastraba las palabras al hablar. - Entra, quiero presentarte a mi amigo.
- Enseguida voy, señor Meyers.- acomodé los botones del pecho de mi camisa y me puse nuevamente la chaqueta. Entré a la oficina a conocer al invitado.
La oficina olía a vino, mi jefe había puesto algo de música y su amigo ¿estaba fumando? ¿En la oficina?
- ¡Aquí está! Es la más hermosa secretaria que he tenido jamás. Pero aún no se lo digo, es un secreto. - el señor Meyers se puso de pie tambaleándose de un lado a otro, vino hasta mi y pasó su mano por encima de mi hombro. - ¿Eso es humo? ¿Quien está fumando?
- Señor Meyers, siéntese o se va a caer.
- ¡Espera, espera! Que estoy bien. - hablaba muy alto, su voz retumbaba en mis oídos. Se soltó de mi hombro y se puso de pie intentando mantener el equilibrio. - Tienes que traer otra botella de vino, está ya se acabó. Pero espera. Mírala- le dijo al invitado. - ¿acaso no es la más hermosa que has visto aquí? Le gana por mucho a Katrina, y mira que Katrina es bella.
- Si que lo es. - contestó el otro.
- Este, este es mi amigo. ¡El único que tengo! Es el único que me soporta. Su nombre es Paul.
- Mucho gusto, Paul. Mi nombre es Alejandra. - Paul se puso de pie y estrechó mi mano, pero enseguida la soltó para mantener su equilibrio.
- Espero que este pequeño c*****o no te esté poniendo tu trabajo difícil.
- ¡Claro que no!- contestó el, riendo y palmeando mi espalda. - ¿Podrías traer la otra botella? Estamos festejando y eso no se puede hacer sin alcohol.
- Enseguida la traigo, señor Meyers. - fui por la última botella, con las esperanzas puesta en que él ya no pediría otra, la abrí y le serví a cada uno en su copa.
Ya eran las cinco de la tarde, faltaba poco para mi hora de salida. Algunas chicas se habían ido antes, puesto que no había habido mucho trabajo en la oficina debido a que los abogados estaban buscando más evidencia en los archivos sobre lo que había hecho el señor Evans.
Una hora más tarde mi estómago seguía rugiendo pero ya era mi hora de salida. Estaba pensado en lo que podría preparar cuando llegara a casa. ¡Tenía tanta hambre! Pero no me podía dar el lujo de comprar comida. Mis ahorros no me alcanzaban para eso. Pero mi situación pronto iba a cambie. Tenía muchos planes que hacer con mi primer sueldo. Pero lo primero era hacerle una visita el fin de semana a mi abuelita.
- Alejandra vendrá alguien a recoger a Paul, ya no puede ni levantarse. - su voz ahora estaba un poco ronca y áspera. Miré por el cristal al interior de la oficina, Paul estaba tirado sobre el sofá y parecía dormir, el señor Meyers tenía la cabeza recostada sobre la mesa con la boca medió abierta.
¡Pero si ya era mi hora de salida!
Miraba a través del pasillo las chicas marcharse, poco a poco algunas luces empezaron a apagarse y solo quedó mi oficina con las luces encendidas. Esto ya se estaba haciendo frecuente.
Un hombre joven, corpulento, de cabellera muy rubia, vestido con un traje n***o y camisa blanca se acercaba directo a mi escritorio. Parecía una especie de guardaespaldas.
- Disculpe, ¿esta es la oficina del señor Meyers?
- Si, ¿que se le ofrece?
- He venido por el señor Mars.
- ¿Mars? - pregunté confundida. - ¿ Se refiere al Paul? - No me había dicho su apellido pero seguro que se trataba de él.
- Si, el señor Paul Mars.
- Esta aquí. - señalé el cuerpo dormido del señor Mars sobre el sofá. Le abrí la puerta para que entrase. - Pase.
El hombre corpulento tomó al señor Mars en brazos como si de una muñeca se tratase, salió de la oficina y se marchó. Mi jefe ni cuenta se dio de lo que pasaba. Estaba dormido también.
Fui a mi escritorio y tomé mis cosas lista para irme. Pero al salir de mi escritorio con mi bolso en manos miré hacia la oficina y el hombre que estaba allí no era mi jefe. Era otra persona diferente, su rostro dormido expresaba paz y tranquilidad sin la agobiante presión que este ejercía en mí los primeros días. Me acerqué a la puerta para ver mejor aquella bella imagen, sus labios estaban separados uno del otro, su ceño lucía totalmente relajado y aquel bello rostro parecía estar completamente dormido. Su corta cabellera se esparcía toda hacia un lado dejando al descubierto su rostro. Parecía como si una luz lo iluminase, o era yo la que estaba ebria.
No podía irme y dejarlo en ese estado.
Coloqué mi bolso sobre el escritorio y entré silenciosamente a la oficina. Me coloqué junto a él y pasé la mano por su rostro, con intención de despertarlo.
- Sarah. - dijo en un susurro cuando sintió mi mano sobre su rostro. - Tu mano es muy cálida. - y sonrió.
Dejé mi mano sobre su rostro mientras exploraba la textura de su suave piel, recorrí su nariz, sus cachetes y luego su frente. Volví a bajar hasta la altura de sus labios y allí tracé una línea sobre estos. Nunca me imaginé que él podría lamer y luego introducir mi dedo en su boca.
Yo estaba totalmente asombra, sus labios chupaban mi dedo mientras los enormes ojos verdes del señor Meyers me miraban.
- ¿Donde estoy? - Dijo al dejar mi dedo libre.
- Yo... yo. - ¡Oh Dios mío! Las manos empezaron a temblarme y no sabía que responder.
- Aún estás aquí, así que estoy en la oficina. Vete a casa.
- Pero no se puede quedar dormido aquí.
- Tampoco puedo conducir en este estado. - dijo, volviendo a recostar la cabeza sobre el escritorio, volvió a cerrar los ojos.
- Señor Meyers, despierte. No se puede quedar aquí. Despierte. - moví sus hombros repetidamente hasta que volvió a despertar. Fui por un vaso de agua y se lo entregué. - Beba un poco , se sentirá mejor. - después de que se tomó el vaso de agua, solo se me ocurría una sola cosa. - Vamos, póngase de pie. Yo lo llevaré hasta su casa.
Lo ayudé a incorporarse y él pasó una mano por mi hombre, dando tumbos logramos salir de la oficina. Tomé mi bolso y llegamos al ascensor como pudimos.
- Lo siento, Sarah. Debí estar ahí. - cuando entramos al ascensor el señor Meyers comenzó a llorar en mi hombro mientras repetía el nombre de Sarah una y otra vez.
Cuando llegamos al garaje ya el estaba más calmado, saqué las llaves del bolsillo de su pantalón y abrí el coche.
- Siéntese. - lo ayudé a subir agarrando su cabeza para que no se lastimara. Y le cerré la puerta. Me di l vuelta de prisa y encendí el coche, una vez que estábamos fuera del garaje ya el señor Meyers estaba dormido otra vez. Conduje uno cinco minutos y después busqué donde detenerme, encendí los intermitentes y me quité el cinturón para poder despertarlo. - Dígame donde vive, despierte señor Meyers. ¡Daven! ¡Despierta! ¡Por favor!
Pero nada pasaba. El dormía profundamente mientras yo tenía la cabeza hecha un lío. ¿Como iba a saber donde él vivía? No tenía la menor idea y ya era de noche.
Sin más remedio conduje hacia mi casa.