Todas las secretarias ya se habían marchado, yo tenía más de una hora en la sala de espera. Leí nuevamente el documento solo por hacer algo y mantener mi mente ocupada . Las luces de las oficinas se apagaron y se encendieron las del pasillo, ya la luz del día no entraba por las enormes ventanas de cristal, ahora reinaban las luces de la ciudad.
Escuché unos pasos acercarse y me incorporé de prisa, el señor Meyers y la señorita Marina se acercaban por el pasillo.
- Entonces ¿no quieres ir a mi casa? Queda muy cerca de aquí. - Marina estaba agarrada de su mano mientras le hacía la invitación con voz seductora, los dos iban caminando por el pasillo hacia el ascensor. Cuando cruzaron frente a la sala de espera yo me les adelanté y me puse delante del señor Meyers haciendo que estos dos se detuvieran a escasos centímetros de mi. - ¿Todavía estás aquí? Espero que te paguen bien las horas extras.
- Alejandra, ¿que haces aún aquí?
- Señor Meyers, tengo un papel importante que mostrarle. Estaba entre los documentos que he revisado hoy.
- ¿No puede esperar hasta mañana? Ya tu hora de trabajo terminó, vete casa.
- Por favor, señor Meyers. Se que es un documento importante. Debería echarle un vistazo cuando antes.
- Ya su hora de trabajo terminó, ahora seguiremos la fiesta. Él se irá conmigo. - Marina lo atrajo hacia ella por el brazo que le sostenía. El señor Meyers la miró de reojo y luego puso los ojos en blanco.
- ¿ De que trata ese documento ? - me preguntó, había cambiado su rostro de diversión por una expresión más fría al tiempo que dejaba su ceño fruncido. - Déjame verlo.
- Debería de verlo en privado, señor Meyers.- dije mirando a Marina quien seguía allí parada como si tuviera algo que ver en el asunto.
El señor Meyers se zafó de su brazo, tomó el documento que estaba en mis manos y caminó de regreso hacia la oficina.
- Sígueme. - Marina fue tras él y yo me quedé de pie en el pasillo; él se dio la vuelta y la miró fijamente. - Tú no, Alejandra.
Marina arqueó una ceja mientras me miraba, yo le crucé por el lado con la cabeza baja. Escuché sus pasos cuando ella se marchaba por el largo pasillo.
El señor Meyers se sentó detrás de su escritorio mientras miraba el documento que sostenía. Se frotó la sien con aparente confusión.
- ¿ Ha sido usted el que ha autorizado el documento ? - quise saber.
- Esta mi firma, mi sello. Desde luego que he sido yo. - ladeó la cabeza mientras mostraba una sonrisa de medio lado. En aquel momento sentí como si me faltara el aire, por primera vez, de todas las veces que había visto el rostro del señor Meyers, me daba cuenta de lo hermoso que era. Su rostro ovalado era tan perfecto que no sabía como no lo había notado hasta este momento. Mordió su labio inferior haciendo que mi mirada quedara prendada de él, su gruesas cejas se arqueaban de una forma que no había visto jamás mientras que su nariz permanecía arrugada. ¿Como podía hacer tantos gestos con la cara al mismo tiempo? - Pero no recuerdo nunca haber autorizado estas ventas. Eso supone un problema. - Aunque antes había sonreído, lo había hecho como una persona que acepta un desafío que ya había estado esperando, como si estuviese muy preparado para esto.
- Ese documento solo es una copia. Pude notarlo. - salí de mis ensoñaciones volviendo a la realidad donde mi jefe era un monstruo perverso y mandón que usaba su oficina como un hotel.
- Lo que no entiendo es cómo es que no me lo dijiste antes. ¿Cuando te diste cuenta?
- Esta tarde, cuando terminaba de revisar los últimos documentos.
- ¿Leíste todo?- parecía algo asombrado.
- Es mi trabajo. - dije orgullosa.
- ¿No se te ocurrió decirme esto antes?
- Usted... - me llegó a la mente sus manos debajo del vestido de Marina, sus lenguas uniéndose mientras los ojos del señor Meyers me observaban atentos. - Tengo prohibido entrar a su oficina sin avisar.
- Debiste avisar y entrar. Ahora todo se ha complicado. Esta noche no podemos volver a casa. Espero que nadie te esté esperando. - Dijo esto último poniendo un poco de énfasis en las tres ultimas palabras. - Ahora tendré que hacer algo muy desagradable. Llama Misael, lo necesito aquí cuando antes.
- Si, señor Meyers. - me dirigí con prisa a mi escritorio y busqué en la libreta el número de celular del señor López. - Buenas noches, señor López. Le habla Alejandra, la secretaria del señor Meyers.
- ¿ Alejandra ? ¿Pasa algo ? - el tono de voz del señor López era idéntico al de él en persona. Su voz suave pero firme no cambiaba nada.
- El señor Meyers lo solicita de manera urgente en la oficina.
- En seguida salgo para allá. - y colgó.
- ¡Regresa aquí! Trae los demás documentos que has revisado hoy. - la voz del señor Meyers salió a través de mi escritorio, estaba segura que se había oído en todo el silencioso piso.
Tomé todos los documentos que había revisado el día de hoy que luego irían a archivarse.
- Estos son todos los de hoy. - miré el reloj que estaba en la pared justo sobre la caminadora y este marcaba las nueve y cuarto. Mi estómago rugió haciendo que mi jefe levantada la cabeza. - Discúlpeme.
- ¿Por qué has revisado todo esto?
- ¿Hice mal ? Los documentos deben de revisarse antes de ser archivados, así se evitan este tipo de cosas.
- ¿Por qué no tiene fecha ? Eso podría ser de cualquier otro día. Lo que me parece raro es que estaban con los documentos de la junta de hoy. Todo lo que yo firmé lo leí. Este no estaba entre ellos.
- ¿Y si alguien los introdujo ahí a propósito? Tal vez pensaron que pasaría desapercibido.
- Y de no ser por ti, así habría sido. Buen trabajo. Pero debemos revisar estos nuevamente. Puede que algo se nos escape. Tal vez haya algo más. - dividió la lista de los documentos en dos, tomó la mitad y me dio la otra. - Ve al sofá, allí estarás más cómoda. También quítate los zapatos. Ya no estás en tu horario de trabajo, solo ponte cómoda.
Y así lo hice, dejé los zapatos a un lado mientras liberaba mis pies del sufrimiento de usar unos zapatos nuevos. No sentí que me molestaban hasta que mis pies se vieron liberados.
Empezamos a revisar cada documento minuciosamente.
Habían dado las diez de la noche cuando el señor López entró a la oficina. Iba vestido con unos jeans, una camiseta blanca y unos tenis, traía un maletín colgando de su hombro derecho.
- Disculpen la tardanza, he venido cuando antes.
Enseguida yo bajé mis pies del sofá, recogí los documentos que tenía esparcidos por él y me puse mis zapatos nuevamente.
- Puede sentarse aquí. - le invité con una sonrisa al tiempo que palmeaba el espacio vacío.
- Gracias. Daven dime lo que está pasando.
- Mira, esto pasa. - Mi jefe se puso de pie saliendo de detrás de la pila de documentos que tenía sobre el escritorio. Le extendió el documento que traía en la mano al señor López y se quedó de pie frente a nosotros. Unos segundos después se quitó la chaqueta colocándola en una de las butacas y remangó ambas mangas de su camisa hasta al altura de los codos. - Alejandra lo ha encontrado esta tarde, entre los documentos de hoy.
- ¿ Quienes te dieron documentos para firmar?
- Tú. - la voz de mi jefe era hostil, los dos se miraban de forma amenazadora. - Y otros cinco miembros más. - dijo al fin, después de una larga y tensa pausa.
- Todos los demás documentos tienen los nombres, de forma simple podemos ver cuál nombre falta. - sugerí. Parecía que en cualquier momento se iban a tirar los dientes a puñetazos. Pero era mi jefe el que se mostraba de forma más amenazante.
- Entonces empecemos. - el señor Meyers tomó todos los documentos y los dividió en tres, dándonos una parte a cada uno. - Prepara un poco de café, Alejandra.
- En seguida, señor Meyers. ¿Quiere usted también uno? - dije, dirigiendo mi pregunta al señor López.
- Si, muchas gracias.
No tardé mucho en volver con los cafés, sentía que podía entrar a la oficina y en un segundo ya estaría uno sobre el otro.
- ¿Tú no tomas café? - me preguntó el señor López.
- No me gusta el café.
- Podría servirte para no dormirte.
- Tiene un sabor un poco raro.
- ¿Quieres algo de tomar? En mi oficina tengo unas bebidas que no son alcohólicas.
- Prefiero no tomar nada antes de cenar.
- ¡¿No has cenado?! Son casi las doce de la media noche. - le dio una mirada de reproche a mi jefe y después volvió a mi. - Encargaré algo de comer.
- No tenemos tiempo para tantas cosas.
Teníamos la lista de las personas que habían asistido a la junta de hoy. Separamos cada documento por nombre, después de una larga y minuciosa revisión, encontramos un nombre que se quedaba sin ningún documento con su nombre y ese era Richard Evans.
- Richard Evans. No me sorprende para nada. ¿ Recuerdas lo que intentó hacer el año pasado? Fue uno de los conspiradores para cambiar la política de la empresa.
- Esto hay que ponerlo en manos de los abogados. Pero me temo que este 5 % de la empresa ya debe de estar vendido.
- Señor Meyers, tengo la sospecha de que ese documento no es de hoy; creo que solo se lo han dejado aquí como un aviso. Tengan en cuenta que solo es una copia. Esto ha sido firmado otro día, tal vez en otra junta.
- ¿Sabes cuando fue la reunión anterior a esta?
- No, pero puedo revisar. - le contesté.
- Hace casi un mes. - respondió el señor López. - Debe de ser como dice Alejandra, es lo más seguro.
Un repartidor de comida estaba frente a la oficina, el señor López salió a recibir su pedido.
- Esto supone un problema. No solo se aprobó ese 5%, el mayor problema es quién lo compró. - El señor Meyers fue a su silla y se quedó mirando al señor López que seguía fuera recogiendo su pedido.
- ¿Que le pasará a Richard Evans?
- Nuestros abogados se encargarán, probablemente sea demandado y su despido es inmediato. Esperemos que mañana nos diga a quien le vendió, aunque eso se sabrá más pronto que tarde. - el que respondió a mi pregunta fue el señor López, entró a la oficina con tres bandejas de comida sobre sus manos. Me paré de prisa para ayudarlo. - Desearía que fuera alguien amistoso, nuestra empresa tiene mucha competencia, y Daven se va encargando de hacer más enemigos.
- Tú quisieras estar a cargo para enseguida fusionar nuestra empresa. Siempre te has creído que lo puedes hacer mejor.
- No es cierto, lo que siempre he creído es que tú lo puedes hacer mejor de lo que lo haces. Ni te esfuerzas, las cosas salen bien pero pueden salir mejor.
- Que rico huele. ¿Que es? - la verdad es que mi estómago rugía y hablé en ese preciso momento para evitar que ellos dos lo escucharan, pero también sirvió para apaciguar su discusión. El olor a comida había hecho que mi estómago comenzara a hacer ruidos.
- Es comida china, algo que a todo el mundo le gusta. Espero que a ti también
- Claro que si. ¡Me encantan! - y con el hambre que traía era capaz de comerme las tres raciones.
- Aquí tienes y aquí tienes. - el señor López nos repartió a cada uno nuestro plato.
- Muchísimas gracias, señor López.
- Desearía que me dijeras Misael, pero se que no lo harás.
La comida china me sentó de maravilla, aunque me hubiera comido otro plato. El señor López era muy amable y considerado.
Cuando todos terminamos de comer, yo recogí todos los recipientes y los saqué de la oficina para que no dejaran olor. Cuando regresé, ellos dos charlaban como si la discusión anterior nunca hubiera existido.
Me senté en el sillón con mi pancita mas que complacida, cuando comencé a leer unos documentos los ojos empezaron a cerrárseme y sentí como mi cabeza se iba hacia adelante.
- Lo siento. - dije a la persona que había sostenido mi cabeza.
- Estas cansada. Daven creo que podemos terminar con esto mañana. Lo más importante está hecho. Llevaré a Alejandra a su casa. - el era quien sostenía gentilmente mi cabeza. Sentía que mis ojos se iban cerrando de apoco. Su mano caliente sobre mi frente me daba aun más sueño.
- No es necesario, puedo tomar un taxi y luego tomar un autobús, pero muchas gracias señor López.
- De ninguna manera, es demasiado tarde. Te hemos hecho quedarte hasta estas horas, lo menos que podemos hacer es llevarte a tu casa.
- Yo la llevaré, es mi culpa que aún esté aquí. - No se si yo tenía demasiado sueño pero sentía que se debatían por quién tenía que llevarme a mi casa.
- Tu vives al otro lado de la ciudad, lo mejor es que yo lo haga. - y la verdad es que prefería irme con el amable, gentil y apuesto señor López.
- Tengo unas cosas en mi coche que son suyas, la llevo a su casa y se las doy. - ¿por qué el señor Meyers seguía insistiendo? Seguro que la señorita Marina todavía estaba dispuesta a verlo si a él le apetecía.
- Señor López, ¿su coche está en el garaje? - le pregunté mientras apartaba sus manos y recogía los documentos que aun quedaban en la oficina.
- Si.
- Señor Meyers si va a salir ya, podemos pasar por su coche y me da las otras prendas que tiene en su coche. Si no se pueden quedar para el día de mañana.
- No saldré ahora, mejor llévala tú. - dijo al fin, volviendo a ser esa persona arrogante que solía ser. La verdad es que prefería verlo así, en su auténtica esencia. - Mañana te entrego tus cosas.
- Muchas gracias. Hasta mañana señor Meyers.
- Hasta mañana Alejandra.
El señor López y yo salimos de la oficina, yo me detuve en mi escritorio y tomé las cosas mías que quedaban allí.
Durante el camino, el señor López y yo íbamos conversando. Todo rastro de sueño en mi había desaparecido.
- Espero que te estés sintiendo cómoda en la oficina.
- Katrina se ha encargado de darme una calurosa bienvenida. Todas las chicas son muy buenas.
- Si, en nuestro piso hay buen ambiente, somos como familia. Pronto podrás asistir a una de nuestras fiestas fuera de la oficina. La hacemos el último viernes de cada mes. Solo con las personas de nuestro piso. Es así como una terapia de grupo, pasamos todo el día juntos en el trabajo y de esa forma es más fácil llevarnos bien y conocernos mejor.
- Me encantaría asistir. Ahora estoy ansiosa porque llegue el fin de mes.
- Te va a encantar.
- ¿De verdad es tan malo lo que ha sucedido hoy? - dije cambiando de tema. Todavía estaba preocupada por lo que había pasado hoy. ¿Quien era la persona que había comprado ese 5%?
- Es de verdad muy malo.
- ¿Esto afectará mi jefe?
- Podría, pero no pasará. Los inversionistas se pondrán furiosos pero no pasará de ahí. Ha sido un error suyo pero fue un engaño y nos pudo haber pasado a cualquiera de nosotros. En cualquier caso, Daven y yo tenemos algunas diferencias, pero los accionistas están felices con el, hemos tenidos algunas peores situaciones y él ha sabido cómo solucionarlo, siempre lo hace.
- Que alivio, pensé que esto le causaría algunas represalias.
- No tienes de que preocuparte.
Doblamos la última esquina y yo le indiqué cuál era mi edificio. Mi descolorido, viejo y abandonado edificio. Allí era donde vivía yo, en un viejo vecindario que siempre querían demoler, un edificio donde solo vivían personas muy mayores y yo. Aunque al menos todos éramos propietarios, pero no era como si alguien quisiera vivir en este abandonado rincón de la ciudad. Pero a pesar de la fea fachada, solía ser muy tranquilo y aquí era donde yo tenía los mejores recuerdos de toda mi vida. Mis padres habían vivido aquí antes que yo y una vez que ellos murieron, mi abuela se mudó conmigo y aquí seguimos construyendo más recuerdos. Ahora yo estaba más sola. Mi abuela había enfermado y yo no podía tenerla en casa y trabajar para pagar sus medicinas y tratamientos por lo que las dos habíamos acordado y decido internarla en un agradable, hermoso y costoso lugar donde le daban todos los mimos y cuidados adecuados.
Era lo menos que podía hacer por ella.
- Ha sido muy amable en ofrecerse a traerme, muchas gracias.
- Ha sido un placer. Entra, me iré cuando hayas cruzado la puerta.
- Hasta mañana. - le dije, dedicándole una sonrisa.
- Hasta mañana, Alejandra.