Me desperté totalmente aturdida, intentando recordar por qué dormía vestida, cuando todo lo que había pasado ayer volvió a mi mente. El miedo que me había invadido la noche anterior volvió a mi estómago, pero lo rechacé. Era mejor tratar el incidente de forma más robótica, no tenía mucho tiempo para preocuparme. Me dejé caer sobre las almohadas, mentalmente agotada. ¿Cómo me había traído aquí aquel hombre? Recordaba claramente haberme desmayado.
Me quité el vestido de encima, me deshice de la ropa interior y la tiré al cesto de la ropa sucia; después de lo que había pasado mientras lo llevaba puesto, dudaba que volviera a ponérmelo. En realidad no me importaba si la lavadora lo estropeaba. Me di una ducha lo más rápido que pude después de lavarme bien los dientes, haciendo una mueca cuando vi algunos moratones y huellas de manos en mi piel.
Un escalofrío me recorrió al recordar cómo había sentido su mano en mi cara, la piel sucia y seca contra la mía. Tendría que usar un poco de corrector para disimular las marcas, no quería que me hicieran preguntas innecesarias. No tenía ni idea de maquillaje, así que normalmente confiaba en Sophie o en mi madre para que me lo compraran y me lo aplicaran, pero hoy tendría que arreglármelas sola. El maquillaje podía ser realmente bonito si sabías aplicártelo bien, siempre había envidiado a la gente que sabía hacerlo. Pero yo no tenía paciencia para aprender a ponérmelo o aplicármelo con regularidad, así que no tenía sentido aprender.
Me apresuré a prepararme para ir a trabajar e intentar ponerme los calcetines mientras me comía una magdalena fue mucho más problemático de lo que podía parecer en un principio. Fui a coger mi bolso y vi mi teléfono que se me había caído la noche anterior sentado justo debajo de él. Se veía una pequeña g****a en la esquina de la pantalla y puse mala cara al recordar por qué se me había caído. Me prometí a mí misma que hablaría con Jay y Sophie sobre esto porque guardarme todo esto era horrible para mi probablemente ya un poco debilitado estado mental.
Siempre había sido una persona rara cuando se trataba de un trauma, o era muy indiferente o simplemente lo perdía por completo. No había término medio. Cuando tenía 17 años y estaba aprendiendo a conducir, un idiota se salió de su carril mientras enviaba mensajes de texto y me golpeó de frente. El profesor de autoescuela tuvo que sacarme del coche, yo estaba bien pero no reaccionaba. Tuvo que llamar a una ambulancia para que me llevara al hospital. Solo me recuperé cuando mis padres llegaron al hospital y me sacaron lentamente del shock.
Extrañamente, después de la noche anterior me sentía un poco entumecida, como si siguiera con mi rutina diaria, pero nada me afectara. Seguramente eso era mejor que estar disgustada por lo que había pasado, pero era muy frustrante llevar una vida tan robótica, sintiéndome tan débil e incapaz de salir de mi estado.
Me apresuré a entrar en el trabajo con cinco minutos de retraso y saludé a Maggie mientras me ataba el delantal. Me encantaba esta cafetería, pero sinceramente el local abría demasiado pronto y eso chocaba definitivamente con mi amor por el sueño. Si empezara más por la tarde, no tendría absolutamente nada de qué quejarme, aunque eso nunca iba a impedir que me encantara el lugar.
Sonó la campana que indicaba que habían llegado los primeros clientes del día. Me giré para saludarlos, pero en lugar de los habituales clientes mayores tan temprano, me encontré con un grupo de chicos alborotadores. Los atendí haciendo caso omiso de sus comentarios sarcásticos, que me dieron ganas de volcar la cafetera caliente sobre sus cabezas. Pero, por supuesto, tuve que contener mis pensamientos violentos porque probablemente me arrestarían por hacerlo. Y lo que es más aterrador, Maggie me gritaba. Casi nunca se enfadaba, pero cuando lo hacía era aterrador, era la razón por la que nadie se atrevía a portarse mal en la cafetería. Todos sabían que no debían provocar la ira de Maggie.
Cuando llegó la hora de comer, estaba hambrienta; después de desayunar una magdalena y correr de un lado para otro atendiendo a los clientes, estaba salivando por los productos de pastelería que embolsaba para los clientes. Como de costumbre, justo a la hora de comer, Sophie y Jay volvieron a discutir por algo sin importancia. Se peleaban más de lo que se hablaban civilizadamente y, sin embargo, eran los mejores amigos.
Me abrazaron y se rieron como locos cuando los fulminé con la mirada porque me habían hecho derramar parte del café que tenía en la mano. Después de limpiarlo, las eché a la trastienda. Era mejor que estuvieran lejos de los líos, no serían de ninguna ayuda aunque lo intentaran. Después de limpiar el café derramado, me dirigí a la trastienda, tras hacer un rápido barrido de la cafetería con la mirada para asegurarme de que los pocos clientes no necesitaban nada.
Me había prometido a mí misma que les contaría la historia, y lo hice, pero por supuesto debería haber estado más preparada para sus reacciones. De hecho, Jay me levantó de mi asiento y me puso en su regazo mientras se balanceaba adelante y atrás chillando. Me acurrucó en su regazo, lo que solo sirvió para que lamentara mi baja estatura de 1,70 más de lo que ya lo hacía. Su voz era tan chillona que resultaba indescifrable lo que decía. Sophie se lanzó sobre los dos y nos envolvió en un abrazo gigante, murmurando en voz baja que estaba bien. Me sorprendió que la silla no se rompiera. Finalmente, conseguí gritar a Maggie por encima de los gritos de Jay y ella, Dios la bendiga, me sacó de su lío. Aunque Jay era muy reacio a dejarme ir, su mano me acariciaba el pelo desordenadamente mientras Maggie me acomodaba en una silla lejos de ellos para que pudiera explicarle lo que había pasado.
Le expliqué rápidamente a Maggie lo que les había contado y ella me abrazó en silencio y, por supuesto, los bobos se unieron actuando como si acabara de despertar de un coma de una década. Maggie intentó convencerme de que les contara el incidente a mis padres, pero les aterrorizaría y seguramente insistirían en que volviera a casa. Eso no era posible, el semestre ya había empezado, así que se preocuparían innecesariamente.
Todos me instaron a denunciarlo a la policía, pero la verdad es que yo solo quería olvidar que había ocurrido. Era muy difícil no pensar en ello tal y como estaba, tener que contárselo a la policía e ir a juicio por ello empeoraría la experiencia para mí. Seguramente mis padres también se enterarían. Pero entonces no podía ser egoísta, debía denunciarlo para evitar que el hombre atacara a otra persona. Quizá no tuvieran tanta suerte como yo. Un escalofrío me recorrió al pensar en lo que podría haber pasado si mi salvador no hubiera llegado a tiempo.
Cuando todo el mundo se hubo calmado y Jay me había agredido por completo, lo que supuestamente era su forma de comprobar que no tenía heridas, por fin se sentaron todos a sonreír mientras yo los miraba horrorizada. Por fin se habían derrumbado todos, ojalá no se hubieran vuelto todos locos a la vez, pero eso no lo podía controlar. Jay aguantó más de lo que esperaba, había pensado que se volvería loco hacía unos tres años, justo cuando lo conocí.
—¿Qué?— Dije completamente asustada después de que se quedaran sentados sonriendo durante un minuto.
—Así que caballero de brillante armadura, ¿eh?— Sophie dijo todavía sonriendo y Jay hizo sonidos de ulular mientras Maggie solo me observaba. Me sonrojé ligeramente. Su mirada era suave pero calculadora. Era imposible ocultarle nada a Maggie.
Intentando cambiar de tema a algo que me afligía desde que desperté.
—¿Cómo entró en mi casa? No sé tú, pero eso es un poco raro, ¿cómo sabía dónde vivía?
—Cariño, cálmate, probablemente lo comprobó desde tu teléfono, que por desgracia no tienes un código de acceso, de lo contrario probablemente te despertarías en su casa con él atendiéndote sin camisa—. Me quedé mirando a Jay, arrugando la nariz un poco asqueada.
—¿Qué estaría atendiendo, no tengo ninguna herida visible, una nariz que moquea?— Pregunto y la nariz de Jay se arruga con desagrado ante la poco romántica declaración.
—Probablemente, encontró esa nota en tu teléfono, la titulada para emergencias que tiene toda tu información, dónde vives, contacto de primera prioridad—. Sophie dice con indiferencia haciendo que se me caiga la mandíbula.
—¿Cómo sabes eso?— pregunté en voz baja.
—Una vez más no hay código de acceso—. Sophie dijo y yo fruncí el ceño en el suelo, después de una vez que se bloquea fuera de un iPod por no poner el código de acceso en la correcta que había jurado nunca utilizar códigos de acceso de nuevo. Esa nota la había puesto por si alguna vez perdía mi teléfono y lo encontraba alguien que quisiera devolvérmelo, o si tenía un accidente.
—Probablemente, sacó las llaves de tu bolso, cariño, no deberías interrogarlo, te salvó—. Dijo Maggie.
—Pero ustedes no lo vieron pelear, Dios, era despiadado. Fue horrible—. Añadí sintiendo que si no se lo decía probablemente empezarían a nombrar a nuestros hijos imaginarios.
—Te estaba salvando.
—No, bueno, sí, pero casi mata al tipo—. Me estremecí.
—Rhina estabas a punto de desmayarte y para ti hasta una bofetada es violenta—. Sophie dijo poniendo los ojos en blanco.
—Sé lo que vi, sabes qué, revisemos la cámara, fue horrible, no es que no esté agradecida.
—Pero realmente no me gustaría estar en el extremo receptor de sus golpes. Además, así puedo denunciar a ese asqueroso que me atacó—. Les dije orgullosa de mi idea.
—Sí, por favor me encantaría ver al hombre que te salvó apuesto a que es guapísimo—. Dijo Jay soñadoramente y yo le fruncí la nariz, solo pensaba en eso.