CAPÍTULO 2

2256 Words
Acababa de entrar en la cafetería para empezar mi turno cuando Maggie se acercó a mí sonriendo alegremente. La miré dubitativo para preguntarle qué la tenía tan emocionada, pero una mirada al enorme ramo de preciosas rosas rojas que llevaba en la mano y lo supe. —¿Clark se siente romántico otra vez?— Le pregunté a Maggie sonriendo levemente, era adorable que ella aún se sonrojara cada vez que él hacía algo romántico por ella. —Oh no, cariño, estos son para ti—. Dijo Maggie empujando el ramo en mis brazos. —Y tiene una nota—. Añadió con voz cantarina mientras yo la miraba confundido. ¿Por qué me habían regalado rosas si no tenía ninguna relación sentimental con nadie? Busqué entre las flores la pequeña nota blanca y la saqué. —Feliz cumpleaños, mi amor. La nota decía en letra elegante y, una vez superado el halago inicial, giré la tarjeta esperando ver un nombre, pero al no encontrar ninguno miré a Maggie interrogante. —¿Quién te las ha dado?— le pregunté, confundida por qué alguien enviaría unas flores tan hermosas sin atribuirse el mérito. —No lo sé, estaban fuera de la tienda cuando llegué—. Ella dijo y yo me encogí de hombros, probablemente era solo una broma o tristemente tal vez entregado a la dirección equivocada, tal vez yo no era el único en la ciudad que era su cumpleaños. Después de guardar mis cosas, me puse a organizar los libros y saqué las rosas a la entrada. —¿Las pongo junto a los libros románticos? La verdad es que no sé qué más hacer con ellas—. Le pregunté a Maggie, ni siquiera tenía jarrones de cristal en mi apartamento donde ponerlas, así que aquí les daría un mejor uso. —¿Seguro que tu admirador secreto no se ofenderá?— Me preguntó. —Voy a cruzar los dedos para que sea una casualidad, la última vez que me coquetearon fue en segundo año y si es ese chico, entonces tiene que ver que no estoy interesada y darse por vencido. Han pasado 4 años—. Le expliqué. —¿No era tu tipo?— Preguntó. —La verdad es que no creo que yo fuera el suyo—. Respondí y ella levantó las cejas confundida por mi afirmación, pero yo me limité a negarle con la cabeza. Intenté hacer un gesto sutil a los clientes que acababan de entrar y nos miraban incómodos. Sonreí incómodamente a los clientes antes de alejarme hacia el fondo, donde estaban nuestros libros románticos. Puse las flores en la mesita de madera que teníamos en el centro de dos tumbonas. Las rosas rojas quedaban muy bien entre los marrones suaves de la zona de lectura. El día pasó rápido, yo atendiendo a los pocos clientes habituales y echando miradas de reojo a las preciosas rosas. Por desgracia, ni siquiera había una floristería escrita a la que pudiera devolvérselas, así que el verdadero destinatario de las preciosas flores iba a tener que perdérselas. Maggie movía las cejas cada vez que me veía mirar las rosas y yo fruncía la nariz con desagrado. Maggie estaba convencida de que tenía un admirador secreto, mientras que yo sabía que no debía ser tan idealista. Obviamente, se trataba de un malentendido o de una broma cara y yo le ponía los ojos en blanco juguetonamente cada vez que sugería cualquier otra cosa. Yo no estaba liada con nadie, así que a menos que fueran de mis padres, que eran lo bastante olvidadizos como para olvidarse una tarjeta, eran bastante espeluznantes si iban dirigidas a mí. Durante el almuerzo, Jay y Sophie pasaron por allí trayendo consigo un festival de chocolate y, mientras me atiborraba del delicioso chocolate cremoso, les conté lo de las flores. Para mi consternación, eso se apoderó de nuestras conversaciones y se les ocurrieron múltiples teorías, todas aparentemente imposibles. Las de Sophie eran totalmente truculentas y siempre acababan conmigo secuestrada por un viejo solitario, ya fuera un granjero o un pirata retirado, mientras que las de Jay eran extremadamente románticas y giraban en torno a los cuentos de hadas. Maggie se divertía mucho con las teorías de Jays mientras le daba manotazos en la cabeza a Sophie cada vez que oía una de sus horripilantes teorías. Maggie me animó a irme con mis amigos aunque mi turno aún no había terminado, y me puso en las manos un regalo adorablemente envuelto antes de irme, diciéndome que era de parte de ella y de Clark. Aunque hubiera preferido ver a Clark, pero era comprensible que no se encontrara bien. Sabía que me querían como a uno de los suyos, pero no quería ir a molestar a Clark si estaba demasiado enfermo para entrar en el café. Clark no era de los que se detienen fácilmente, debía estar extremadamente enfermo para ausentarse tanto tiempo como lo ha hecho. Jay y Sophie se negaron a escucharme y me arreglaron, arrastrándome a una fiesta que daba una amiga de Sophie. Había intentado negociar con ellos, pero mis amigos de mentalidad criminal casi me habían secuestrado diciendo que era lo mejor y que tenía que salir más. Había que admitir que no era muy sociable, pero ¿realmente había que arreglar eso? En realidad, disfrutaba bastante de mi estilo de vida introvertido. Finalmente, llegamos a la casa y me estremecí al entrar, la música estaba alucinantemente alta y la gente borracha estaba demasiado excitada por verse. Me quedé junto a Jay intentando hablar con sus amigos y no ser mi torpe yo por una vez, intentando soltarme, divertirme. Pero en realidad las fiestas no eran mi definición de diversión. No entendía muy bien eso de emborracharse y restregarle las partes íntimas a un desconocido, aunque si eso les hacía felices, eran libres de hacer lo que quisieran. Los cumpleaños no eran muy importantes para mí, sobre todo si eran los míos. Así que si eso hacía felices a Sophie y Jay, yo me limitaba a soportar la música alta y el olor pútrido del alcohol. También tranquilizaba a mis padres, que temían que me quedara leyendo más de lo saludable. Su entusiasmo porque saliera había trascendido mis años de instituto y se había extendido a la universidad. Como si irme de casa a vivir sola no fuera suficiente para demostrar mi capacidad de cuidar de mí misma. Pronto me encontré sentada en un sofá de la casa mientras mis amigos intentaban que fuera a bailar con ellos, haciendo gestos raros desde la pista. Afortunadamente, el extraño movimiento de cuerda que Jay estaba haciendo funcionó con la pareja que estaba a mi lado y se dirigieron a la pista de baile. Me quedé en mi asiento, riéndome de sus intentos antes de indicarles que me iba. Por supuesto, no tenían ni idea de lo que estaba diciendo, así que decidí enviarles un mensaje y marcharme. Por suerte tenía las llaves del coche de Sophie, que me había dicho que podía irme a casa cuando quisiera. Rebusqué en mi bolso tratando de encontrar mi teléfono antes de darme cuenta de que lo había dejado en la cafetería, dándome cuenta de que era probablemente la razón por la que no había recibido una llamada de mis padres para desearme feliz cumpleaños. Tendría que cogerlo en la cafetería de camino a casa, de lo contrario mis sobreprotectores padres se volverían locos y llamarían a la policía o incluso se presentarían en mi apartamento. Me despedí rápidamente de mis amigos y, después de asegurarles que llegaría bien a casa y prometerles que les llamaría cuando llegara, por fin estaba fuera de aquella fiesta. Después de estar hacinada en una casa que olía a alcohol, humo y sudor, el aire fresco de la noche que acariciaba mi piel fue una absoluta bendición. Aspiré una gran cantidad de aire fresco, recibiendo miradas extrañas de la gente que se había aventurado a salir de la casa, aunque no importaba. Yo era una persona extraña, al crecer me había acostumbrado a las miradas extrañadas que me lanzaban. Todas las personas eran diferentes, eso estaba aceptado, pero los resultados de esas diferencias no lo estaban. Las representaciones que se hacían de ellas eran objeto de burla, sobre todo en nuestra juventud. Conduje despacio y con cuidado hasta la cafetería y cogí mi juego de llaves de repuesto. Salí del coche, lo cerré y me sobresalté al oír el pitido de confirmación que emitía. Rápidamente, entré en la cafetería, cogí mi teléfono y salí cerrando la puerta. Sonreí al ver los dulces deseos de cumpleaños que iluminaban la pantalla. Mi felicidad se vio truncada cuando de repente sentí que un brazo me rodeaba la cintura y una gran mano fría y pegajosa me sujetaba la cara, impidiéndome gritar. Forcejeé contra las viles manos intentando liberarme, pero el hombre me sujetaba con fuerza. Sentí que me apretaba más, cortándome la entrada de aire, lo que me hizo forcejear más. —Deja de forcejear, cachonda, nos vamos a divertir mucho—. Una voz ronca me susurró al oído. Me asusté y empecé a marearme. El asco absoluto de ser tocada contra mi voluntad hizo que mi cara se torciera inmediatamente. Parecía que algunas personas no lo entendían, porque no era raro que una mujer sufriera algún tipo de agresión a lo largo de su vida, y no solo las mujeres, sino también los hombres. A mí me parecía que muchos de nosotros habíamos pasado por eso. Tanto si había sido algo tan pequeño como agarrarnos de la muñeca, o agarrarnos, o tan horrible como una agresión s****l, todo te hacía sentir asqueroso. La forma en que sus manos me agarraban con fuerza, como si yo fuera solo un objeto que poseer, para agarrarlo cuando quisiera, no una persona viva que respira. Mi estado de pánico no me permitía hacer mucho daño, pero la única cosa que todos los padres, todos los libros y las películas me habían enseñado era lo único que destacaba en mi nublada mente, darle una patada en la ingle. Mi pierna se levantó por sí sola y la eché hacia atrás, pero tuve la mala suerte de darle una patada en el muslo y el leve tacón se clavó en la piel. Su mano parecía envolverme ahora toda la cara, oprimiéndome la respiración y haciendo que mi mente se nublara hasta perder casi por completo la concentración. Forcejeé con él para intentar quitarme la mano de encima y, sin querer, le clavé el codo en el diafragma. Jadeó, aflojó la mano un momento, pero volvió a apretarla, ahora presionándome dolorosamente la nariz. —Te vas a arrepentir, pequeña llave inglesa—. Me gruñe al oído acercando mi cuerpo al suyo, mis ojos empiezan a humedecerse porque no me entra oxígeno en los pulmones. —Iba a ser suave contigo, pero ya no—. Me susurra al oído. Como si le debiera algo. Como si yo fuera una muñeca, una mascota que tuviera que comportarme para él. Mis forcejeos se hicieron más fervientes, y pataleé hacia atrás tan fuerte como pude, contoneándome en su agarre. Detrás de mí sonó un ligero —oomph—, que me hizo saber que había tocado un punto débil, pero él estaba demasiado borracho para preocuparse por el dolor. Me agarró con más fuerza hasta que sentí que no podía respirar. Su mano me tapó la boca y la nariz por completo, sin dejar espacio para que entrara el aire. Si me desmayaba, no sabía lo que me haría, no tenía escapatoria. Nadie saldría a estas horas de la noche, no en esta parte de la ciudad y la gente que lo haría, no se molestaría en ayudar. Mis pulmones empezaron a doler, pidiendo aire, mi cuerpo empezó a debilitarse hasta que me costó incluso moverme entre sus garras. —Eso es, cariño, suéltame. Yo cuidaré de ti—. El hombre prometió falsamente, sus palabras casi cayendo en oídos sordos cuando traté una vez más de darle un codazo, solo para que él apretara más fuerte mi abdomen, hasta que sentí que mis costillas se romperían. En mi visión empezaron a aparecer puntos negros y el pánico no me ayudó cuando, de repente, el hombre que me sujetaba fue arrancado de mí. Mi salvador iba vestido de traje y sobresalía por encima de mi agresor, haciéndole parecer pequeño y manso, cuando hacía unos instantes parecía detentar todo el poder. El hombre lanzó su puño a la cara del viejo verde, y yo me balanceé ligeramente en mi estado de mareo. Un fuerte crujido resonó en mis oídos mientras luchaba por mantenerme consciente, pero incluso en mi estado de pánico me estremecí, mi mente nublada solo evocaba lo difícil que sería limpiar la sangre de la acera frente a la cafetería. Respiré hondo y entrecortadamente tratando de llevar grandes cantidades de aire a mis pulmones, pero mi ya débil corazón no fue capaz de soportarlo, y caí aún más en la oscuridad, con las piernas derrumbándose bajo mis pies. Unos brazos cálidos y fuertes me rodearon suavemente la cintura y tiraron de mí hacia un pecho ancho y firme. Mis ojos se abrieron solo para ver unos ojos grises rodeados de espesas pestañas negras que me miraban profundamente, antes de que mis párpados se volvieran demasiado pesados para aguantar el ritmo. Mientras la oscuridad me absorbía, oí una voz ronca y profunda que susurraba —Estás a salvo, amica mea.
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