Capítulo 4

2830 Words
Comieron algo, se besaron un poco más y, finalmente, decidieron que era momento de volver. Las pocas horas de sueño estaban pasando factura y necesitaban urgentemente dormir. —Juro que no quiero dejarte — masculló él dentro del auto mientras le volvía a robar un dulce beso a esa mujer tan preciosa. —Pero te caes del sueño. Andá a dormir, mañana hablamos — dijo volviendo a besarlo rápidamente. Sí, ella tampoco lo quería dejar pero estaba segura que Cristian no había dormido más de una hora. —¿Mañana recién?— preguntó haciendo un puchero de lo más dulce. —Sos tan lindo — gruñó apretando los dientes y volviendo a comer de aquellos labios que se movían con destreza sobre los suyos. —Te escribo más tarde, princesa ladrona. Que descanses — finalmente se despidió en cuanto encontró algo de fuerzas para dejarla ir. —Espero tu mensaje — gritó ella ya casi llegando a la puerta de su hogar. Cristian sonrió embobado y decidió marchar rumbo a su casa. Sí, el jodido teléfono no paraba de sonar, sabía que sus amigos lo buscaban para salir pero no había dormido nada y eso, más la salida al río, le había drenado la energía. Realmente quería dormir un poco. —¿Qué mierda querés Pedro? — gruñó al atender el teléfono que no lo dejaba en paz. —Vamos a ir a lo de Tito, ¿te prendés? — La voz de su amigo inundó el auto y cortó las buenas letras de Soda Stereo y el relato sobre aquella persiana. Bueno, ir a lo de Tito significaba fiestas en donde corría un poco de todo, pero principalmente mariguana y cocaína. Si quería terminar sin dormir otra noche, entonces debía aceptar, si, por el contrario, buscaba descansar unas cuantas horas, era mejor declinar la oferta. —No sé, estoy filtrado — respondió doblando en la esquina de su casa. —Dale, no seas cagón— alentó Pedro. —Posta que estoy muerto, hermano. Otro día— respondió estacionado el auto y viendo cómo la burbujita de w******p le indicaba que un nuevo mensaje de cierta castaña había llegado. Bien, al parecer alguien no se había aguantado hasta que pasaran unas horas. Sonrió embobado y apagó el auto, desconectando el teléfono de los parlantes y, ahora, escuchando las quejas de su amigo directo en el oído se metió en su enorme hogar. —Puta, Cris, dale, no seas pajero — insistió el otro. —No rompas las pelotas, Pedro, no quiero, estoy muerto — respondió con mal humor. Sí, su princesa le decía que se había olvidado de darle la ropa limpia y ahora él se burlaba diciendo que, era por eso, que le decía ladrona de ropa. Por eso y porque, hace unos cuántos meses, ella se había llevado una campera de jogging de él, campera que jamás le devolvió. —Bueno, te llamo mañana — Finalmente Pedro desistió y él pudo dejarse caer en la cama. Ni siquiera supo cuándo se quedó dormido, sólo escuchó a su madre llamarlo para preguntarle si iba a cenar, oferta que no aceptó y aprovechó para acomodarse mejor y seguir durmiendo. A la mañana siguiente despertó sintiéndose sucio y pegajoso, producto de la humedad que se había levantado con la lluvia de la noche macerado con las altas temperaturas del día actual. Se tomó el tiempo necesario para ducharse limpiándose a fondo, saliendo luego de cuarenta minutos, sintiéndose con energías renovadas y ganas de ver a cierta mujer que no salía de su mente. Al tomar el teléfono notó los muchos mensajes que habían enviado sus amigos diciendo que era un ortiva, que parecía un viejo choto al querer dormir antes que salir a una fiesta donde varias cosas iban a estar al alcance de la mano. También leyó los mensajes de Tomás y, finalmente, el mensaje de buen día que le había mandado su preciosa princesa. —Buen día— comenzó a grabar en un audio —, me acabo de despertar, era verdad que estaba matado ayer. ¿Vos cómo dormiste?¿Ya estás en el trabajo? — indagó mientras caminaba hacia la cocina. —Al fin — exclamó su padre al verlo despierto—. Pensé que estabas en coma — bromeó haciéndolo reír. —No seas exagerado. Tenía sueño, nada más— respondió sirviéndose algo de café. —Dormiste como doce horas, eso no es algo de sueño — remarcó con diversión. —¿Me necesitás para algo?— preguntó antes de dar un sorbo al café. Estaba tal como le encantaba, bien cargado y amargo. —Mañana me toca viajar a Nueva York, ¿podés darte una vuelta por la casa de tu tía el miércoles? Parece que no le dejaron bien esa cosa que quería poner en el baño y quiere que vayamos a ver. —Dale, yo hablo con ella — dijo acomodándose en la silla. —¿Terminaste de rendir? —Sí, ahora vacaciones hasta mediados de Enero que arranco con Comercial — explicó sabiendo que su padre, abogado como él esperaba ser en unos cuantos años, comprendía exactamente a lo que se refería. — Buenísimo. Es larga, pero cualquier cosa me vas preguntando — Sí, su padre se dedicaba a eso, bueno, eso y otras cuestiones más. En realidad su familia había empezado con un estudio impulsado por su abuelo, luego las ganancias se incrementaron al mismo tiempo que los negocios se expandieron, así no sólo llegaron a tener un importante bufete de abogados, sino que contaban con algunos restaurantes, manejados por Alejo, algunos spa, llevados adelantes por su madre, y unas inversiones que estaban siendo vigiladas por Cristian. Sí, ganaban mucha plata pero todos laburaban para seguir teniendo una buena vida. —Dale, pa, gracias — dijo sacando el teléfono del bolsillo y sonriendo al ver la respuesta a su mensaje. Pilar ya estaba en su puesto de trabajo, quejándose de una clienta que no paraba de hablar a los gritos y reír escandalosamente. Princesa ladrona ❤: No sé quién mierda tiene tanta energía un lunes en la mañana. Se quejó en un texto. Yo: Es un lunes de Diciembre, la gente está empezando a relajarse por las vacaciones. Princesa ladrona ❤: Y una mierda, en mi casa es la época de más estrés. Explicó haciéndolo reír. Yo: Cuando quieras les regalo un día en el spa de mamá y relajan. Invitó un poco en broma un poco en serio. Princesa ladrona ❤: Si no me dan mi masaje de fin de año voy a prender fuego el país. Yo: Dejá que el país se prende fuego solo en Diciembre, vos solamente preocúpate por poner la fecha y dalo por hecho. Princesa ladrona ❤: Juro que si me mentís vas a romper mi corazón (emoji de corazón roto) Yo: Jamás te haría eso, princesa ladrona. Princesa ladrona ❤: Eso vamos a verlo. Respondió dejándolo sin palabras. Sí, él le iba a demostrar que cuidaría de su corazón como el más importante de los cristales, ya lo notaría y, esperaba, le dejara custodiarlo por siempre. Salió al patio y se recostó sobre una de las sillas al lado de la pileta, estaba seguro que Pilar prefería estar allí antes que cinco horas de pie en la cafetería, por eso no dudó en invitarla a visitarlo luego de su jornada de trabajo. Para su buen humor ella aceptó encantada. —Pedro — dijo atendiendo la llamada. —Guacho, vamos a la casa de Martina, ¿venís? Oh, mierda, si se volvía a negar no iban a dejarlo en paz. Bueno, podía ir un rato y pasar a buscar a Pilar más tarde. —Dale, nos vemos allá— respondió poniéndose de pie. Mejor ir cuanto antes para poder volver temprano sin levantar sospechas. Llegó a la casa de Martina en menos de veinte minutos. La pelirroja en cuestión era de la clase alta, tal como lo era él y buena parte de sus amigos, por lo que su enorme casa estaba ubicada en uno de los barrios privados más ostentosos de la provincia. Alrededor de la enorme piscina varias chicas se paseaban en pequeñas biquinis, mientras que los pibes desplegaban sus trabajados físicos al sol. —Cris — gritó Martina desde la otra punta del patio. Él sonrió incómodo, sabiendo que iba a tener que inventar mil excusas para no enredarse con ella. —Martu — respondió una vez a su lado y abrazándola como siempre hacía. —No trajiste maya, boludo — lo regañó divertida. —Tengo que ir en un rato hasta mi tía, sabés que rompe las bolas si llego mojado o con olor a cloro — explicó mirando cómo Martina reía mientras negaba. Bueno, no era tan bueno su comentario, pero esa pelirroja siempre le estaba echando un ojo, por eso se reía de cada pelotudez que él decía. —Es terrible tu tía. Bueno, ahí Agus trajo unas flores que consiguió en Ámsterdam, espero que te sean suficientes — bromeó debido a su conocida exigencia por la buena mariguana. —Dale, yo la busco — respondió desprendiéndose de la pelirroja. Agus era una impactante morocha de cabello rizado, bien corto y abultado, tan glamoroso como una modelo afrodescendiente. Ella sí iba a ser todo un problema, si llegaba a buscarlo no iba a tener cómo negarse sin levantar sospechas. —Cristian— La voz de Pedro lo hizo girar sobre su eje. Lo buscó entre la gente y lo encontró metido en la pileta, con Agus enroscada en su cuello. Bueno, por lo menos iba a zafar de ella. Se acercó con su estudiada sonrisa y se puso en cuclillas al costado de la piscina que era de esas que el borde se perdía dentro del agua, había que estar bastante atento para no caer y, jamás, llevar niños pequeños cerca del lugar. —¿Cómo va?— preguntó a modo de saludo. —Todo tranquilo. Agus — dijo dándole un beso en la mejilla a la bonita morocha —, nos trajo unos regalitos de su viaje. Hay unos hongos buenísimos. —Dale, pero hoy no los hongos porque tengo que ir hasta mi tía — mintió. —Que paja. Bueno, hay flores también— ofreció la morocha. —Dale, ya me armo uno. Gracias — dijo poniéndose de pie listo para abandonar la zona cercana al agua. Se divirtió un rato mientras tomaba unas cervezas y trataba de simular que fumaba un poco. La ansiedad comenzó a comerle la cabeza y, sin darse cuenta, empezó a revisar la hora cada cinco minutos. Claramente quería que se hicieran las tres y poder ir a buscar a su linda princesa, pero el puto reloj decidía no avanzar y, de a poco, parecía empujarlo al borde de la desesperación. —¿Todo bien?— preguntó Martín con los ojitos chiquitos y algo rojos. —Mi tía quiere que vaya ahora. Una mierda. —Uh, hermano, que paja. Bueno, andá y te venís en un rato, seguro vamos a seguir acá. Sí, eso era más que seguro ya que nadie parecía tener la menor intención de abandonar la casa. De todas formas poco le importaba, él tenía su propio hogar disponible solo para su uso, bueno, él suyo y el de cierta castaña que debía estar agotada de su jornada laboral. Salió a paso rápido después de despedirse de quienes pudo y manejó directo a la casa de Pilar. El barrio, uno de clase media bastante lindo y cuidado, ubicado en la capital mendocina, un poco alejado del centro pero no demasiado, justo pasando la Universidad de Cuyo. Barrio que siempre lo recibía con ese silencio cómodo, ese que te hace desconectar un ratito de toda la mierda de ciudad. Apenas estacionó enfrente de la casa le envió un mensaje. No pasaron ni cinco minutos, que ella salió con una enorme sonrisa y una bolsa más grande colgada del hombro. —Hola — dijo sentándose en el asiento del copiloto. —Hola — respondió y la besó suavemente en los labios. El maldito día se le había hecho eterno hasta que por fin la pudo tener de nuevo a su lado. Ahora sí podía respirar, ahora sí tenía ganas de hablar y reír y cantar y todo lo que ella quisiera. —Compré unas facturas para comer — explicó levantando el bolso. —Dale — respondió poniendo el auto en marcha, saliendo del bonito barrio para manejar hasta su hogar, no muy lejos de allí gracias a que el Corredor del Oeste los llevaba rápidamente hasta la zona donde él vivía. Ingresaron al exclusivo barrio y se adentraron en las pequeñas calles que escalaban por la cima del cerro hasta llegar a una enorme casa que se alzaba en lo más alto de una cuesta. Pilar había estado allí solo dos veces, pero la conocía, aunque eso no la impactó menos. Trató de disimular su impresión, haciendo que Cristian soltara una suave risita que acaparó toda su atención. —Es solo una casa — dijo él entre su risa. —No, mi casa es solo una casa, esto es… Wow, niño rico, es otro nivel. —Que tonta — susurró divertido estacionado el lujoso auto en un garaje debajo de una pequeña terraza que se alzaba al costado del hogar —. Vamos— invitó extendiendo su mano para que enlazara sus finos dedos con los de él, dejándolo que la guiara hasta el enorme edificio que se alzaba con elegancia frente a su cara. Pasaron una pequeña reja e ingresaron por la terraza hasta el amplio patio trasero. El césped, bien recortado y verde, se extendía como una suave alfombra que solo se interrumpía por la presencia de esa enorme piscina de piedra marrón. —Mierda — susurró sin poder contenerlo. —Ahora vas a poder relajarte un poco, mi princesa — susurró despacito antes de regalarle un besito en la mejilla. —Siento que voy a romper algo — confesó un poco impactada por el glamour que se desprendía de cada pequeño detalle de ese enorme espacio. —Dejá de pensar huevadas y vamos a meternos a la pile — propuso sacándose la remera, dejándola apreciar su trabajado cuerpo y ese exquisito tatuaje que se mostraba en la cadera derecha, justo al costado de esa v que se marcaba en su cuerpo —. Mis ojos están acá— bromeó al verla absorta en escanearlo. —Mierda, perdón, pero tú tatuaje no debe ser legal — dijo haciéndolo reír con ganas. —Todo para vos — respondió acercándose a ella para tomarla por la cadera y pegarla a su cuerpo que estaba caliente por las temperaturas de Diciembre. —Mierda— volvió a decir antes de besarlo con ganas. Ya está, no iban a poder dejar de besarse por el resto del día. Necesitaban eso, necesitaban los labios del otro pegados a los suyos, necesitaban esa lengua caliente y húmeda masajear la propia, necesitaban los gemidos que abandonaban inconscientemente sus gargantas mientras se apretaban más al cuerpo del otro. —Vamos al agua — invitó Cristian despegándose de la muchacha, utilizando hasta su última gota de voluntad. Pilar asintió y se quitó el vestidito, dejando expuesta toda su piel, esas caderas redondas y ese trasero levantado. Cristian tragó pesado, intentando no dejarse llevar por la excitación, rogando no arruinar el momento con una innecesaria erección. Se metieron al agua y disfrutaron de jugar un poquito mientras se relajaban, drenando la tensión acumulada en el día a medida que la tarde comenzaba a caer. En cuanto estuvo a punto de anochecer la castaña decidió que era hora de regresar, ya sus padres estaban preguntando insistentemente si regresaba a cenar. —Te escribo más tarde — dijo el castaño antes de besarla en los labios. —Dale — respondió y se bajó del auto sintiéndose livianita, llena de esa energía nueva, perfecta, brillante.. Cristian regresó a casa mientras escuchaba esa banda que ella le había recomendado, esa en la que el cantante parecía sufrir en cada palabra, pero que le empezaba a gustar un poquito. Al llegar a su enorme hogar un nuevo mensaje llegó, listo para hacerlo sonreír como un idiota. Princesa ladrona ❤: Otra vez no te di la ropa. Yo: Le hacés honor a tu apodo, ladroncita. Para que veas que soy bueno, te dejo que te la quedes, hasta los calzoncillos si querés. Princesa ladrona ❤: Gracias, niño rico, ahora ya no tendré que seguir delinquiendo. Yo: Te ahorré una vida tras las rejas. Rió como un imbécil mientras subía a su habitación, completamente distraído, absorto, en esas palabras que ella le regalaba. Mierda, debería haber sido valiente hace mucho tiempo atrás, pero no importaba, ahora estaba disfrutando como un pequeño. Bueno, que Pedro lo estuviera esperando ya no le llamaba la atención, lo que sí no entendía era la cara de fastidio de Tomás.
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