Capítulo 3

2622 Words
Estaba a punto de amanecer, quedaban pocos invitados y Cristian no perdía de vista a aquella mujer de cabello castaño que seguía conversando mientras bebía lo que quedaba de cerveza. En cuanto Pilar terminó su bebida y se despidió de las personas con las que hablaba, él se acercó a paso rápido, o aprovechaba el momento o perdería esa valiosa oportunidad. —Princesa, te llevo — le dijo en cuanto estuvo a su lado. —Em… creo que ya pedí un Uber — rió un tanto borracha. Cristian sonrió de lado y se acercó un pasito más. —No voy a ser tan malvado de dejarte ir sola en este estado — le susurró cerca del oído—. Además así voy a tener más deuda para cobrar — agregó antes de separarse y regalarle un guiño de ojo. Sí, definitivamente ella tampoco desaprovecharía la oportunidad de ir con él. —Vamos — masculló un tanto avergonzada y se dejó guiar hasta aquel lujoso vehículo n***o que brillaba con fuerza gracias a los primeros rayos de sol. Decir que los asientos eran cómodos era poco. Jamás, en su triste vida, se había sentado en algo tan cómodo para sus nalgas. Dejó que el olor a cuero y perfume la envolviera y cerró los ojos unos momentos. No supo en qué momento habían recorrido los cuarenta minutos desde Vistalba hasta su modesta casa, pero ahí estaban, estacionados delante de su humilde hogar a la espera de vaya a saber qué. —Gracias, por todo. Bueno, por tirarme a la pileta no, pero por el resto sí— dijo ella un tanto enredada. —Un gusto, princesa — respondió con la voz baja. —Te escribo para devolverte la ropa — explicó tomando la manija de la puerta. —No, no, no — la detuvo —. No me vas a devolver la ropa y ya. Te dije que cobro intereses. —A ver — respondió acomodándose mejor en el asiento —, ¿cuál sería el interés? —Mañana vamos a algún lado, los dos. Vos elegí el lugar, mirá que bueno que soy. Pilar rió divertida, era extraña la propuesta pero su beodo cuerpo no lograba analizar del todo aquellas palabras. —Dale, vamos al río. Aunque no creo que un niño rico haya ido a comer unos choris al lado del río. —Oh, que mal concepto tenés. Claro que he ido. Es más, en el baúl siempre tengo la parrilla y algunos envases de cerveza. —Bueno, entonces mañana vamos al río— aceptó extendiendo la mano, como si apretárselas sellara una promesa inquebrantable. —Te escribo, princesa — susurró muy cerca de su oído —. Hasta mañana — agregó antes de besarla muy cerca de los labios, logrando estremecerla hasta la última fibra de su ser. —Hasta mañana — respondió con la voz temblorosa. Mierda, esa voz grave la había afectado demasiado. ——————————— La cara de odio demencial de su amigo casi lo hace reír. No lo hizo porque, bueno, no estaba tan loco. —Cuando le quisiste mandar ese mensaje a Pilar, para decirle que habías visto a su ex en las peleas, junto con esa otra mina, yo te paré, me cagaste a piñas, pero te paré — gruñó Tomás enterrando su cara en la mullida almohada. —¿Qué parte de que te encerrarte en el jodido baño no entendés? No pude entrar y cuando saliste, borracho de mierda, le habías cambiado el patrón a tu celular y no pude desbloquearlo, ni para borrar los mensajes, ni para decirle a Marco que solo sos un imbécil de porquería— explicó por centésima vez Cristian. —Lo bardié, lo bardié mal. Le dije miles de mierdas, Cristian, lo hice mierda solo por los celos del orto — gruñó con frustración. —Ya sé, pelotudo, pero no te pude frenar. Igual tal vez sea lo mejor — pinchó esperando que su amigo... Sí, reaccione como lo estaba por hacer. —¿Qué sea lo mejor?¿¡Me estás jodiendo!? —Vos decís que no querés nada a largo plazo. Bueno, mejor que se aleje porque te odia y te soluciona el problema, sin tentación no vas a caer en esa. —Sos un pelotudo — masculló cruzando los brazos sobre el pecho. —No, vos sos un pelotudo que no se decide y el pobre chabón se lo está fumando de arriba — exclamó enfadado —. Se te nota a lo lejos que te pasan cosas con él, pero te negás a verlo porque... Que se yo por qué— exclamó con mal humor. —Sabés que no lo hago a propósito— murmuró bajito, mirando al costado. —Sí, lo sé boludo, pero él no, él cree que lo pelotudeas, nada más — rebatió con agotamiento. Ya habían hablado de eso miles de veces, pero Tomás no parecía comprender. —Ya no sé si voy a poder arreglar esto — dijo con cierto dolor —. Ni yo puedo creer las huevadas que dije — murmuró hundiendo sus largos dedos en aquellos cabellos enredados. —Estabas borracho, no pensabas bien, solo dejaste que los celos te comieran las cabeza— intentó tranquilizar. —¿Me das una mano?— preguntó de repente —. Para arreglar esta mierda, ¿me das una mano? — Y Cristian sonrió amplio. Sí, le daría todo el maldito brazo si necesitaba. ————————————— Se despertó porque su teléfono se negaba a permanecer en silencio. Extendió la mano con pereza y lo tomó de arriba de la mesa de luz. —¿Quién?— gruñó con mal humor. Era domingo, por el amor a Dios, y alguien la estaba jodiendo demasiado temprano. —Hola, princesa ladrona de ropa. Arriba que en una hora paso a buscarte — le dijo en un tono demasiado divertido. ¿Acaso el maldito no dormía? Porque la había dejado hacía menos de cuatro horas y ahora le hablaba en un tono demasiado fresco, como si hubiese descansado sus ocho horas diarias. —Te odio. —Bueno, podés odiarme todo lo que quieras mientras te vestís. En una hora estoy allá— dijo y finalizó la llamada. Una sonrisa inconsciente le atravesó el rostro y una oleada de adrenalina la hizo ponerse de pie. ¡Carajo!¿en serio iba a hacerlo? Sí, mil malditas veces sí. Corrió a vestirse y salió a desayunar. Sus padres estaban en la cocina aprovechando el descanso dominical, tomando unos mates mientras comían tortitas, solo raspadas. —Voy a salir — dijo dando un beso sobre la cabeza de uno de sus padres y luego en la mejilla rasposa del otro. —¿A dónde?— preguntó uno de ellos. —Al río, vuelvo a la tarde — explicó tomando el mate que el otro le ofrecía a la vez que sacan una tortita del plato ubicado en el centro de la mesa. Mierda, su papá José era excelente cocinándolas. — Cuidate— le pidió con ojitos suplicantes Javier —, sabés que tenés que estar atenta a la corriente. —Sí, pa— dijo rodando los ojos —. He ido miles de veces, tranqui — agregó antes de volver a besarlo en la mejilla, lista para salir a la puerta ya que aquel lujoso auto esperaba por ella. Cristian no pudo sonreír más amplio. Ella, tan linda y dulce, caminaba hacia su encuentro, y no, no cualquier encuentro, uno en que, sabía, iban a estar a solas. Bueno, tal vez después de tantos años por fin se le daría. —Buenas — dijo ella acercándose a la ventana abierta —, ¿dónde puedo dejar esto? — preguntó levantando el enorme bolso azul que colgaba de su hombro. —Dejalo en el asiento de atrás— respondió sin poder desprenderse de esa sonrisa que lo acompañaba desde la noche anterior. —Bueno, niño rico, vamos a ver si es verdad lo que dijiste anoche — desafío la castaña mientras tomaba su lugar en el asiento del copiloto. —Vamos a ver quién se va a tener que tragar las palabras — rebatió él antes de darle un fuerte beso en la mejilla. —¿Y cuál va a ser el menú? Porque al final no me dijiste que llevara nada de comer. Traje tortitas — dijo señalando el bolso —, pero no creo que tiremos todo el día con eso —Vos dijiste que querías choripan, asique eso será. Ya compré todo, princesa ladrona, hasta choris vegetarianos para vos — respondió ingresando a la calle para ponerse rumbo a la montaña. —El señor ricachón va a comer chori. No me lo creo— exclamó divertida. Cristian rió, no solo por saber la extraña imagen que ella tenía de él, sino porque estaba estúpidamente feliz por tener delante suyo, al alcance de la mano, a esa preciosa mujer que lo traía loco desde hacía tanto tiempo. —Pensé que era obvio, mi hermano come chori, ¿por qué yo no? —Es que Alejo es más rústico. Digamos que a vos se te nota el barrio — explicó divertida. —Que pendeja — respondió con fingida indignación. Sí, a él le gustaban ciertas cosas lujosas, pero no era un niño que no se ensuciaba las manos, es más, amaba meterse en cualquier lugar que necesitara algo de trabajo manual. Se relajaron todo el camino, disfrutando las suaves curvas de la ruta mientras algunas canciones de Pasado Verde o Gauchito Club los acompañaban. Estacionaron en Cacheuta, en una zona pensada para dejar el auto y luego acceder al río a pie. Había que bajar varios metros, pero el sitio elegido era el mejor y, gracias a la hora en la que llegaron, pudieron ubicarse a la sombra de unos aguaribay, bien pegados al río, casi enfrente de una enorme roca que sobresalía sobre la pared opuesta y permitía arrojarse al agua desde una altura de casi tres metros. —¿Viste que sí he venido? — preguntó él dejando caer la parrilla junto con la bolsa de leña en el piso lleno de piedras. —Me sorprendiste — dijo ella abriendo una de las reposeras para ubicarla en el lugar y luego proceder a hacer lo mismo con la otra. Habían bajado con mil bártulos colgándoles de los hombros, porque nadie, jamás en la vida, volvería a subir hasta lo alto del lugar para llegar al auto y volver con más cosas. No, se bajaba todo de una sola vez. Como.fuera. Cristian rió bajito y se dedicó a buscar las cosas del mate, mientras que Pilar hundía sus manos en el enorme bolso en un gran esfuerzo para encontrar el bronceador. Sí, su piel era morena, pero no por eso se dejaba de arder como cualquier otro mortal. Él, en cambio, era de piel muy blanca, con algo de vello en el pecho y nada en sus marcados abdominales. Bueno, tenerlo sin remera y solo con esa linda maya corta, debía ser un crimen. —¿Querés que te ponga? — preguntó Pilar elevando el potecito de protector para remarcar lo que decía. —Dale, que si no parezco un cangrejo — bromeó y se ubicó en aquella cómoda silla al lado de la linda mujer. Sintió esas pequeñas manos esparciendo la crema con cuidado y suavidad por toda su amplia espalda. Él lo sabía, tenía los músculos marcados gracias a horas en el gimnasio, y, esperaba, eso la hiciera caer en una deliciosa tentación que la llevara a, finalmente, rendirse a él. —Ya está — dijo ella bastante animada —. Ahora date vuelta así te pongo en la cara — ordenó. Cristian sonrió de lado e hizo caso a lo que aquella mujer le decía. —Pensé que ibas a querer tocar mis abdominales. Estaba a punto de denunciarte. La estruendosa carcajada de ella lo hizo reír y se contuvo de abrazarla y besarla hasta perder la cordura. Dios, estaba torturándose solo, pero qué más quería él que disfrutar de la completa atención de tan preciosa muchacha. Tomaron unos cuantos mates mientras compartían varias anécdotas. Aprovecharon el calor y se metieron al río, nunca donde el agua los tapara por completo, pero siempre donde les llegara por encima de la cintura. —Mierda que está fría — exclamó ella al salir y sentir el sol golpear con calidez su dorada piel. —Es agua de deshielo, ¿qué esperabas? — preguntó él mientras agitaba su cabeza para quitar algo de agua de sus cabellos. —No sé, pero siempre me olvido que te congela hasta el alma — dijo comenzando a envolverse en un enorme toallón rosado. —Te hago unos mates para que se te pase — propuso mientras se agachaba al lado del equipo de mate y comenzaba a arreglarlo para comenzar una nueva ronda. —Gracias — dijo recibiendo el primero de la tanda, sintiendo cómo sus dedos rozaban suavemente los de él que mantenía sus ojos clavados en su bonito rostro. Cristian sonrió y se puso de pie, si no comenzaba a hacer algo más que mirarla como un acosador iba a terminar volviéndose loco. Suerte que lo hizo porque sino hubiese visto la cara de desagrado de Pilar al tomar aquel mate. Bueno, no era su culpa ser tan terrible cebador. El silencio los envolvió durante un rato hasta que Pilar decidió poner algo de música bien despacito. Bien, un poco de Charly como compañía no les vendría nada mal. —¿Querés que caliente el pan? — preguntó el morocho mientras destapaba la primera cerveza. —Por favor — respondió con una tímida sonrisita, como si temiera molestar por acceder a aquel pedido, causando, inconscientemente, una enorme ternura en el pecho del hombre. Bueno, si algo era seguro es que estaba completamente enamorado de aquella mujer, porque la simple sonrisa de ella lo hizo flaquear al punto que se dejó caer a su lado y la atrajo hasta casi rozarle los labios con suavidad. —Juro que no quería hacerlo así, pero es al pedo — susurró antes de unir sus labios con los de ella y dejarse llevar por ese momento que tanto anheló. En cuanto Pilar salió del shock inicial pasó a la acción, llevando sus manos a las mejillas del morocho y profundizando el beso mientras le pedía acceso a su boca pasando suavemente la punta de la lengua por los labios de aquel precioso hombre. Cristian gruñó de necesidad y la apretó más contra él, dejándola hacer lo que quisiera con su cuerpo, entregándole por completo el mando de la situación. Ni en su más loca fantasía los besos de Pilar sabían tan bien como lo hacían en la realidad. Mierda, iba a ser imposible despegarse de ella. —Creo que mejor paramos o, te juro, te pongo en pelotas acá no más — bromeó ella y solo se ganó una mirada demasiada intensa de ese hombre que apretaba con suavidad sus dedos contra la suave piel de esa cadera que sujetaba con cuidado. —Creo que no querés jugar a quién tiene más ganas de qué porque, te juro, vas a perder — dijo seriamente antes de plantarle un fuerte beso en los labios y volver a ponerse de pie —. Entonces, ¿caliento el pan? — preguntó cambiando de tema, dejándola impactada unos segundos antes de acomodarse al enorme giro en el ambiente que los rodeaba. —Dale — respondió y tomó un poquito más de mate. Mierda, no tenía un sabor tan bueno como los besos del morocho.
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